Jesús Haro: «Que la luz natural te acompañe y refuerce la imagen que quieres es un logro precioso, y en ‘Montecristo’ se ha hecho bastante bien»

La luz en el ámbito audiovisual es un aspecto esencial. Ayuda a la ambientación del lugar mostrado en pantalla y los directores de fotografía son los profesionales que lo hacen posible. En España hay un número destacado de ellos y Jesús Haro (Bilbao, 1964) es un referente actual sin duda. Con una carrera que abarca más de treinta años es el responsable de la hermosa luz de Montecristo, la actualización del clásico de Alexandre Dumas padre que encabeza William Levy, acompañado de Silvia Abascal, Juan Fernández, Roberto Enríquez, Esmeralda Pimentel o Guiomar Puerta entre otros y en donde vuelve a trabajar con su amigo, el director Alberto Ruiz Rojo.

La Cultura está de Moda entrevistó a Jesús Haro, (que tiene pendiente el estreno de la película Matusalén y se encuentra rodando la tercera temporada de la serie Entrevías), para hablarnos de los detalles de su trabajo, de la mencionada serie y de otras en las que ha trabajado y ha aportado su luz profesional y personal, que transmite cuando se habla con él. Pasen y lean.

Foto: @mimimfxp

La Cultura está de Moda: En Montecristo, la última serie estrenada en la que ha trabajado, llaman la atención los cambios de tono entre Madrid, Cuba y Miami, siendo estas dos localizaciones recreadas en las Islas Canarias ¿Qué han supuesto para usted estos dos elementos en su trabajo?

Jesús Haro: Cuando empezamos a hablar del proyecto lo primero que nos ilusionó fue que a lo mejor íbamos a Cuba y a Miami. A medida que avanzó la producción consideraron ir a Tenerife como una opción viable para lo que queríamos hacer. Entonces nos desplazamos allí. Primero fueron a buscar localizaciones el director de la serie con el director de arte, Javier Fernández, un señor de mi quinta con mucha experiencia, y se decidió rodar allí finalmente. La parte de las calles de Cuba tiene detrás un trabajo espectacular por parte del departamento de arte. Creo que, de las veces que se ha recreado Cuba en Tenerife, que han sido varias, es la vez en la que más bonito y real ha quedado. Hay que tener en cuenta que es la Cuba de los años noventa.

Desde el punto de vista fotográfico, el que me corresponde, antes de ir al lugar generalmente hacemos un dossier de diferentes looks a base de paletas de color con imágenes de referencia junto al director de arte para presentárselos a la productora. Yo me reúno con una colorista, la persona que finaliza el color casi al final del proceso. Con ella creamos en sala una serie de paletas de color, por ejemplo, del exterior de Cuba. Eso se exporta y se usa en el set para previsualizar cómo quedará esa parte. De esa manera vemos si hay que potenciar algún aspecto, resaltar algún color o aminorar otro. Un aspecto importante es cómo uno se organiza en el día con respecto a la luz del sol, ya que la logística para la fotografía en exteriores es esencial y se procura rodar en el momento en el que lo que se va a filmar quedará mejor en imagen. Cuadrando todo eso pues funciona muy bien y, cuando lo que está delante de la cámara funciona, mi trabajo es más fácil.

Jesús Haro con el equipo de dirección y técnico de «Montecristo» Fotos: @jesusharodop

Las cárceles de Cuba se rodaron en Madrid en un destacamento militar situado en Alcalá de Henares con cárceles reales de la época de la Guerra Civil. Ese lugar lo terminó de ambientar arte y nos pusimos de acuerdo con respecto a las paletas de color. En los interiores hay que trabajar más la luz. Hay que construirla tanto de día como de noche. Las técnicas de cámara también contribuyen a que se vean bien. Los patios de la cárcel también se rodaron en ese lugar y arte se encargó de crear los puestos que hacen que esos patios parezcan un mercado y donde juegan también al baloncesto. Nosotros luego rodamos teniendo en cuenta la hora adecuada y la manera en que se iba a rodar, los encuadres etc…

L.C.E.D.M.: Madrid está iluminada de una manera espectacular en esta serie…

J.H.: Para Madrid siempre pensamos en una paleta de color luminosa, en el blanco, en los cielos. Tuvimos muy en cuenta los interiores de las casas de los personajes ricos, ya que se ven los interiores de las casas de Mondego y de Herrera. Para ellos pensamos en tonos blancos, amarillos, dorados y avainillados. La casa de la política es diferente porque tiene obras de arte. Se trabajó de distintas maneras. A veces, como si fuese una pequeña cueva, con sitios algo más oscuros pero donde entra luz desde fuera. El lujo había que mostrarlo y para nosotros se representaba con los tonos que les he mencionado.

L.C.E.D.M.: Suponemos que, para la fotografía, habrá también consenso con vestuario y los colores de la vestimenta de los personajes…

J.H.: Por supuesto. A nuestros compañeros también les presentamos los dossieres y, sabiendo cada uno lo que el otro tiene en la cabeza, todo se coordina. En Perdida, por ejemplo, en otra se recalca que una abogada siempre viste de rojo o siempre lleva un bolso rojo. De esa manera se subrayan ciertos conceptos. En Monteciristo el vestuario es lujoso y austero.También mostramos el lujo de lo rancio, que es de otra época pero que perdura en España en la gente que se junta para ir de caza. En ese mundo concreto los tonos son verdes y pardos.

Tres momentos de la grabación de la serie con todo el equipo técnico. Fotos: @jesusharodop

L.C.E.D.M.: Particularmente nos encantó una localización y la iluminación de ella: el centro donde está internada el personaje de Mercedes, que interpreta Silvia Abascal…

J.H.: Ese lugar es en realidad un hotel que está en Valladolid. Fue una elección buenísima que costó sustentar. El director se encarga de ello y de exponer lo que quiere junto con la razón, y él se empeñó en rodar allí. Es espectacular y allí se rodó el hall y el lugar donde están pintando. Hubo un día que escribieron que llovía fuera cuando hacía un sol espléndido por lo que había que rodar a una hora muy concreta y nos buscamos la vida para filmar lo justo y necesario allí, mientras que algunas zonas interiores de ese lugar están rodadas en otros sitios. La habitación donde está ella se rodó en una finca y el interior noche y los pasillos de esa misma habitación se rodaron en otro sitio. El mérito de Montecristo es que parece una superproducción sin serlo. Teníamos un buen presupuesto pero cuando el dinero está bien organizado y utilizado se nota, como en este caso, con grandes profesionales muy implicados. Hay tomar las mejores decisiones posibles para que todo tenga un buen resultado.

L.C.E.D.M.: La serie también tiene hermosas escenas nocturnas ¿hay mucha diferencia a rodar de día a hacerlo de noche?

J.H.: Es un trabajo más caro porque conlleva más tiempo, más recursos y más medios. Cuando un escritor escribe por ejemplo: «Lo secuestran en mitad del desierto por la noche» rodar en un lugar que parezca un desierto de noche es muy difícil. Hay veces que se proponen cosas costosas de conseguir y hay que tener cuidado con lo que se escribe. En este caso se escribieron escenas maravillosas. A mí me hizo mucha ilusión cuando leí en el guion: «Y salen a ver las estrellas». Se usó entonces la técnica de la noche americana, consistente en rodar de día una escena nocturna. Hice un oscurecimiento con mucha luz porque, si no, se quedaría negro. Actualmente las técnicas de corrección de color ofrecen muchas posibilidades y en post producción de efectos visuales el sol se sustituye por una luna. En las grandes noches se ha de poder ver. Cuando se sale al campo por la noche la luna llena te permite ver pero en esa escena se quiso que la única luz la proporcionase el cielo estrellado, y así la hicimos. Estoy muy contento con el resultado.

L.C.E.D.M.: ¿De qué escenas de Montecristo se siente más orgulloso por como quedaron?

J.H.: De la mencionada de la noche americana y de otra en la que Montecristo entra en la finca y sube las escaleras mientras, en paralelo, entra en la cárcel. Se hizo también un paralelo con las luces y la de las escaleras es luz natural. Se rodó a la hora en que debía hacerse. Eso supuso un encaje de bolillos en el que nos arriesgamos un poco, pero meter esa luz tan bonita por la ventana llegando a la escalera los haces de luz le daba un toque diferente a la escena. Me empeñé mucho en conseguir rodar a la hora adecuada. Hay otros momentos de la serie de los que me siento muy orgulloso por haber planificado cuándo se hacía cada cosa. Que la luz natural te acompañe y refuerce la imagen que quieres es un logro precioso, y en Montecristo se ha hecho bastante bien. Una de esas escenas, que fue estresante de hacer y se filmó de prisa, con los actores aguantando ahí, es la escena del olivo. Se rodó en cinco horas y conforme se filmaba el sol iba cayendo. Creo que, aunque se trata de un atardecer muy rápido, quedó muy bien porque logramos una continuidad muy buena hacia el anochecer. En otra producción se habría rodado entre tres tardes pero se planteó hacerlo en tiempo real, a trozos, cerrando bloques, acabamos con luz y es un gran cierre para la serie.

Claqueta de «Montecristo» con la obra de Marina Anaya al fondo. Foto: @jesusharodop

L.C.E.D.M.: Precisamente el director de la serie, Alberto Ruiz Rojo, contó hace poco en redes sociales que se sentía muy orgulloso de esa escena y dijo que el olivo era un decorado…

J.H.: Así es. El olivo está puesto ahí. Tiene un armazón de hierro y lo de fuera es corcho blanco. El departamento de arte lo hizo muy bien porque las ramas estaban dispuestas a ambos lados. Tiene un componente metafórico muy bonito. El sitio fue difícil de encontrar. Se encuentra en la zona de las escenas de caza y del palacio de los Herrera.

L.C.E.D.M.: Además de todo lo que ha conllevado técnicamente, esta serie ha tenido una gran atracción mediática debido al protagonista, William Levy…

J.H.: Efectivamente, ha traído una atención mediática grandísima. Es una rock star.

L.C.E.D.M.: El elenco de la serie es magnífico pero nos llamó especialmente la interpretación de Guiomar Puerta…

J.H.: Es una actriz maravillosa. Tiene un futuro muy prometedor, aunque no es lo primero que hace. Me ha encantado conocerla. Estoy seguro que esta serie la va a lanzar al estrellato. Se ha batido en duelo con todos: Con William Levy, con Silvia Abascal, con Juan Fernández, con Roberto Enríquez…es el descubrimiento de la serie. Deseo que le vaya muy bien. Otra que se bate en duelo, además literalmente, es Esmeralda Pimentel. Además tiene una belleza exótica y diferente. Eso hace que, cuando sale en pantalla la atención, vaya directa a sus ojos. Los actores cubanos también me encantan cómo han actuado: Héctor Noas lo hace maravillosamente bien, Vladimir Cruz, que sale al principio como uno de los carceleros, es un actorazo, Alexis García, que hace de Sotomayor, sale poco pero lo hace genial, al igual que Roberto San Martín, que es otro actor maravilloso.Otros actores con papeles secundarios lo bordan, como Javier Godino, que lo recordaba de El secreto de sus ojos que daba un miedo atroz, y hace un gran trabajo, Raúl Sanz, que interpreta a uno de los secuaces está muy bien. Él interpretaba en Entrevías a un pandillero y lo tenía muy reciente. Otro personaje pequeño que me encanta es el que interpreta Ana Alvarez, que las veces que sale lo borda, está maravillosa.

Alberto Ruiz Rojo, Guiomar Puerta y William Levy en un descanso del rodaje. Foto: @jesusharodop

L.C.E.D.M.: Para pasar a otro proyecto que forma parte de su amplia trayectoria queremos que nos hable de Entrevías. Suponemos que es un trabajo muy distinto a Montecristo si nos centramos en la fotografía

J.H.: No es tan diferente. Lo es en el sentido de que en una se narra una historia de venganza y lujo y esta es una historia que se desarrolla en un barrio humilde y, en realidad, ficticio, porque se ha rodado en muchos sitios: Villaverde, San Blas, Vicálvaro… Los personajes en este caso son más populares, con un componente racial importante. Es otra historia pero las técnicas usadas son las mismas que les mencioné antes: un departamento de arte, una previsualización y unos looks que hay que respetar ya que la serie se inicia con ellos. En este caso hay un segundo director de fotografía y dos directores. Nos turnamos por bloques de dos capítulos cada uno. Ahora mismo estoy haciendo el segundo bloque de la tercera temporada de la serie. En comparación, en Montecristo hay un solo director y un director de fotografía para todos los capítulos. Eso es bueno para unificar criterios y tener una sola visión pero obliga a preparar mucho con antelación, lo cual hace que sea ésta más larga. Mientras, en Entrevías, los bloques de dos capítulos se preparan en veinte días y se rueda a lo largo de un mes.

