«El salto de Darwin»: Un viaje particular

El teatro existe para vivir experiencias de distintos tipos. Las obras clásicas, y muchísimas contemporáneas, suelen servirse de una estructura tradicional de planteamiento, nudo y desenlace. Por eso llama la atención cuando llega una propuesta que se sale dicho patrón y rompe los esquemas del espectador. Estas características se dan en El salto de Darwin, obra escrita por Sergio Blanco, autor uruguayo residente en Francia. El montaje de este título, coproducido por Teatro Español y Entrecajas Producciones, ha recalado este fin de semana en el Teatro Lope de Vega de Sevilla.

La obra la dirige Natalia Menéndez, la cual lleva el arte de Talía en las venas y tiene una carrera como directora muy ecléctica, además de ser también actriz y dramaturga. En los últimos años ha dirigido desde una obra del Siglo de Oro, El vergonzoso en palacio de Tirso de Molina para la CNTC, hasta Tres sombreros de copa de Miguel Mihura para el CDN o Tebas Land, también de Sergio Blanco, entre otras. Precisamente este último título hace que se note que el universo creativo de Blanco no le es desconocido y se ha encargado también de la dramaturgia. El salto de Darwin parte de una premisa realista (el viaje de una familia, en los últimos días de la Guerra de las Malvinas, para depositar las cenizas de su hijo fallecido en la batalla de Puerto Darwin) para introducir elementos sobrenaturales y reflexionar sobre la condición humana, sobre todo como especie, mezclando drama y comedia y tratar temas como la pérdida, el amor, el sexo compulsivo, o la presencia y falta de sentimientos.

Con una escenografía muy efectiva de Mónica Boromello, consistente en un coche sobre gravilla y una caravana, la sensación de estar viajando la hace posible las eficaces videoproyecciones creadas por Álvaro Luna y las distintas atmósferas las crea la precisa iluminación de Juan Gómez-Cornejo.

El salto de Darwin es una obra transmisora de sensaciones, por lo que hay que entrar en la propuesta (nosotros lo hemos hecho) y dejarse llevar aunque se planteen situaciones sobrenaturales o veamos comportamientos inesperados. La labor de los actores contribuye a disfrutar de esta peculiar inmersión en una etapa concreta e importante en la Historia argentina donde la radio y la televisión les informaba en esos momentos de la situación del conflicto, aparición de Margaret Thatcher incluida, o de un partido de fútbol de su Selección Nacional.

Goizalde Núñez y Jorge Usón en «El salto de Darwin». Foto: @esmeraldamartinphoto

Seis actores son los que nos cuentan esta historia, con varios monólogos donde la acción se detiene. Jorge Usón (al que los telespectadores recordarán por series como Amar es para siempre o La Catedral del Mar) interpreta con su energía habitual al padre de familia y Goizalde Núñez compone con acierto una madre en apariencia excéntrica pero que guarda un gran dolor en su interior. Pablo Gómez-Pando brilla dando vida al novio de la hermana del fallecido trabajando de nuevo a las órdenes de Menéndez, quien le había dirigido en las citadas Tebas Land y Tres sombreros de copa, demostrando que es un actor todoterreno, como demostró en montajes de Teatro Clásico de Sevilla como Don Juan Tenorio, El Buscón, La Estrella de Sevilla y Hamlet. Cecilia Freire sorprende con su composición de Casandra (una autorreferencia del autor, ya que este mismo personaje protagoniza un monólogo que lleva su nombre por título) por su situación personal y por lo que provoca al encontrarse con la familia. Por último Olalla Hernández interpreta a la hermana del fallecido y Teo Ludacamo hace carne el espectro del hijo aportando momentos musicales y tiernos, siendo un fantasma que acompaña a los demás personajes.

La música juega un papel fundamental en este montaje. A la creada por Luis Miguel Cobo hay que destacar la acertada inclusión de conocidos temas como Hotel California de Eagles, Mrs. Robinson de Simon & Garfunkel, Bette Davis Eyes en la gran voz de Kim Carnes, o Unchained Melody, popularizada por The Righteous Brothers, y que da lugar a un momento precisamente muy Ghost (por el personaje y la popular película de los 90 donde la citada canción suena).

El salto de Darwin es una obra en la que viajas, como los personajes, y te dejas arrastrar por un camino vital incierto, desconcertante pero al mismo tiempo muy disfrutable por la enorme carga simbólica que contiene sobre el ser humano, confirmando que, hasta la persona más racional puede sacar la parte animal que lleva en su interior.