«El Público»: Alma, mente y corazón de poeta

Federico García Lorca son palabras mayores si hablamos de poesía y teatro. Sus obras son apreciadas en todo el mundo gracias a su riqueza y su potencia. Aparte de sus grandes dramas y tragedias existen al menos tres títulos que se caracterizan por su complejidad: Así que pasen cinco años, Comedia sin título y El Público. Esta última obra tuvo un viaje particular: se escribió entre 1929 y 1930, se salvó de ser destruida y no se estrenó a nivel mundial hasta 1986 en Milán de la mano de Lluís Pasqual con un amplio reparto que incluía a Pedro Mari Sánchez, Alfredo Alcón, Juan Echanove o José Coronado. Hace siete años Álex Rigola hizo un nuevo montaje con Irene Escolar, Juan Codina, Jaime Lorente y David Boceta entre otros. Ahora, Teatro Clásico de Sevilla ha sido quien ha puesto en pie este vanguardista texto con el que dan un gran salto cualitativo tras representar a autores del Siglo de Oro, Zorrilla, William Shakespeare o Valle-Inclán.

La compañía encabezada por Juan Motilla y Noelia Díez realiza un triple salto mortal hacia atrás del que caen con los pies clavados en el suelo, si nos permiten el símil gimnástico. El Teatro Lope de Vega de Sevilla ha sido el primer testigo de este montaje que es, desde su inicio, un cariñoso homenaje al gran autor granadino.

Una muestra de la escenografía y el vestuario en una escena de la obra. Foto: @luis_castilla_fotografo

La dirección y la dramaturgia de Alfonso Zurro ha dado en el clavo haciendo vanguardia dentro de la vanguardia, con una especial introducción, cambio de sexo de algunos personajes o llamativas ideas visuales. Desde nuestro punto de vista estos elementos encajan gracias a la propia naturaleza de la obra. Críptica, compleja y surrealista, El Público puede considerarse la contribución artística del autor a Un perro andaluz de Luis Buñuel o los cuadros de Salvador Dalí, los tres, amigos desde su convivencia en la Residencia de Estudiantes de Madrid.

Ante un texto de tales características se necesita a un elenco de actores y a un equipo técnico totalmente cohesionado para que nada desafine y la propuesta de Teatro Clásico de Sevilla está llena de belleza visual y auditiva con unas transiciones entre escenas muy bien realizadas. La escenografía y el vestuario de Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán, la ilunimación de Florencio Ortiz, la música de Alejandro Cruz Benavides, el maquillaje de Manolo Cortés y las videoproyecciones de Fernando Brea y las ayudantías de dirección y vestuario de Verónica Rodríguez y Mar Aguilar funcionan, en conjunto, como un reloj suizo para poder ver en imágenes ideas potentes concebidas por García Lorca como sus reflexiones sobre el teatro, la dicotomía masculinidad/homosexualidad, el amor frustrado y no correspondido o el deseo reprimido.

Todo esto se completa con una interpretación de los actores sin mácula alguna, porque es la única manera de que los espectadores disfruten de esta obra. Todos y cada uno de los actores, sin excepción, dicen frases complejas con una naturalidad que hace que, aunque no tengan sentido, se siga viendo lo que se representa en el escenario.

Nueve actores se dejan la piel interpretando algunos hasta cuatro personajes para dejar escenas hermosas que se quedan en la retina: la escena de la figura de Pámpanos y Cascabeles a cargo de Luis Alberto Domínguez y Santi Rivera derrocha sensualidad y belleza gracias a la flauta tocada en directo por Rivera y la coreografía (de Isabel Vázquez) que se marcan y que se ve interrumpida por el imponente emperador que compone José María del Castillo.

La escena entre Pámpanos, Cascabeles y el Emperador. Foto: @luis_castilla_fotografo

El momento musical de las caretas es pura delicia mientras que la escena entre la Julieta interpretada por Lorena Ávila y el tentador caballo blanco al que da vida Piermario Salerno (frases en italiano, incluidas) mezcla dramatismo, deseo y comicidad. Este es el contraste del Caballo Negro al que da vida Iñigo Núñez.

La escena del Desnudo Rojo a cargo de Domínguez y Silvia Beaterio es un ejemplo de cómo mantener el tipo sobre un escenario con un sorprendente resultado al final de la transformación, por su fuerte carga simbólica y, para no extendernos mucho, la escena con el teatro en ruinas reflejadas en los espejos con un Juan Motilla reflexivo y desolado como el sitio en el que se encuentra pone el broche oro a un montaje hecho con alma, mente y corazón, como el que puso Federico García Lorca en todo lo que hizo.