Tres momentos del rodaje de «Entrevías». Fotos: @jesusharodop

L.C.E.D.M.: Esta serie supone un nuevo trabajo junto a Alberto Ruiz Rojo.

J.H.: Sí. Alberto se incorporó en la segunda temporada. Yo estoy desde la primera. Él no estará ni en la tercera ni en la cuarta por decisión propia, ya que tiene otros proyectos. Yo sí porque ya me había comprometido. Esperamos reencontrarnos en enero febrero del año que viene.

L.C.E.D.M.: Por todo lo que cuenta ambos conforman un buen binomio profesional…

J.H.: Alberto y yo nos conocemos desde que estudiamos en la universidad, alrededor de 1986, y yo hice todos sus cortos menos uno porque coincidió con una etapa en la que trabajé varios años en Colombia. Estuvimos haciendo cosas juntos en nuestros inicios y nos llamamos entre risas los hermanos Bolex, por aquella cámara que había de dieciséis milímetros de cuerda, y cada uno tenemos una. Además vivimos cerca y nos conocemos mucho. Yo intento cuidarlo mucho y conseguir lo que él quiere porque es una persona con mucha creatividad.

Con Alberto Ruiz Rojo en el set de «Montecristo». Foto: @jesusharodop

L.C.E.D.M.: Otra serie que nos encantó en la que usted fue director de fotografía y que también tiene muchos contrastes de luz es Perdida

J.H.: Es una serie con la que también estoy muy contento. Fue un trabajo muy personal con respecto a la fotografía y me contrataron antes incluso que al director. Los responsables conocían mi experiencia en Colombia, donde trabajé cuatro años, y pensaron que esa experiencia podía servirles para lograr lo que querían en ese país .Fue un trabajo muy bonito. Trabajamos durante un mes en Valencia, donde la luz era espectacular y luego nos fuimos a Colombia. Se ve Bogotá con los ojos de aquí y es que todo es fotogénico. Allí se construyó una cárcel usando unas naves industriales. El director de arte, David Zambrano, es un hombre maravilloso y él y su equipo hicieron un trabajo espectacular. Hicimos pruebas de colores desgastados, y yo sugerí colocar una ventana en un sitio, por ejemplo. Luego está el factor de que la figuración con la que contamos tenía tanta verdad que era estupendo el resultado. El lugar donde rodamos estaba hecho puré, medio rehabilitado, y ese espacio tenía varios pisos y una terraza con unas grandes vistas de Bogotá por la noche. Usamos unas ópticas muy luminosas y entonces la ciudad se ve, algo que era muy importante. Además yo allí tenía amigos actores y fue un lujo trabajar allí con ellos, a los que debo añadir a los técnicos: mi gaffer, los maquinistas, que yo conocía de cuando trabajé allí. Me lo pasé genial en ese rodaje.

Jesús Haro durante en el rodaje de «Perdida», en la del centro con Iñaki Peñafiel, entre otros. Fotos: @jesusharodop

L.C.E.D.M.: Centrándonos en usted ¿cómo nace su pasión por la fotografía?

J.H.: Mis padres no tenían nada que ver con ese mundo. Mi padre trabajaba en una caja de ahorros y mi madre era ama de casa pero a ambos les encantaba rodar películas en Súper 8. Nos reuníamos toda la familia para hacer vídeos, sobre todo los domingos. Ese día editaban lo que habían rodado y, cuando fui creciendo, les iba cogiendo las cámaras para rodar mis cosas y se las estropeaba. A ambos también les encantaba el cine y yo he heredado esa pasión por él. Como anécdota les cuento que mi padre fue a hacer unas oposiciones a Madrid para ser censor, pero sólo por ver películas gratis, pero no las sacó. Siempre recuerdo ir al cine con mi padre porque era su gran afición junto con la lectura del periódico.

L.C.E.D.M.: Su carrera profesional es de varias décadas y tiene trabajos acreditados desde mediados de los noventa ¿cuál cree que es el mayor avance en su terreno en estos años?

J.H.: Cuando yo estudiaba se pasó de hacer las noticias en dieciséis milímetros a hacerlas en U-matic alta banda. Recuerdo que en los Juegos Olímpicos de Seúl los reporteros españoles iban con unas cámaras gigantescas y un carrito grabador. En ese momento empecé a aparecer y salieron las primeras cámaras Betacam SP, las primeras con el grabador incorporado. De ahí se pasó a Betacam digital, y de ahí en adelante, mejores. El mayor avance ha sido en cámaras, en sistemas de captación y en la popularización de éstos. Además fui Director Técnico en Kodak durante siete años y de ahí que mi relación con lo fotoquímico fuese muy cercana. Todas esas tecnologías pasaron por mis manos y eso fue bonita. Yo estudié en la Complutense la especialidad de guion porque en dirección de fotografía nada. Aprender mi oficio fue difícil. Fui bastante autodidacta porque no había escuelas de cine como ahora ni gente que te pudiera formar. Luego ocurrió que, tanto Alberto Ruiz-Rojo como yo entramos a trabajar en Telecinco, concretamente el 12 de enero de 1990, yo como cámara y él como realizador. Nos mandaron a Italia un mes a las empresas de Berlusconi para aprender un poco. Empezamos en programas y luego pasamos a la ficción. Fue una época bonita donde se descubrían muchas cosas laboralmente.

En un descanso del rodaje de «Entrevías» y junto a Alberto Ruiz Rojo. Fotos: Laura Ramos

L.C.E.D.M.: Actualmente la calidad de una serie es la misma que la de una película. Curiosamente, en los 70 y 80 cuando se hicieron esas espectaculares adaptaciones literarias y otras series, se usaban cámaras de cine, por lo que lo que se hace ahora viene de antes pero cuento con mayores avances tecnológicos

J.H.: Efectivamente. Se rodaba en 35 milímetros y en 16. Además, Televisión Española tenía un departamento, Filmados, y las productoras externas filmaban con presupuestos y medios técnicos cinematográficos. Se hacía así, porque los sistemas de captación de esa época, de vídeo analógico y un poco el digital, no llegaban al nivel de calidad que querían para esos proyectos. Fíjense: en Estados Unidos sitcoms, como Friends, están rodadas en 35 milímetros. Se hacía así por la calidad y la perdurabilidad que ese sistema garantiza.

L.C.E.D.M.: ¿Hay algún director de fotografía al que admire especialmente?

J.H.: Sí, aparte de los clásicos de la etapa del blanco y negro, Roger Deakins, que me parece un campeón de campeones, y otro que me fascinó durante años fue Conrad Hall. Ambos los considero lo máximo.

Roger Deakins y Conrad Hall, dos de los directores de fotografía de referencia para Jesús Haro

L.C.E.D.M.: En su carrera profesional también se dedicó un tiempo a arreglar digitalmente las imágenes grabadas…

J.H.: El nombre exacto de mi cargo era Técnico de Imagen Digital. Fue durante una época en la que era freelance. Escribí dos artículos para una revista: uno se tituló ¿Por qué rodar en 35 milímetros? y el otro ¿Por qué rodar en digital?. A los directivos de Kodak, que estaban en proceso de transformación les llamó la atención, había un hueco y me llamaron para ser Director Técnico. Mi intención era estar un año y aprender pero mi jefe me tuvo entretenido y al final estuve siete. Como no podía rodar por mi trabajo me las ingenié para pedir una excedencia y rodé una película en digital en México. En Kodak estuve en Europa del Este en la época del comienzo del control de la imagen digital y lo que hacíamos en el laboratorio de Rumanía era generar los looks que les he mencionado en las películas. Los looks se hacían para que las imágenes que captaban las cámaras Red One, que eran las que usaban allí las producciones americanas, pareciesen que se habían rodado en película. Funcionó bien y eso fue el germen de lo que ahora se hace de una manera muy fácil. Llamó la atención pero Kodak cerró el proyecto. Al salir de allí seguí en Deluxe, una empresa de posproducción en la que estuve dos años. Allí trabajé en dos producciones internacionales como Técnico de Imagen Digital: Exodus: Dioses y Reyes de Ridley Scott y The Gunman de Pierre Morel, aunque el comienzo de ese departamento en esa empresa fue con Las brujas de Zugarramurdi de Alex de la Iglesia y también hice Kamikaze de Alex Pina. Fue un impasse de diez años tras el cual decidí volver a trabajar de director de fotografía, entonces fue cuando me fui a Colombia, donde hice varias producciones televisivas, luego llegó Perdida, volví a España y aquí estamos.

L.C.E.D.M.: A continuación le vamos a mencionar a personas con las que usted ha trabajado y nos gustaría que nos dijese lo que le viene a la cabeza por sus experiencias con ellos:

. Alberto Ruiz Rojo: Es mi hermano

. Emilio Aragón: Es el gran conciliador. Era una maravilla en los 90. Una persona muy creativa y él y Daniel Écija tiraban para delante con todo

. Daniel Grao: Es fascinante, un actor como la copa de un pino, súper profesional y cuando está en pantalla tiene una fuerza espectacular. Me encantaría trabajar de nuevo con él

. José Coronado: Otro profesional espectacular y una persona de equipo. Reconozco que al principio impone por el físico y esa voz tan profunda que tiene, pero trabajar con él me dio mucha tranquilidad

. William Levy: Es una rock star pero a la vez muy cercano y disciplinado y trabajar con él ha sido una gran experiencia

Haro junto a William Levy y Franky Martín en el helicóptero. Foto: @jesusharodop

Antonio Puente Mayor: «Con ‘El Pintor de los Muertos’ he querido que el lector conozca a Valdés Leal a través de un divertimento»

En la Sevilla del siglo XVII se comete un miterioso asesinato y una de las personas más interesadas en esclarecer el caso es el pintor Juan de Valdés Leal. Estas palabras pueden definir adecuadamente El Pintor de los Muertos (Algaida Editores), la nueva propuesta literaria de Antonio Puente Mayor, creador de circuitos turísticos y escritor nacido en Sevilla, concretamente en Triana, en 1978. Esta novela se trata de la cuarta dirigida al público adulto tras La sombra de Bécquer, El testamento de Santa Teresa y El enigma del Salón Victoria. Puente Mayor también ha cultivado la novela juvenil gracias a la saga de La Pandilla Morada y es un hombre polifacético, destacando su pasión por el teatro tanto sobre las tablas como escribiendo espléndidas crónicas teatrales. La Cultura está de Moda hablo con él de su nueva aventura como escritor, de Valdés Leal, de arte, de historia y mucho más. Pasen y lean.

El escritor Antonio Puente Mayor con su nueva novela. Foto: María Puente Martínez

La Cultura está de Moda: El Pintor de los Muertos es su cuarta novela y está ambientada en el siglo XVII. En las anteriores se ha centrado en figuras históricas importantes y también en siglos pasados, a veces con saltos temporales ¿Qué le atrae de las épocas pasadas para que decida ambientar en ellas sus creaciones literarias?

Antonio Puente Mayor: Lo primero y básico es que, como se suele decir, para poder conocer el presente y entender el futuro tenemos que conocer el pasado. Es una frase hecha que creo que es muy cierta. Estudié filología pero desde siempre he sido un gran amante de la historia y desde niño he leído tanto novelas históricas como ensayos. Unas épocas me gustan más que otras. Las tres novelas anteriores están ambientada en mis épocas favoritas: El siglo XIX y el siglo XVI. Me faltaba el siglo XVII, que para Sevilla fue fundamental.

L.C.E.D.M.: La novela coincide con el 400º aniversario del nacimento de Valdés Leal, que es el protagonista de la historia ¿usted tenía un interés especial por él anteriormente?

A.P.M.: Sí. Me gusta e interesa desde que era niño. Con mis padres descubrí sus cuadros en el Hospital de la Caridad: In Ictu Oculi y Finis Gloriae Mundi. Me parecían fascinantes y nunca entendí la razón de que el autor de ellos no fuese más conocido. Para ver esos cuadros ha de entrarse en una visita turística o que la Iglesia se abra debido a ocasiones especiales. Esos dos cuadros de sotocoro me fascinaban cada vez que los veía. Impactan porque son tenebrosos y a la vez esconden muchos símbolos que son alucinantes para desentrañarlos. Según los historiadores del Arte, a nivel de vanitas (los cuadros que representan la vanidad humana) son las mejores expresiones a nivel mundial. Luego existe una segunda razón: me apasiona el teatro y hacía muchos años que yo quería escribir una obra sobre Miguel Mañara, un personaje que me resulta fascinante y esta novela fue la oportunidad perfecta para unir a ambos personajes y explorar otros aspectos que me interesaban. El 400º aniversario que menciona fue la excusa idónea para hacerlo.

«In Ictu Oculi» y «Finis Gloriae Mundi», las dos obras maestras de Valdés Leal. Hospital de la Caridad de Sevilla

L.C.E.D.M.: Si tuviésemos que hablar de género esta novela sería un thriller histórico ¿eligió este género y no otro por algún motivo? Aunque le digo que la trama detectivesca y las muertes es un macguffin para hablar de Valdés Leal…

A.P.M.: Totalmente. Ha dado con la clave. He recurrido al thriller no porque esté de moda sino porque me gusta desde niño. Hay guiños a Agatha Christie y a Arthur Conan Doyle. Introduzco un personaje, el pesquisidor, calculador, frío, con experiencia militar, una especie de Sherlock Holmes, para que una fuerzas y choque con Valdés Leal, al cual se le humaniza porque no sabe ni empuñar una espada e incluso en situaciones peligrosas no gestiona bien sus emociones. No era un hombre de acción. Se le podría identificar con Hércules Poirot, ya que, además, tenía un peculiar bigote. Esto no es forzado porque en el retrato que existe de Valdés Leal, un aguafuerte, ese bigote está y también tenemos el testimonio de Antonio Palomino, un joven cordobés que aparece en la novela y que lo describirá en El Parnaso español, una obra sobre los pintores de la época, que resulta impagable, ya que es el único testimonio contemporáneo que existe de Valdés Leal. Era, por lo tanto, una manera de «juntar» a los dos grandes detectives de la literatura.

L.C.E.D.M.: ¿Qué aspectos quería destacar en la novela de la figura de Valdés Leal, como artista y como persona?

A.P.M.: Como artista, lo polifacético que fue, ya que se dedicó a la pintura, a la escultura en barro, aunque es poco conocida. Trabajaba también mucho las técnicas del estofado y del dorado, como el de las capillas de la Catedral, de cuyas rejas se encargó, y se habla muy poco de ello. Son técnicas poco usadas en la actualidad pero gracias a mi mujer, Licenciada en Bellas Artes, y a amigos artistas he sabido cómo se ejecutan y la complejidad que tienen. Además Valdés Leal se juntó con personas de primer nivel llegando a ser socio de Pedro Roldán y Bernardo Simón de Pineda, las auténticas estrellas del retablo en la Sevilla del siglo XVII.

Autorretrato de Valdés Leal. Biblioteca Nacional de España

Nunca le faltó trabajo, pero no paró porque tenia cinco hijos a los que alimentar. También se le considera un artista valiente, incluso más que Murillo, el cual estaba asentado totalmente, con mucha fama, pero el pintor verdaderamente barroco era Valdés Leal. Apenas salió de Sevilla, se tiene documentado un viaje a la corte de Madrid para coger influencias. Algo similar le ocurrió a Murillo, que se descubre a nivel internacional por el saqueo de los franceses comandados por el mariscal Soult en el siglo XIX. Valdés Leal tiene cuadros en colecciones privadas por todo el mundo, como El sacrificio de Isaac, que se ha visto en la exposición de Sevilla.

L.C.E.D.M.: La novela está dividida en capítulos cortos ¿era algo que tuviese premeditado?

A.P.M.: Sí, porque en la actualidad, con las plataformas digitales, hay mucha oferta audiovisual y por ello que se lea un libro lo considero un mérito. Un libro que se haga largo y tedioso se puede acabar pero puede dar pereza coger otro. Soy defensor de las novelas con capítulos cortos, sobre todo las históricas, y los thrillers tienen el famoso cliffhanger al final de ellos, que le dan mucho ritmo y dinamismo a la lectura.

L.C.E.D.M.: Con respecto a la trama de los asesinatos, es una novela en la que el lector intenta ser detective también pero nos guarda sorpresas…

A.P.M.: Sí, el factor sorpresa está presente. Usted ha acertado cuando ha dicho lo del macguffin. Esta es una novela sobre el pintor y, para llevar al lector por el viaje de su vida entreteniéndole, yo decidí invitarlo a un juego. Por eso hay personajes que aparecen y desaparecen.

L.C.E.D.M.: En el desarrollo y en el final el lector asiste a subtramas también sorprendentes…

A.P.M.: Sí, porque en esta novela se trata el tema de la venganza a muchos niveles. Aquí también me inspiré en Agatha Christie. No se mata porque sí. Me esforcé en crear una trama bien hilada.

L.C.E.D.M.: Sin embargo, crea voluntaria o involuntariamente una subtrama intrigante sobre un personaje muy ligado a Valdés Leal…

A.P.M.:. Se dio la casualidad de que, cuando estaba terminando la novela, a raíz de un documental sobre Valdés Leal en el que participo y que se emitirá en Canal Sur, yo me entero de que Luisa, la primogénita del artista, habría obrado una especie de milagro porque estaba enferma de fiebre y por intercesión de San Fernando, ya que su padre tenía una talla de él hecha por Pedro Roldán y que él iba a policromar, ella sanó y lo añadí ya acabada la novela porque se semejaba bastante a lo que yo narraba sobre otro personaje. Con este y otros elementos relacionados con los siete pecados capitales y las tentaciones yo quise mostrar al Valdés Leal familiar.

L.C.E.D.M.: Con respecto a la resolución, sin spoilers, se puede decir que usted potencia en ese momento algo que ha hecho a lo largo de la novela: mostrar una conversación en la que no se conoce a uno de los interlocutores, y, además la sorpresa de nuevo aparece porque es un personaje que ha aparecido, no uno que sale solo en ese momento, pero cuya identidad no se revela hasta que lo confiesa todo…

A.P.M.: Eso remite de nuevo a Agatha Christie y a Conan Doyle: las conversaciones que son oídas una vez que ya han comenzado, que se captan a la mitad. Esto se hace mucho en las series porque, además de lector, soy un gran cosumidor de las películas y las series de suspense. Es un recurso muy cinematogtráfico. Quería que el lector se implicase y que conociese a Valdés Leal a través de un divertimento. Esa era la propuesta, como lo fue igualmente en mis anteriores novelas: en La sombra de Bécquer, más dirigido a un público juvenil, quise que se conociera al escritor a través de una trama de misterio, en El testamento de Santa Teresa quise que la conociesen a través del robo de la mano que llegó a Franco y escribí El enigma del Salón Victoria para que los lectores conociesen a María Cristina de Habsburgo y a otros personajes del siglo XIX, como Gustave Eiffel o Sigmund Freud, todo con un juego de pistas.

Con respecto a la mención del culpable en un momento de la novela antes de la resolución era fundamental porque no soporto cuando el culpable es alguien que sale prácticamente en el último minuto. Lo considero una trampa para el lector. Todo tenía que tener para mí una justificación lógica.

L.C.E.D.M.: En las motivaciones para los crímenes ¿usted pone como base una amistad?

A.P.M.: Sí, o también podría hablarse de un amor platónico. Es como lo concebí porque a la hora de mostrar la sexualidad no tengo reparos, de ahí el encuentro sexual del prólogo, todo muy animal, lo opuesto al amor cortesano que muestro entre otros dos personajes. En el prólogo no digo nunca quiénes mantienen esa relación porque no quería dar pistas explícitas sobre sus identidades, podía ser más de una pareja.

L.C.E.D.M.: La novela, además, sorprende por la descripción de Sevilla en el siglo XVII, muy clara y concreta. Supongo que combinó su profesión relacionada con el turismo con una investigación profunda para documentarse a fondo…

A.P.M.: Sí, porque además se da la paradoja de que, aunque conozco bastante bien muchas regiones de España suele ocurrir que se conoce más lo de fuera que lo de dentro. A pesar de conocer los principales monumentos de Sevilla nunca me había parado a profundizar en los nombres de las calles, por ejemplo. Pasamos todos los días por ellas y no sabemos quiénes están detrás de sus nombres. Gracias a la novela he conocido en su magnitud a Diego Ortiz de Zúñiga o a su mujer, Ana Caballero, que es un personaje anónimo para la historia de Sevilla. Toda la labor de documentación me ha servido para crear un marco atractivo para el lector pero que no le cansase. No quería describir a nivel arqueológico.

L.C.E.D.M.: De entre todos los lugares que menciona me ha llamado mucho la atención, porque la desconocía, la desaparecida Isla de Hierro…

A.P.M.: Cuando investigué sobre ella coincidió con una visita a San Isidoro del Campo y me entero de la existencia de ese lugar que menciona. Estaba ubicada donde hoy se encuentra el Estadio Olímpico de La Cartuja. Era un pequeño señorío con un pequeño núcleo de población que estaba rodeado de agua. Su existencia data del siglo XIII, tras la conquista de Sevilla, y en 1603 se inundó en su totalidad. Los supervivientes se trasladaron al Monasterio de San Isidoro del Campo, habitado por monjes jerónimos, y que a su alrededor tenía huertas y casas para la gente que labraba la tierra. A estas personas se les cedió un espacio que actualmente son las ruinas de Itálica. Es una de esas curiosidades que suelo incluir con pinceladas en mis libros, ya que son cosas que descubro y no considero que interrumpan la narración mucho.

Sevilla en el Siglo XVII. Fundación Focus

L.C.E.D.M.: En la novela describe lugares, utensilios, calles, festividades…¿quería que el lector desde las primeras el lector se sientiera como un habitante más de la ciudad en el siglo XVII?

A.P.M.: Esa fue mi intención. Aunque me encantaría que gustase a lectores que no sean de Sevilla e incluso sueño con que sea traducida, es evidente que atrae de entrada al lector sevillano. Quería que el lector se sintiera como un personaje más, se implicara, recorriera las calles, las cuales conservan hoy día el mismo nombre que entonces, como las del entorno de La Alfalfa, una zona que recorro mucho por cuestiones laborales y recibieron el nombre en la e´poca en que ubico la acción de la novela. Se instalaron los gremios, se creó el mercado de la calle Feria etc. Es una zona muy bonita de la ciudad y quería que los ciudadanos la conociesen más. Más allá de la trama criminal la novela se centra en Valdés Leal y quería describir el entorno en el que se movió.

L.C.E.D.M.: Otro aspecto destacado es el lenguaje que utiliza, con palabras y expresiones propias de la época, con un uso cotidiano, porque también define el momento en el que se desarrollan los acontecimientos…

A.P.M.: Así es. Hace poco presenté la novela en la Asociación Luis Cernuda y una compañera me comentó que se notaba que yo era filólogo. Pretendía que los personajes hablasen como se hacía en aquella epoca pero limando asperezas. Eso lo aprendí cuando cursaba la carrera. Solía acudir a los congresos sobre el teatro del Siglo de Oro, donde se hablaba de la «normalización». Esto consistía en usar el léxico de la época para que el espectador de teatro o el lector actual no se pierda. He tratado que los personajes hablen sonando al Siglo de Oro y que la narración omnisciente tuviese el gusto de esa época también. Considero que he logrado un equilibrio. Siempre intento en mis libros entretener educando y enseñando.

L.C.E.D.M.: En la novela también se detiene en la descripción de las distintas clases sociales: aparece gente de la alta sociedad, criados o esclavos, estos últimos no concibiéndose su existencia en la actualidad pero que eran muy comunes en el siglo XVII…

A.P.M.: Totalmente, ha dado en el clavo. Quería que se vieran con normalidad las diferentes clases sociales existentes. Los esclavos eran muy comunes en esa etapa histórica, en la vida diaria de la ciudad, como en el resto de Castillla. Al igual que había banqueros genoveses y gente de muchos estratos sociales los esclavos formaban parte del paisaje cotidiano. La esclava de Valdés Leal que menciono en la novela, Polonia, es totalmente real y, aunque no lo cuente en la novela le comento que, desgraciadamente, tuvo que ser vendida pocos años después del momento en el que ubico los hecho de la trama para sufragar unos gastos, concretamente para arreglar una casa familiar. Estoy seguro de que tuvo que ser una decisión dramática porque ella formaba parte de la familia del pintor, ya que tenían un trato hacia ella muy cercano. Este hecho y otros, como el trato amable al niño mendigo que aparece en el libro me sirvieron para desmitificar la imagen del pintor, promovida por la Leyenda Negra, de persona violenta e impetuosa, enfrentándole siempre con Murillo, que siempre es mostrado como alguien amable y ni uno era tan amable ni el otro tan tosco. Los artistas siempre han tenido sus roces y celos profesionales.

En el caso de Valés Leal hay documentos que confirman que acogió en su casa a sus suegros, trayéndoselos de Córdoba. Luisa, su suegra, aparece en la novela y el suegro vivó antes con ellos y pagó incluso el entierro de su padrastro, Pedro de Silva, que era platero. Todo está documentado con licencias literarias determinadas.

L.C.E.D.M.: Es muy curioso que incluya en la trama a un hombre que era modelo y posaba desnudo para los pintores ¿Quiso demostrar que esta práctica habitual en las Escuelas de Arte actuales es muy antigua? ¿Estaba bien considerada por la sociedad?

A.P.M.: Con este personaje quise hablar de personas que, en la historia de la pintura, están un poco relegadas. Siempre se habla mucho de los pintores, de los discípulos, de los académicos, sabemos que el propio Valdés Leal fundó la Academia de Dibujo y Pintura junto a Murillo y Francisco Herrera El Mozo. Quería hablar de esas personas anónimas que aparecen en los cuadros. Curiosamente, cuando investigaba para la novela, me encontré con Antonio García Baeza, historiador del Arte, que es experto en montar exposiciones, y me ayudó mucho. Gracias a él supe muchos datos de la vida diaria en la Academia y accedí incluso a dibujos que mostraban las sesiones de trabajo allí, con el modelo siendo pintado y el resultado final. Estos dibujos son anónimos pero se sabe que eran de la época, muestran cómo posaba el modelo, y hasta incluye el nombre de éste, que también trabajaba de portero controlando las entradas y salidas en la Academia. Quería ahondar en esos personajes olvidados que formaron parte del universo artístico.

En aquella época sólo posaban los hombres. Las mujeres lo hicieron a partir del Clasicismo. Estos posados masculinos se desarrollaban siempre en un ámbito privado, como en la citada Academia, fundada en la Lonja de Mercaderes. Había un tabique con un portero para asegurar que los asistentes fueran profesionales que iban sólo a pintar y, de esta manera, tomaban apuntes del natural. Hay leyendas de que pintores, como por ejemplo Murillo, para retratar mujeres, recurrían a prostitutas, al estarles prohibido el posar en la Academia. También usaban actrices. Mujeres en definitiva que no tuvieran pudor en desnudarse.

L.C.E.D.M.: En la novela menciona profesiones tan antiguas como el mundo que remiten a clásicos de nuestra literatura que han creado arquetipos universales ¿ha sido un homenaje por su parte a su amor por la literatura?

A.P.M.: Exacto. Esas profesiones eran parte del día a día de Sevilla y Triana, que era más que un barrio, con sus oficios y su propia catedral. En la novela hay guiños solapados al Lazarillo de Tormes, a La Celestina y ciertos elementos de El burlador de Sevilla, que han aportado mitos literarios icónicos. Disfruté además recreando el teatro en esa época, con especial detalle al Corral de la Montería. Recibí clases de una de sus principales investigadoras, Mercedes de los Reyes Peña. Gracias a su labor y a la de otras personas como Mercedes Bolaños sabemos cómo era el gran teatro de Sevilla, que estaba prácticamente al otro lado de la Puerta del León del Alcázar.

L.C.E.D.M.: Finalizaremos con dos preguntas relacionadas con la moda. En esa pormenorizada descripción de la época, tampoco falta la vestimenta tanto masculina como femenina ¿Por qué tenía interés en este aspecto?

A.P.M.: Considero que el saber cómo se vestía en esa época era una manera de implicar más al lector a nivel sensorial. Creo que vestirse era un ritual en el Siglo de Oro y, aparte, es como una metáfora, porque la novela tiene varias capas. Hablando de la moda de la época ésta se caracterizaba por mucha superposición de prendas y era un símbolo dentro de una novela que contiene a su vez mucha simbología. Un ejemplo de descripción de un personaje es una mujer a la que describo con los hombros al aire. Eso era una declaración de intenciones y daba a entender a las claras que era una mujer casadera. A las mujeres casadas, por el contrario, no se les permitía ir así. El vestir dice mucho del estatus y el carácter de la persona: si es de una clase social o de otra, si es más o menos descarada. En el caso de las mujeres era más sencilla esta distinción porque había una mayor variedad de prendas. En el caso de los hombres era más complicado, porque las prendas eran más limitadas y predominaban los tonos oscuros.

Ejemplos de la vestimenta en el siglo XVII

L.C.E.D.M.: Para terminar, ¿nos podría describir su manera de vestir en su vida diaria y cuando asiste a un evento profesional, social o laboral?

A.P.M.: En mi vida diaria suelo llevar ropa que se denomina casual. El estar vinculada mi actividad al turismo y a la escritura me permite llevar ropa cómoda. Cuando asisto a la presentación o promoción de un libro suelo tender al equilibrio: chaqueta, camisa sin corbata. Pretendo ir elegante pero sin llegar a ir con esmoquin. Reconozco que no soy un obseso de la moda e incluso admito que le concedo poca importancia pero intento estar en armonía y en sintonía. Mi máxima es no llamar la intención, siempre quiero ir adecuado y en consonancia con el momento y la ocasión.

Guillermo López: «El tema que trata ‘El Principio de Arquímedes’ hace que se te remueva algo en tu interior»

La vida laboral da muchas vueltas y, actualmente, el actor Guillermo López (Madrid, 1995) es monitor en una piscina. Pero no se engañen, es por el personaje que interpreta en la obra El Principio de Arquímedes, escrita y dirigida por Josep María Miró y que representa en el Teatro Quique San Francisco de Madrid hasta el 29 de mayo junto a Pablo Béjar, Ana Belén Beas y Alejandro Tous. El actor madrileño, formado en el Estudio Juan Codina, nos habló de la mencionada obra, con un tema central controvertido, su personaje y repasamos con él su trayectoria teatral y en el cortometraje. Pasen y lean.

Foto: @moifernandezphoto

La Cultura Está De Moda: ¿Cuál fue su reacción al recibir la propuesta de participar en El Principio de Arquímedes?

Guillermo López: La propuesta me llegó el verano del año pasado por una llamada del propio autor y director de la obra, Josep María Miró. Es, aparte de compañero de profesión, amigo. Me dijo que le habían propuesto montar la obra al año siguiente y que quería que yo hiciera un personaje. Yo la obra no la había leído, aunque sí otras escritas por él. Me comentó que la obra ya la había estrenado en Madrid en el Teatro de La Abadía en 2014 con Rubén de Eguía y me comentó que habian hecho una película («El virus del miedo», dirigida por Ventura Pons). Me dijo que quería que interpretase al personaje de Héctor. Es la primera vez que, profesionalmente, se me concede un trabajo así, sin hacer una prueba y confiando en mi trabajo. Es mi primer trabajo profesional como tal, con letras mayúsculas, y me genera una sensación de haber hecho bien el trabajo en el pasado. Siempre he pensado que el trabajo llama al trabajo y, sobre todo, si estás contento con él. Me da confianza en mí mismo. Miró siempre trata a las personas con mucho amor y cariño. Me llegó a decir que me lo proponía siempre que yo quisiera hacerlo y estuviera disponible. Le respondí que iba de cabeza porque no tenía ningún tipo de dudas, que me pasase el texto y que, por supuesto, contase conmigo.

L.C.E.D.M.: De El Principio de Arquímedes se pueden hablar de varios aspectos. Uno de ellos es la manera en que está escrita. Tiene mucha velocidad en los diálogos para que llegue al público de una manera muy directa…

G.L.: Así es. La obra dura una hora y diez minutos más o menos. Está creada sobre la idea de cómo llegaría al público la información de cualquier caso que se escuchase en un informativo. Es mucha información dada de manera muy rápida y en la cabeza uno ha de ir componiendo la historia ya que, además, la obra tiene una estructura particular que hace que el proceso de asimilación de información sea así.

L.C.E.D.M.: Con respecto al espinoso tema de la obra, que no desvelamos para no hacer spoilers, sólo indicaremos que se centra en una grave acusación a un monitor de un centro acuático. ¿Qué le produjo a usted la primera lectura del texto?

G.L.: El tema de la obra es de tal incomodidad que cuando lo lees, lo ves y lo oyes, se te remueve algo por dentro. Cuando se produce esa sensación en mi interior yo leo de pie y moviéndome por mi casa. Eso es lo que hice cuando leí esta obra. No sientes comodidad con la historia.

L.C.E.D.M: ¿Cómo trabajaron el texto con Josep María Miró?

G.L.: Una de las cosas buenas que Miró tiene es que le da mucha importancia y peso al trabajo de mesa. Comienza analizando el texto durante tres o cuatro días. Son días de ensayo pero sin moverte de la silla y va frase por frase. Te deja leer el texto y que el actor proponga cosas. Te da mucha libertad a la hora de crear. Cuando se propone algo él accede a probarlo. Se trabaja muy a gusto con él. Con respecto al tema nos indicó que palabras explícitas y duras sobre o relacionadas con él no iban a decirse en ningún momento pero porque tampoco los personajes se lo terminan de creer. Además, como dramaturgo, Miró no es nada superficial y todo lo que pone en el papel u omite tiene una justificación.

El actor en la piel de su personaje en «El Principio de Arquímedes»

L.C.E.D.M.: ¿Usted piensa que la acusación al monitor es verdadera, falsa o se queda con las dudas?

G.L.: Creo que en esta obra no se puede llegar nunca a una conclusión. El texto está escrito y armado con la intención de que no se llegue a ella, como en la vida. Si hablo de mi personaje, yo estoy dudando todo el tiempo, además, de un amigo con el que llevo trabajando años a su lado. Es una persona de total confianza que, ante los hechos que acontecen, me genera miedo e incomodidad. No entra en la cabeza de mi personaje que su amigo sea lo que le acusan ser.

L.C.E.D.M.: Lo triste es comprobar es la actualidad que tiene la obra y la libertad con que se opina sin filtro en las redes sociales, por eso remueve tanto al espectador…

G.L.: . La obra se escribió en 2011, han pasado once años y parece que no hemos cambiado nada, e incluso que vamos a peor. Con las redes sociales parece que todos tienen que opinar de todo. Se escudan en la pantalla y en su avatar, pudiendo ser el vecino del primero.

L.C.E.D.M.: Hablando de un aspecto técnico en la obra, los sonidos exteriores tienen mucha importancia al centrarse la acción en el vestuario del centro acuático…

G.L.: Así es. Desde el principio se quiso ubicar de manera muy concreta al espectador. En este caso es el vestuario de una piscina. Desde allí se oyen voces de niños, chapoteos, se huele a cloro y, en el desenlace, el sonido es un personaje más.

L.C.E.D.M.: Ya que lo hemos entrevistado, si le nombramos a Pablo Béjar ¿qué se le viene a la cabeza?

G.L.: Es un actor que tiene mucha luz en la mirada. Lo he conocido en esta obra. Es un actor muy tierno y perfecto para El Principio de Arquímedes porque si se hubiese escogido a otro actor, con más dureza, construiría a otro tipo de Javi, su personaje. Pablo lo construye desde la ternura de tal manera que para mí, que construyo al personaje de Héctor desde la amistad más profunda que siento hacia él, no pueda considerar real la acusación que cae sobre él. No se lo puede creer. Eso Pablo lo hace posible por lo que tiene en la mirada.

L.C.E.D.M.: ¿Qué nota en el público que asiste a ver la obra?

G.L.: Percibo, sobre todo, incomodidad. No quieres hacer una obra para que la gente se sienta bien, quieres que se le remueva algo por dentro. La opinión general es que gusta mucho, interesa mucho el montaje y el tema. Al salir te hacen preguntas y yo les digo: «La cuestión no es buscar una solución a algo sino ¿qué punto de vista tienes tú con respecto a lo que te están contando?». Cuando la gente sale te mira con una cara de «Solucióname la vida por lo que acabo de ver».

L.C.E.D.M.: Antes había trabajado con Josep María Miró y con Alejandro Tous en la obra Umbrío, otra obra con un tema delicado, como es saber que han entrado en tu casa…

G.L.: Sí. En la obra no se llegaba a cometer un robo pero los dueños de la casa sentían que habían invadido su intimidad, encontrándose sus cosas revueltas. Es un texto también original de Miró y está lleno de recovevecos. Al igual que El Principio de Arquímedes genera dudas, preguntas, y el público desea saber cómo se soluciona la situación que ha ocurrido y también la razón de que haya pasado. Es la manera que tiene de escribir Miró sus obras. No quiere que el espectador se vaya de la función a cenar tan tranquilo, como había entrado inicialmente. Quiere que ir al teatro sea una experiencia que te cambie.

Con Alejandro Tous en «Umbrío», la primera vez que le dirigió Josep María Miró

L.C.E.D.M.: Si hablamos de temas fuertes tenemos que continuar con Animal, de Wajdi Mouawad, dirigido por Juan Codina en el Teatro de la Abadía…

G.L.: Ese montaje lo hice en 2018 y es una adaptación de Ánima, la única novela del autor de Incendios. Yo venía de formarme con Codina en su Estudio y este montaje era parte de un postgrado tras la formación. Me llamó, me lo propuso y lo hicimos con once o doce actores más. Recuerdo que el tema era muy macabro. Yo interpretaba al personaje sobre el que gira toda la historia. Es una obra muy interesante porque está contada enteramente desde el punto de vista de los animales que mi personaje se va encontrando por el camino. La obra duraba dos horas y cuarto y yo era el único que todo el tiempo era un ser humano, mientras que mis compañeros alternaban entre humanos y animales. Fue un trabajo corporal y de composición muy duro y gratificante. A Juan Codina se le da muy bien este tipo de montajes. Además el viaje de mi personaje era de héroe hasta llegar al infierno y a la locura. En el desenlace hay un giro donde dices: «¿Cómo has podido hacer esto?».

Con sus compañeros en «Animal» de Wajdi Mouawad dirigidos por Juan Codina en el Teatro de la Abadía

L.C.E.D.M.: Las tres obras de las que hemos hablado tenían una temática fuerte de diversos grados, pero en su trayectoria hay un título, Hijos de los 90, que es el polo opuesto…

G.L.: Sí. La hice justo después de Animal. Es la única vez en la que he trabajado el tono de la comedia. Se trabaja desde otro sitio muy diferente y era una forma de soltar intensidad corporal. La obra se centra en cinco amigos que se van de vacaciones a Gandía. Ivan Silva, que es un crack, la escribió, la dirigió y la protagonizó. Nos juntamos un grupo de amigos que deseábamos sacar algo y él quería mostrar muchos iconos de nuestra generación, concretamente de nuestra infancia y adolescencia. Recuerdo que un compañero y yo teníamos que cantar y bailar en un momento de la obra la intro de Pokemon y el público se ponía a cantar con nosotros. Me lo pasé muy bien haciendo esa obra. Motivaba mucho al público.

En un momento de la obra «Hijos de los 90»

L.C.E.D.M.: Además de teatro tiene experiencia en el audiovisual, concretamente en el cortometraje, haciendo de protagonista en varios de ellos, donde se ha de contar una historia en poco tiempo. ¿Qué le motiva hacerlo: la historia, el personaje, un cambio de registro…?

G.L.: Yo he hecho cortometrajes porque me han dado la posibilidad de trabajar otros perfiles que en teatro no he trabajado. Además, yo me hice actor por el cine. Amo el teatro, el teatro es mi casa y soy actor de teatro pero el cine tiene algo que me enamora y, si tengo oportunidad de trabajar en un cortometraje donde me interese la historia, el perfil o el equipo, lo voy a hacer.

L.C.E.D.M.: ¿Hay algún corto de los que ha hecho que destacaría por algún aspecto concreto?

G.L.: Sí, 2554. Es un corto que yo escribí y produje. Nos reunimos cuatro amigos de la escuela de teatro que queríamos hacer algo juntos, concretamente un thriller. Yo tenía amigos que trabajan en el audiovisual y en ese momento tenían una productora. Se lo mostré y trabajamos. Es muy especial porque me impliqué mucho personalmente.

L.C.E.D.M.: Si le digo el nombre Eduardo Rosa ¿usted qué me dice?

G.L.: Edu es mi hermano en esta profesión, que es muy bonita porque te da la oportunidad de conocer a gente muy sensible y con un corazón muy grande. Edu tiene un corazón como Madrid. Es la persona que más me ha cuidado en este trabajo al que me dedico. Es con quien escribí, produje y protagonicé 2554 y también trabajé en otro corto, STOUPM, siglas de ¿Se te ocurre un plan mejor? que él produjo, ya que me llamó para hacer un personaje. A Edu lo quiero un montón. Tiene un talento enorme y desde que nos conocimos en el primer año en el Estudio Juan Codina vi que era una persona con muchas inquietudes artísticas. Se lo ha currado muchísimo, haciendo cortos para universidades y escribiendo obras. Se merece estar donde está siete veces, y lo que le queda.

L.C.E.D.M.: Usted es un actor joven ¿tiene ilusión por interpretar un personaje concreto a lo largo de su carrera?

G.L.: El primero que se me viene a la cabeza es Pámpanos de El Público de Federico García Lorca. Trabajé la obra en el Estudio y en el momento en que la descubrí me percaté de por qué era el llamado Teatro Imposible de Lorca, lo que este hombre tenía en su cabeza y ya cuando vi el montaje dirigido por Álex Rigola con Juan Codina, al ver la escena de Pámpanos y Cascabeles entre Jaime Lorente y Jorge Varandela, me dije que yo quería estar ahí y hacer esa escena.

L.C.E.D.M.: Para terminar le haremos unas preguntas de moda ¿Qué importancia le da al vestuario en la composición de un personaje?

G.L.: Para mí el vestuario es básico y primordial. Con la forma en que vistes estás contando cómo eres. En El Principio de Arquímedes mi personaje, Héctor, y el de Pablo Béjar, Javi, van en uniforme por su trabajo. El vestuario es vital para definir al personaje, ya que no es lo mismo ponerse una sudadera con capucha que una americana. La fisicidad cambia totalmente.

L.C.E.D.M.: De los vestuarios que ha llevado ¿recuerda alguno en especial?

G.L.: El de Animal era un vestuario que unificaba a toda la compañía. Aunque fuésemos personajes diferentes y yo concretamente humano todo el tiempo, el vestuario sacaba el animal interior de cada uno. Recuerdo que llevaba una camisa larga medio rota con unas mallas. Era todo muy animalado. Acompañaba a la esencia del personaje.

L.C.E.D.M.: Para finalizar ¿nos podría definir su manera de vestir a diario y cuando va a eventos?

G.L.: En mi vida diaria me gusta llevar ropa ancha, tanto camisetas como pantalones y cuando acudo a algo más formal o salgo con amigos, algo que no hago tanto ahora por la situación que vivimos, me gusta pintarme las uñas y los ojos. En los eventos sí he ido algo más formal pero recnozco que me gusta ser un poco estrafalario, desde la perspectiva bonita de la palabra.

«El Público»: Alma, mente y corazón de poeta

Federico García Lorca son palabras mayores si hablamos de poesía y teatro. Sus obras son apreciadas en todo el mundo gracias a su riqueza y su potencia. Aparte de sus grandes dramas y tragedias existen al menos tres títulos que se caracterizan por su complejidad: Así que pasen cinco años, Comedia sin título y El Público. Esta última obra tuvo un viaje particular: se escribió entre 1929 y 1930, se salvó de ser destruida y no se estrenó a nivel mundial hasta 1986 en Milán de la mano de Lluís Pasqual con un amplio reparto que incluía a Pedro Mari Sánchez, Alfredo Alcón, Juan Echanove o José Coronado. Hace siete años Álex Rigola hizo un nuevo montaje con Irene Escolar, Juan Codina, Jaime Lorente y David Boceta entre otros. Ahora, Teatro Clásico de Sevilla ha sido quien ha puesto en pie este vanguardista texto con el que dan un gran salto cualitativo tras representar a autores del Siglo de Oro, Zorrilla, William Shakespeare o Valle-Inclán.

La compañía encabezada por Juan Motilla y Noelia Díez realiza un triple salto mortal hacia atrás del que caen con los pies clavados en el suelo, si nos permiten el símil gimnástico. El Teatro Lope de Vega de Sevilla ha sido el primer testigo de este montaje que es, desde su inicio, un cariñoso homenaje al gran autor granadino.

Una muestra de la escenografía y el vestuario en una escena de la obra. Foto: @luis_castilla_fotografo

La dirección y la dramaturgia de Alfonso Zurro ha dado en el clavo haciendo vanguardia dentro de la vanguardia, con una especial introducción, cambio de sexo de algunos personajes o llamativas ideas visuales. Desde nuestro punto de vista estos elementos encajan gracias a la propia naturaleza de la obra. Críptica, compleja y surrealista, El Público puede considerarse la contribución artística del autor a Un perro andaluz de Luis Buñuel o los cuadros de Salvador Dalí, los tres, amigos desde su convivencia en la Residencia de Estudiantes de Madrid.

Ante un texto de tales características se necesita a un elenco de actores y a un equipo técnico totalmente cohesionado para que nada desafine y la propuesta de Teatro Clásico de Sevilla está llena de belleza visual y auditiva con unas transiciones entre escenas muy bien realizadas. La escenografía y el vestuario de Curt Allen Wilmer y Leticia Gañán, la ilunimación de Florencio Ortiz, la música de Alejandro Cruz Benavides, el maquillaje de Manolo Cortés y las videoproyecciones de Fernando Brea y las ayudantías de dirección y vestuario de Verónica Rodríguez y Mar Aguilar funcionan, en conjunto, como un reloj suizo para poder ver en imágenes ideas potentes concebidas por García Lorca como sus reflexiones sobre el teatro, la dicotomía masculinidad/homosexualidad, el amor frustrado y no correspondido o el deseo reprimido.

Todo esto se completa con una interpretación de los actores sin mácula alguna, porque es la única manera de que los espectadores disfruten de esta obra. Todos y cada uno de los actores, sin excepción, dicen frases complejas con una naturalidad que hace que, aunque no tengan sentido, se siga viendo lo que se representa en el escenario.

Nueve actores se dejan la piel interpretando algunos hasta cuatro personajes para dejar escenas hermosas que se quedan en la retina: la escena de la figura de Pámpanos y Cascabeles a cargo de Luis Alberto Domínguez y Santi Rivera derrocha sensualidad y belleza gracias a la flauta tocada en directo por Rivera y la coreografía (de Isabel Vázquez) que se marcan y que se ve interrumpida por el imponente emperador que compone José María del Castillo.

La escena entre Pámpanos, Cascabeles y el Emperador. Foto: @luis_castilla_fotografo

El momento musical de las caretas es pura delicia mientras que la escena entre la Julieta interpretada por Lorena Ávila y el tentador caballo blanco al que da vida Piermario Salerno (frases en italiano, incluidas) mezcla dramatismo, deseo y comicidad. Este es el contraste del Caballo Negro al que da vida Iñigo Núñez.

La escena del Desnudo Rojo a cargo de Domínguez y Silvia Beaterio es un ejemplo de cómo mantener el tipo sobre un escenario con un sorprendente resultado al final de la transformación, por su fuerte carga simbólica y, para no extendernos mucho, la escena con el teatro en ruinas reflejadas en los espejos con un Juan Motilla reflexivo y desolado como el sitio en el que se encuentra pone el broche oro a un montaje hecho con alma, mente y corazón, como el que puso Federico García Lorca en todo lo que hizo.

Eva Rufo: «La comunicación entre la dirección, el diseño de vestuario y el actor debe de ser fluída»

La carrera de la actriz madrileña Eva Rufo ha sido, como la de muchos profesionales de la interpretación como una carrera de fondo. Ha acompañado a los espectadores un año entero encarnando a la encantadora Estefanía en Amar es para siempre durante toda la novena temporada y también formó parte de El Nudo, una de las propuestas más novedosas de la ficción televisiva. Estos personajes son de los últimos interpretados por esta mujer de magnétca mirada con una carrera forjada en los escenarios, dominando el verso en una prolífica etapa en la Compañía Nacional de Teatro Clásico con obras dirigidas por Eduardo Vasco o Helena Pimenta como El Alcalde de Zalamea de Calderón de la Barca o El Perro del Hortelano, La Noche de San Juan y Las bizarrías de Belisa, todas de Lope de Vega, entre otras. El teatro contemporáneo tampoco es desconocido para una actriz tan camaleónica actuando en obras como La Geometría del Trigo de Alberto Conejero, Kathie y el hipopótamo de Mario Vargas Llosa, Penal de Ocaña de María Josefa Canellada o su última incursión teatral, Cada átomo de mi cuerpo es un vibroscopio, que representa actualmente en el Teatro de la Abadía. De todo esto y más, como su participación en tres grandes series de época, nos ha hablado Eva Rufo para La Cultura está de Moda. Pasen y lean.

Foto: @alba_garciaa

La Cultura está de Moda: Ha tenido un personaje de peso en la novena temporada de Amar es para siempre ¿cómo valora la experiencia de haber estado en una serie diaria tan querida por los espectadores dando vida a Estefanía?

Eva Rufo: Haber participado en una serie tan afianzada y querida ha sido un regalo para mí, y con Estefanía ha sido doble, un personaje con un desarrollo muy rico a lo largo de la temporada y muchos matices para disfrutar. Además, la posibilidad de acompañarla a lo largo de un año me ha permitido crecer como actriz junto a ella, atreviéndome a explorar otros aspectos técnicos de mi trabajo, que en otras ocasiones, por falta de tiempo o de confianza, no me había atrevido a hacer.

L.C.E.D.M.: Ha tenido grandes momentos con actores como Oriol Tarrasón, Manuela Velasco, Joaquín Notario o David Janer ¿cómo ha sido la experiencia de rodar con ellos?

E.R.: De cada uno me llevo un aprendizaje. Todos son grandes actores, no sólo por su calidad actoral, sino también humana. Lo que me llevo de todos ellos son las risas… sin ellas no hubiéramos sobrevivido a un año tan duro.

Oriol Tarrasón y Eva Rufo en «Amar es para siempre» Foto: @manuelfiestas

L.C.E.D.M.: Una de las facetas del Estefanía ha sido la de de ejercer de espía ¿cómo ha vivido usted como actriz esta parte del personaje?

E.R.: Ha sido la parte más divertida para mí. En una serie como Amar es para siempre la parte emocional de los personajes está muy desarrollada, y si además los guionistas construyen una trama tan interesante, se convierte es un regalo. Ella comienza la temporada siendo decidida, arrojada, pero tiene que ir aprendiendo el oficio, cometiendo mil errores por el camino y aprendiendo de ellos. Lo más enriquecedor para mí es acompañar al personaje en los errores que comete, es lo que me conecta conmigo, y con el público que la ve. Uno crece equivocándose…

L.C.E.D.M.: Como una apreciación personal, a nivel de look, nos ha parecido que su personaje se nos parecía a Juliette Binoche recodándonos, por las vestimentas, a sus personajes en Herida (Louis Malle, 1992) y Chocolat (Lasse Halström, 2000) ¿ es una sensación nuestra o era en realidad así por parte de los guionistas y estilistas de la serie?

E.R.: El trabajo de investigación y ambientación del equipo de vestuario de Amar, encabezado por Gualter de Sá, es impecable. Esta temporada, por ejemplo, el paso del 1979 a 1980 es muy sutil, y aunque comenzaba una década, nada tenía que ver la España de 1980 con la idea de la movida madrileña que tanto marcó, y que surgió unos años más tarde. En cuanto a mi personaje, no sé si la veo muy en relación con las películas que me comentan, quizá en los toques más arriesgados en cuanto al color y la silueta muy marcada, y que apoyan el carácter abierto y fuerte de Estefanía.

Eva Rufo y Joseba Apaolaza en la veterana serie diaria

L.C.E.D.M.: Ha hecho un personaje muy diferente en El Nudo, donde la mayor parte de las veces hablaba a alguien que el espectador no veía por lo que parecía hacer pequeños pero contundentes monólogos para ir desentrañando la trama ¿ qué sintió al recibir una propuesta así?

E.R.: Sentí que era una oportunidad para sacarle partido a un registro que no había tenido posibilidad de trabajar hasta entonces. Los monólogos a cámara estaban muy fragmentados, y además de ser una simple narradora, quise que la ironía del personaje fuera la línea que uniera todas sus intervenciones. Ya estaba marcado en el guión, pero fue divertido acordar con los directores cómo darle a Nerea un continuo punto de vista sobre cada uno de los acontecimientos que se iban desvelando.

Eva Rufo junto a Enrique Villén en «El Nudo»

L.C.E.D.M.: Las series de época también han sido una constante en su carrera. La más reciente que se ha emitido ha sido La cocinera de Castamar ¿qué destacaría del trabajo en esa serie y de la impecable ambientación que tenía?

E.R.: Mi participación en esta serie ha sido pequeña, y aunque disfruté mucho, poco les puedo decir… El trabajo de ambientación fue extraordinario, y tener la experiencia de viajar en un carruaje del siglo XVIII tirado por caballos fue una aventura personal que me llevo para siempre.

L.C.E.D.M.: En La Catedral del Mar interpretó otro potente personaje, de nuevo con una impecable ambientación ¿cómo vivió ese rodaje sumergida en la Barcelona medieval?

E. R.: Fueron muchos meses de grabación, en distintas ciudades de España, con una producción de altísima calidad, y tener la posibilidad de grabar en escenarios reales como Barcelona o Cáceres hacía que el peso de la historia facilitara mucho nuestro trabajo. Interpretar al personaje de una novela es una responsabilidad, y más si se trata de un bestseller,  pues los lectores ya tienen una imagen del personaje en la cabeza y pueden sentirse defraudados si propones algo muy alejado del imaginario colectivo. Isabel es uno de los personajes más odiados que he tenido la posibilidad de interpretar, y uno de mis preferidos.

La actriz en «La Catedral del Mar» @javierdeagustin

L.C.E.D.M.: En Carlos. Rey Emperador interpretó a la reina de Francia ¿qué sintió interpretando ese personaje, vestida por Pepe Reyes?

E.R.: Era mi primera vez en una serie de época, que además venía con la resaca del éxito de Isabel, e iba muy nerviosa. El equipo de vestuario, con Pepe Reyes a la cabeza, se ocupó de que me sintiera como una verdadera reina de Francia, cuidando hasta el más mínimo detalle. Fue la primera vez que trabajé con Pepe, luego vinieron La Catedral del Mar y El Nudo, y sólo puedo decir de él que su calidad como figurinista está a la altura de su gran corazón.

Eva Rufo y Alfonso Bassave, los reyes de Francia en «Carlos, Rey Emperador». Foto: @javierdeagustin

L.C.E.D.M.: En teatro ha estado en una obra junto con dos actrices entrevistadas por nosotros: Zaira Montes y Consuelo Trujillo. Nos referimos a La Geometría del Trigo  ¿cómo ha sido para usted trabajar en esta obra escrita y dirigida por Alberto Conejero sobre la búsqueda de los orígenes?

E.R.: ¡Me nombran a dos hermanas! Ya han pasado casi cuatro años desde que comenzamos los ensayos y dos con una gira que aún da coletazos. Con La Geometría del Trigo Alberto Conejero recibió el Premio Nacional de Literatura Dramática. Me siento afortunada de interpretar uno de sus personajes y de haberle dado a Laia una parte de mí. Ha sido un trabajo cocinado a fuego lento, pasamos muchas horas trabajando con Alberto, que además se lanzaba a su primera dirección. Es una obra hermosa sobre el regreso al origen y la importancia de conocerlo para sanar el presente y afrontar el futuro.

Eva Rufo y José Bustos en «La Geometría del Trigo». Foto: marcosgpunto

L.C.E.D.M.: Pudimos verla en Kathie y el hipopótamo de Mario  Vargas Llosa, dirigida por Magüi Mira, con una dramaturgia muy particular ¿qué supuso para usted como actriz este montaje?

E.R.: Fue la primera obra de teatro en la que trabajé después de estar muchos años en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, y enfrentarme a un texto contemporáneo, y de la calidad de un autor como Vargas Llosa, lo viví con responsabilidad y alegría. Pero el verdadero regalo fue conocer a una panda de compañeros que depués se convertirían en amigos. Trabajar con Ana Belén, Ginés García Millán, Jorge Basanta y David San José fue de las experiencias más divertidas que he vivido. Les quiero mucho.

La actriz con sus compañeros y la directora de «Kathie y el hipopótamo», Magüi Mira. Foto: sergiopfotografia

L.C.E.D.M.: Fue dirigida por Ana Zamora en Penal de Ocaña, obra que reafirma la función social del teatro ¿lo considera de igual modo?

E.R.: Penal de Ocaña fue uno de los trabajos más exigentes a los que me he enfrentado, no sólo porque era un monólogo, sino por el valor documental y emocional que tenía. Se trataba del diario personal que la abuela de Ana, María Josefa Canellada, escribió durante el primer año de la Guerra Civil, y su transformación: de estudiante de Filosofía y Letras a enfermera voluntaria en el hospital de sangre improvisado en el Penal de Ocaña. Para Ana era importante dejar testimonio de una generación con un compromiso humanista más allá de colores políticos.

La actriz en «Penal de Ocaña». Foto: @teatroabadia

L.C.E.D.M.:La vimos interpretando a Isabel en El Alcalde de Zalamea y a la Condesa Diana en El Perro del Hortelano ¿qué supuso para usted meterse en la piel de dos personajes tan potentes del Siglo de Oro?

E.R.: La etapa en La Compañía Nacional de Teatro Clásico fue una de las más enriquecedoras de mi carrera. Estuve seis años allí, y crecí como actriz y como persona. Aprendí a trabajar como una pieza más de un engranaje muy grande, conocí de cerca todos los oficios técnicos que intervienen en una producción y comprendí el trabajo en equipo y la importancia del rigor en el trabajo con la palabra. Interpretar a grandes personajes de la literatura universal fue una responsabilidad y un goce enorme.

La actriz con Joaquín Notario en «El Alcalde de Zalamea» Foto: @teatroclasico

L.C.E.D.M.: ¿Puede adelantarnos algún proyecto en el que esté involucrada y del que pueda contarnos algún detalle?

E.R.: Estoy representando Cada átomo de mi cuerpo es un vibroscopio en el Teatro de la Abadía, un sueño personal sobre la historia de la escritora sordociega Helen Keller y su maestra, Anne Sullivan, que llevo cinco años queriendo sacar adelante y ahora, por fin, se ha podido materializar gracias a un gran equipo, encabezado por Rakel Camacho, directora y coautora junto a David Testal, y junto a Esther Ortega como compañera de reparto.

La actriz en la obra que representa en el Teatro de La Abadía. Foto: @marialacartelera

Continúo con dos proyectos muy queridos que siguen viajando por España: La Geometría del trigo, de Alberto Conejero, y Esta Divina Prisión, un recital de poesía mística con dirección de Ana Contreras y dramaturgia de Raúl Losánez, junto a dos grandes compañeros: Lola Casamayor y Jesús Noguero.

L.C.E.D.M.: Para finalizar, unas preguntas sobre moda para unir las dos temáticas del blog: ¿ qué importancia le da al vestuario en la composición de un personaje y qué vestuario destacaría de los que ha llevado? Puede decir más de uno.

E.R.: El vestuario es parte fundamental en la construcción de un personaje, y debe tratarse con el mismo cuidado que otros elementos de su composición. La comunicación entre la dirección, el diseño de vestuario y el actor debe ser fluída, para que vaya a favor de la idea que se quiere transmitir, y a la vez sea fácil de llevar para el intérprete, que es quien va a salir a escena con ello. Me siento afortunada de haber llevado diseños de Lorenzo Caprile, Pepe Reyes, Gualter de Sa, y una larga lista de diseñadores con los que he tenido la fortuna de trabajar.

Eva Rufo y David Boceta vestidos por Lorenzo Caprile en «El Perro del Hortelano». Foto: @teatroclasico

L.C.E.D.M.: ¿Podría describir su manera de vestir en su vida diaria y cuando asiste a eventos? Lo que suele ponerse, lo que le gusta ponerse y lo que no…

E.R.: Me gusta la moda como un medio más de expresión. Soy menos arriesgada de lo que me gustaría, y cuanto más edad cumplo más me importa la calidad y menos la cantidad. La sostenibilidad como base a partir de la que consumir moda, usar realmente lo que necesitamos e intentar saber de dónde viene me parece una manera responsable de relacionarme con el mundo.

Foto: alba_garciaa

«Romeo y Julieta»: Amor maldito

Hay historias de amor trágicas desde que el mundo es mundo pero la escrita por William Shakespeare en Romeo y Julieta ha trascendido el paso de los siglos y ha calado en la cultura de una manera muy honda, como demuestran la literatura posterior a esta obra de teatro o el cine, que la ha adaptado desde la manera más clásica, como mostraron las películas dirigidas por George Cukor en 1936 con Leslie Howard y Norma Shearer y por Franco Zeffirelli en 1968 con Leonard Whiting y Olivia Hussey , galardonada con dos Oscar: al Mejor Vestuario y a la Mejor Fotografía, hasta de forma moderna como la versión dirigida por Baz Luhrmann en 1996 con Leonardo DiCaprio y Claire Danes. También la historia de los amantes de Verona ha servido de inspiración a películas premiadísimas como el musical West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961), con Natalie Wood, Richard Beymer y los premiados Rita Moreno y George Chakiris o de gran popularidad como Rebeldes (Francis Ford Coppola, 1983) basada en una novela de culto de S.E.Hinton con un reparto que incluían a unos jovencísimos Tom Cruise, Matt Dillon, Diane Lane, Patrick Swayze, Rob Lowe, Ralph Macchio, Emilio Estevez o C. Thomas Howell.

Yendo ya al montaje teatral que nos ocupa es de agradecer que esta obra de Shakespeare se vuelva a poner en pie. Primero la vimos, en lo que a España se refiere, en televisión en un estupendo Estudio 1 de 1972 dirigido por José Antonio Páramo encabezado por Ana Belén, Tony Isbert y Agustín González. La vimos en su momento representada en una producción de La Madeja Teatro, y Teatro Clásico de Sevilla (responsable del montaje del que vamos a hablar), la montó el año pasado para el disfrute del público, con el aliciente de esta temporada tan inusual de reponerla incluyéndola en un programa doble en el Teatro Lope de Vega de Sevilla junto con Luces de bohemia de Valle-Inclán para conmemorar sus quince años de existencia.

Lara Grados y Ángel Palacios, la pareja protagonista de «Romeo y Julieta». Foto: @luis_castilla_fotografo

No es la primera vez que la compañía liderada por Juan Motilla y Noelia Díez monta una obra de Shakespeare ya que hizo un maravilloso montaje de Hamlet hace cinco años. En esta ocasión, contando de nuevo con versión y dirección de Alfonso Zurro que tantas alegrías nos da a los espectadores gracias a su saber hacer y traslada la acción a la España de la Guerra Civil para incidir en el tema de los bandos enemigos, en cada uno de los cuales se encuentra uno de los miembros de la pareja que da nombre a la obra.

Zurro trabaja, en el aspecto técnico, con profesionales con los que demuestra una vez más que se compenetra a la perfección. Además de Verónica Rodríguez como ayudante de dirección, el montaje cuenta con la escenografía de Curt Allen Wilmer, la cual se centra en esta ocasión en un muro rotatorio manualmente que sirve de manera simbólica para incidir en el tema de la separación de la España de finales de los años treinta del siglo pasado, y física para transitar a los distintos escenarios donde transcurren las escenas.

Un potente momento de la obra. Foto: @luis_castilla_fotografo

La iluminación de Florencio Ortiz es de una gran potencia, creando climas y transmitiendo sensaciones y sentimientos mientras que el vestuario de Carmen y Flores de Giles tiene sus picos más altos de belleza en el vestido de Julieta al final de la obra, en los trajes del baile, en el traje del monje, al que no le falta detalle y en la vestimenta de Rebeca Torres, impecable como señora Capuleto y cuyo maquillaje y peluquería, a cargo de Manolo Cortés, le da un aire de sofisticación que le va como un guante al personaje, así como el ama interpretada por Amparo Marín tiene, gracias al vestuario y a su peinado, un aire más recatado. Todo lo dicho envuelto con la música de Jasio Velasco, con pinceladas de suspense.

El baile, un importante momento de la obra. Foto:@luis_castilla_fotografo

Con respecto a los actores hay que volver a incidir en la maestría con que Rebeca Torres y Amparo Marín componen sus personajes. La primera mencionada hace suya a la madre de Julieta y está impecable, mientras que Marín añade a ese recato exterior una picardía interior que da lugar a pensar que el deseo arde dentro de ella. Manuel Monteagudo compone perfectamente al fraile, por cierto, la primera vez que lo vemos sin su habitual barba y Antonio Campos hace con Torres un perfecto binomio como matrimonio que quiere lo mejor para su hija, aunque no tengan en cuenta su opinión.

Por su parte sorprende la naturalidad, frescura y espontaneidad en primer lugar por Ángel Palacios y Lara Grados como los jóvenes amantes. Dicen el texto de una manera natural con ausencia de exageración y eso acerca más el texto de Shakespeare al espectador. Hay un matiz personal que hemos apreciado: nos ha parecido que se ha querido reinicidir en la pureza de su amor, aunque el deseo sexual es normal que vaya unido a él, pero los personajes no se mueven por sus bajos instintos sino por la ilusión de un primer amor verdadero y eso tanto Palacios como Grados lo han sabido transmitir muy bien para que contraste aún más con el trágico final de su historia de amor por carambolas del caprichoso destino. Además Grados proporciona una de las imágenes más impactantes del montaje cuando deja caer su cuerpo al tomarse el brebaje que la hará parecer estar muerta.

Y el resto del reparto no se queda atrás: José Luis Bustillo, el inolvidable preso de Luces de bohemia que interpretó para esta misma compañía, se desdobla en dos enemigos de Romeo pero con matices distintos, a pesar de idéntico destino: el noble Paris que aspira a casarse con Julieta y Tobaldo, el capuleto irascible, cuyo primer enfrentamiento con Romeo y sus amigos significa el comienzo de la serie de trágicos acontecimientos que contiene la obra. Luis Alberto Domínguez como Benvolio y Santi Rivera como Mercucio aportan esa dosis de lealtad y de amistad que apoya a Romeo hasta el final, con bromas verbales y gestuales que dan cuenta de la complicidad de los tres personajes.

Santi Rivera, Luis Alberto Domínguez y Ángel Palacios, o Mercucio, Benvolio y Romeo. Foto: @manuel_israel_

Teatro Clásico de Sevilla sigue, con Romeo y Julieta, haciendo teatro con sentido y sensibilidad, como demuestra la utilización de las flores para ocultar la muerte, otro recurso más como si de una chistera de mago infinita se tratase.

Carolina Rubio: «El humor es la clave para tratar temas que a la gente no les gusta comentar»

Transitar por varios estados emocionales y estilos es una de las capacidades que tienen los actores. La joven actriz Carolina Rubio es un buen ejemplo de ello. Malagueña, concretamente nacida en Antequera, y antes conocida como Carolina Herrera, se formó en el Laboratorio William Layton y ha actuado ya en el Teatro de la Comedia, el Teatro Español o en el Teatro Valle-Inclán a través del Centro Dramático Nacional e incluso en La Casa de la Portera. Lo mismo hace una obra irreverente protagonizada por monjas que participa en propuestas de las más diversas de obras del Siglo de Oro. La Cultura está de Moda ha conversado con ella para que contase su participación en una película que actualmente está agradando al público, su próximo proyecto teatral y su trayectoria profesional sobre las tablas y en el sector audiovisual. Pasen y lean las palabras de una actriz que combina su dulzura exterior con su potencia interpretativa.

Foto: @luciaalonsoherranzphotography

Alejandro Reche Selas: Usted es una de las protagonistas de Mi gran despedida una película está teniendo una buena aceptación por parte del público en su exhibición en los cines ¿Qué nos puede contar de ella?

Carolina Rubio: Es una película que rodé en Cádiz hace un año y es mi último trabajo en el que salgo acreditada como Carolina Herrera. Es una historia de mujeres andaluzas dirigida por Antonio Alamo y Antonio Hens y comparto cartel con Rocío Marín, Eloína Marcos y Carmen Vique. Como anécdota llevo el pelo rosa en la película y la presentamos en el Festival de Málaga que acaba de finalizar.

A.R.S.: En el terreno teatral el 15 de octubre se representará Mujercitas en el Teatro Español, una obra en la que usted participa y que se vio aplazada por el confinamiento ¿Qué nos puede contar de este montaje basado en una popular novela y que ha conocido cuatro versiones cinematográficas muy bien consideradas, la última estrenada el año pasado?

C.R.: Es una obra que va a ser de las más significativas de mi carrera porque amo Mujercitas. Leí la novela cuando era pequeña y la estoy refrescando un poco en mi cabeza. Sin embargo no va a ser la historia de la novela tal cual porque de hecho el título de este montaje teatral se completa con la frase En palabas de Jo. Se puede decir que la historia es una excusa para contar la vida de la autora, Louisa May Alcott. De hecho el personaje de la escritora está incluido en el montaje. Es una adaptación libre porque los espectadores verán el proceso de escritura de Mujercitas a la vez que cuenta la historia de la novela. Lo de mencionar a Jo es porque la autora se identifica con ese personaje de su creación, es su alter ego. Y con respecto a la ambientación el vestuario es de época. Aclaro que la gente que venga a ver el montaje no verá la película como tal. La historia sí está contada pero presenciará algo diferente.

A.R.S.: Además se reúne un reparto muy potente…

C.R.: Sí, y se dio la circunstancia de que llevando una semana de ensayos cerraron los teatros en marzo por la pandemia y recuerdo que nos abrazábamos todas llorando. Éramos ya los personajes. Fue algo muy significativo porque los personajes están mucho tiempo encerrados en sus casas, apenas salen y nosotras estuvimos encerradas por el confinamiento. Durante este tiempo hemos estado hablando por Zoom y repasando el texto de la obra, para sentirnos conectadas.

A.R.S.: ¿Me puede especificar qué personaje hace usted en la obra?

C.R.: Yo interpreto a Beth, la que toca el piano de las cuatro hermanas.

A.R.S.: Que no es la pequeña, un error que yo tuve sobre todo por la versión de Elizabeth Taylor y que la de Winona Ryder ya me aclaró…

C.R.: Así es, la pequeña es Amy. Hay un poco de confusión y efectivamente a veces se piensa que la pequeña es Beth y no es así. En la novela está claro desde el principio.

A.R.S.: La historia de Mujercitas tiene un fuerte componente feminista ¿se ha potenciado este factor en el montaje, así como la mezcla de drama y comedia que contiene?

C.R.: Pues realmente no ha habido un planteamiento previo de enmarcarlo en un género concreto. Los momentos dramáticos y cómicos se muestran conforme avanza el montaje. Con respecto al tema del feminismo no hemos hablado del tema como tal. Sí es cierto que, al trabajar escenas de la obra, vimos que había varias con reivindicaciones feministas muy evidentes por parte de la autora, por ello se manifiestan pero no incidiendo mucho ni de una manera panfletaria entre comillas. Todo se aborda y surge de una manera natural.

A.R.S.: ¿Qué destacaría del trabajo de la directora del montaje, Pepa Gamboa?

C.R.: Aunque, como mencioné, sólo hemos podido ensayar una semana, estoy muy agradecida por todo lo que Pepa propone, ya que es desde la libertad y del juego, lo cual favorece a la obra porque interpretamos a niñas que están en su casa. Trabajar desde esa perspectiva es muy bueno porque podemos jugar de verdad y probar cosas, y Pepa ha potenciado todo eso.

A.R.S.: Curiosamente esta obra va a ser la segunda que va a representar en el Teatro Español, ya que antes hizo allí también Donde el bosque se espesa hace dos años dirigida por Laila Ripoll, una directora muy comprometida con cada montaje que hace y con compañeras de la talla de Mélida Molina o Arantxa Aranguren…

C.R.: Mélida Molina se ha convertido en una de mis mejores amigas. Hemos compartido muchas cosas ya que también hicimos gira y además grabamos un documental sobre la obra, por lo que abarcó varios años, desde 2016 hasta 2019. Todo ello ha propiciado que se crease una familia porque trabajar con Laila es de lo más fácil que he hecho. Cuando comenzamos los ensayos reconozco que yo estaba muy nerviosa. Un día me dije: “Pero si la obra ya está montada». Era una sensación de haber trabajado mucho pero sin esfuerzo ni sufrimiento. El proceso se enfocó desde probar cosas, el disfrute y la tranquilidad.

A.R.S.: La descripción del proceso cobra especial relevancia debido al gran drama que contaba la obra…

C.R.: Sí. Era una obra muy dramática y dura. Acababa cada función destrozada emocionalmente, como cuando lloras mucho y te duele el corazón. Esa era mi sensación cada día. Laila trata mucho la Memoria Histórica y hablaba mucho de la Guerra de Yugoslavia. Ese contexto lo trasladaba a España tratando las vidas de los miembros de una familia que vienen a España, donde descubren sus verdaderas raíces. Se contaba un viaje por toda Europa por parte del personaje de “mi madre” que interpretaba Arantxa Aranguren y del mío.

Carolina Rubio con Arantxa Aranguren en «Donde el bosque se espesa». Foto: @javier_naval_stage_photo

Además yo tenía una obra que transcurría en una fosa común, y yo recuerdo que Laila y Mariano Llorente nos llevaron a presenciar una exhumación real y fue una experiencia inolvidable, y me comprometí mucho con la obra a nivel personal y emocional. Fue un proceso que fue cambiando en mí: comenzó como una obra en la que, como hago siempre, me intereso por los temas que se tratan y al final me tocó personalmente. Me permitieron entrar en una fosa pero no lo hice.

A.R.S.: Si hablamos de teatro no se puede dejar de mencionar su etapa en la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, de la que formó parte de la cuarta promoción…

C.R.: Sí además se dio la circunstancia de que Laila Ripoll es la persona que me hizo las pruebas para entrar y ese fue el motivo por el que me escogió para hacer Donde el bosque se espesa. A los ocho meses de entrar en la cuarta promoción me llamó para su montaje. Yo le tengo mucho que agradecer a la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico porque me abrió muchas puertas. Es  un pilar muy importante de mi carrera y de lo que estoy muy orgullosa porque es un trabajo muy laborioso el que allí se hace. De hecho mi vinculación continúa porque voy a estar en el montaje que va a dirigir Lluís Homar en su nueva etapa.

A.R.S.: Ahondando en esa etapa, tengo entendido que la promoción se divide y mientras una parte hacía La villana de Getafe de Lope de Vega usted se embarca en un proyecto educativo y en una obra de teatro inédita…

C.R.: Así fue. Yo entré e hice Préstame tus palabras, una de las experiencias más gratificantes que he vivido. Era una iniciativa pedagógica en la que íbamos a institutos de toda España para acercar el teatro clásico a las aulas. Era curioso porque los estudiantes nos miraban de manera rara al principio y, a medida que íbamos avanzando, se inclinaban cada vez más en las sillas y nos hacían muchas preguntas, con lo cual demostraban tener mucho interés por lo que habían presenciado. Me sentí muy útil acercándoles nuestros autores del Siglo de Oro a jóvenes que no tenían mucha diferencia de edad conmigo. Fue una manera de proporcionarles una herramienta que les fuese de provecho. Esta experiencia la hicimos tres años seguidos durante el mes de noviembre.

A.R.S.: Y luego llegó Pedro de Urdemalas de Cervantes…

C.R.: Exacto. Fue curioso porque inicialmente iba a ser una lectura dramatizada dirigida por Denis Rafter pero nos animamos y se disparó tanto la imaginación que Helena Pimenta decidió hacer un montaje teatral, que fue el que inauguró la Sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia. Es una obra complicada de poner en pie, pero nos lo pasamos muy bien. Cuando la leí vi la dificultad que tenía pero me enamoré de la propuesta que salió bien e hicimos temporada en Madrid y fuimos al Corral de Comedias de Almagro con ella.

A.R.S.: ¿Cómo fue la experiencia de trabajar una obra del Siglo de Oro con un director, Denis Rafter, que no es español?

C.R.: El proceso fue curioso porque él es irlandés y tenía una visión muy diferente de la obra a la que podíamos tener mis compañeros y yo. Para él todo valía. Tenía un punto de vista muy divertido. Resultó ser una locura de montaje que no tenía que ver con lo que es el concepto del Siglo de Oro generalizado. Además, como era un texto que no se había montado nunca, todo era una novedad para los que la hacíamos y para los espectadores, que se lo pasaban muy bien.

Con sus compañeros en «Pedro de Urdemalas»

A.R.S.: Su siguiente proyecto es Fuente Ovejuna, que supone ya el trabajo de la cuarta promoción de la JCNTC al completo…

C.R.: Así fue. Nos juntamos todos. Ese montaje lo combiné con los ensayos de Donde el bosque se espesa. Además, como anécdota, tenía lesionada la rodilla, aguanté hasta que acabó todo y luego ya me operaron.

 A.R.S.: ¿Qué supuso hacer una obra tan colectiva?

C.R.: El director de la obra, Javier Hernandez-Simón, se encargó de que todos nos sintiésemos parte del pueblo. Yo hacía de campesina y le puse un nombre, Margarita. Javier formó el pueblo y estábamos todos en escena de una manera activa independientemente de la cantidad de texto que tuviésemos.

Era una sensación maravillosa porque te sentías espectador de tu propia obra. Como parte del pueblo tenías que estar muchas veces escuchando, que es lo más difícil de hacer en el escenario.

A.R.S.: Luego se produce una reducción del grupo de su promoción y este hace los montajes de La dama boba y Los empeños de una casa, en los que usted actúa…

C.R.: Sí, pero yo no estoy inicialmente, porque estaba grabando el documental de la obra de Laila Ripoll que le comenté. Lo que ocurre es que ambos títulos se repusieron más tarde y yo sustituí a una compañera en los dos. Volví a la Sala Tirso de Molina, que me encanta, con dos grandes textos porque, para empezar, La dama boba es mi obra favorita e hice el personaje de Clara.

A.R.S.: Ese montaje era una versión moderna de la obra de Lope de Vega pero dejaba constancia de la actualidad que tenía un texto escrito varios siglos atrás…

C.R.: Totalmente. Habla del amor, de los celos, del querer bien y es muy actual. Hacer una obra del Teatro Clásico vestida de Zara y hablando de tú a tú fue la evidencia de que los textos pueden modernizarse. Los versos le dan a la obra un lenguaje elevado pero no tenemos la obligación de hablar en ese tono. La forma en que decidió llevar el montaje Alfredo Sanzol fue la evidencia de los clásicos son actuales. En ese sentido ese montaje fue muy revelador y muy evidente.

A.R.S.: Pasando a Los empeños de una casa de Sor Juana Inés de la Cruz que dirigieron Pepa Gamboa y Yayo Cáceres tengo entendido que fue un montaje muy divertido por la cantidad de enredos que hay en la obra…

C.R.: Nos reíamos todo el tiempo tanto en escena como cuando no estábamos en ella. Me hubiese encantado hacer la función detrás porque era todo muy divertido.

A.R.S.: Y representar obras de teatro en el Festival de Almagro ¿qué supone para usted?

C.R.: Pues para mí un verano sin Almagro es un verano raro. Yo lo considero ya una costumbre porque me encanta ir allí. Me siento afortunada de haber ido varios años seguidos. Es como ir a un encuentro, estar con gente, ir a tomarte algo, el ambiente, en el que se respira teatro. El lugar es sano, hermoso, con mucha historia. Ir al Festival de Almagro es como un ritual y una oportunidad para los actores.

A.R.S.: Para hilar, uno de sus compañeros de promoción Jimmy Castro compartió escenario con usted en La Ola que representó en el Centro Dramático Nacional ¿Cómo fue trabajar una en una obra con un tema tan particular basado en hechos reales del que además se hizo una película?

C.R.: Fue muy especial. Efectvamente, trabajé con Jimmy y ambos nos presentamos para las pruebas de la JCNTC juntos e hicimos juntos los dos primeros proyectos. La Ola trata un tema duro que, como dice se basa en hechos reales: un experimento que se llevó a cabo en Estados Unidos y tuvimos la oportunidad de conocer a un alumno que lo vivió en primera persona. Además hablamos por Skype con el profesor que lo realizó y el director del montaje, Marc Montserrat Drukker, viajó allí, al propio colegio y la escenografía reproducía muy fielmente el lugar real. Había mucha documentación e Ignacio García May hizo una dramaturgia donde se reflejaban a personas que vivieron el experimento el cual destacó porque a los responsables se les fue de las manos. Desde fuera se suele pensar algo que los propios alumnos se plantean al inicio de la obra : ¿Cómo dejaron los alemanes que esto sucediese?, pero cuando avanzaba la obra mi personaje, por ejemplo, que se llamaba Wendy, entraba muy bien en la Tercera Ola pero a mí se me ponían los pelos de punta y se me removía algo en el interior cuando se gritaban varias consignas.

A.R.S.: La obra tiene una parte caótica ¿estaba todo medido?

C.R.: Sí, totalmente medido. Era una partitura que se tocaba perfectamente en todas las funciones. Marc es un director muy preciso. Sabe lo que quiere. Era una obra muy coreográfica en el sentido del nivel de precisión, ya que había muchos movimientos, saludos. La obra comenzaba con el típico caos de una clase de instituto para luego pasar a la precisión dictatorial y la inteligencia. Todos hacíamos los movimientos a la vez y eso estaba muy calculado y esa precisión se llegaba a disfrutar. Era muy heavy vivirlo desde dentro.

Un momento de «La Ola». Foto: @davidruano_fotografia

A.R.S.: Una obra que no se puede calificar de heavy pero sí transgresora fue Cerda, en la que usted sustituía a Inma Cuevas ¿Qué supuso para usted este montaje tan particular en el buen sentido?

C.R.: Fue una obra divertidísima. Para mí hacerla fue un regalo que me dio la vida porque yo estaba haciendo Nápoles Millonaria, la obra de final de carrera de mi escuela que es el Laboratorio Wlliam Layton y fui a verla a La Casa de la Portera. Me enamoré de la obra. Le escribí a su director, Juan Mairena y le dije: “Me ha encantado, si algún día escribes Burra llámame”. A los pocos meses me llamó y me dijo: “No te llamo para hacer Burra pero sí Cerda”. Curiosamente yo estaba en ese momento en Los Angeles haciendo la obra de final de carrera que he mencionado y regresé para hacer Cerda y el casting de La Ola, donde precisamente hice un monólogo de Cerda, ya que en la primera prueba te pedían un monólogo cómico y otro dramático, y ya en la segunda fase hacías escenas de la propia obra. Aún le sigo diciendo a Juan Mairena que volvamos a hacerla, ya que ahora la gente quiere reírse con todo lo que está pasando con el coronavirus. Nos reíamos constantemente además de sentir las energías de La Casa de la Portera.

A.R.S.: Por lo que cuenta a usted no le importa hacer obras que rompan tabúes y sean transgresoras…

C.R.: A mí me encanta hacer obras transgresoras. No tengo problemas en hablar de ningún tema y poner a la gente colorada. El humor es la clave para tratar temas que generalmente a la gente no les gusta comentarlos. Normalmente ocurre que esas personas se ríen y cuando salen se dan cuenta de lo que se han reído. Para mí eso es señal de que lo estamos haciendo bien. Con esta obra era muy claro porque a veces venían personas muy conservadoras, se reían y luego caían en la cuenta y yo les decía a veces: “Pues esto es la vida”

 A.R.S.: ¿Qué importancia tiene para usted el vestuario?

C.R.: Lo considero muy importante pero, sobre todo, los zapatos. Siempre digo que me los den cuanto antes ya que la manera de andar del personaje es esencial. Si el zapato es totalmente nuevo, o si está algo usado me es de mucha ayuda. El vestuario de La Ola me encantó porque lo recuerdo como la primera vez que tuve un gran vestuario, y además me hizo sentir en el ambiente del colegio de Estados Unidos en el que transcurre la historia. También el vestuario de Cerda me ayudó mucho e ir vestida de monja me encantó. En las obras clásicas me gustan mucho las enaguas, y cuando te las pones una vez ya te haces una idea de qué es llevarlas para próximas ocasiones. Pero admito que cuando me ponen unos vaqueros de Zara, como fue el caso de La dama boba, yo alucino. En Pedro de Urdemalas, donde interpretaba a una reina, llevaba un traje de plumas que empezaba desde el cuello y terminaba en una larga cola que pesaba bastante pero me dio todo para el personaje. Y trabajo mucho con los olores.

A.R.S.: Usted ha participado en uno de los grandes taquillazos de la temporada pasada, Lo dejo cuando quiera, un éxito que considero que cogió por sorpresa a todos, por la magnitud de la recaudación…

C.R.: Yo tengo dos escenas en esa película pero pedí leer el guión entero y me reí mucho pero cuando la vi fue desternillante. Es una película muy divertida y yo me lo pasé genial en el rodaje, porque el ambiente ya era de comedia. Yo creo que, cuando ruedas una comedia pasártelo bien es fundamental y ayuda mucho a que el trabajo salga adelante.

A.R.S: Usted participó en varios capítulos de la serie El secreto de Puente Viejo ¿Cómo fue la experiencia, con una trama humorística, además?

C.R.: Era lo primero que hice en televisión y recibí la propuesta con mucha alegría y recuerdo que acababa el día agotada ya que se rodaba de una forma muy seguida. Debía de concentrarme mucho para asimilar todo muy rápido. Lo considero un máster. Agradecí mucho que la trama fuese cómica porque es más distendida a la hora de trabajar. Fue entrar por la puerta grande y se desprendía mucha adrenalina porque había que resolver al instante.

A.R.S.: A usted le está dando muchas alegrías el cortometraje Radiografía en la que actúa, escribe el guión y codirige…

C.R.: Sí. Estoy muy contenta. Me nominaron en el NotodoFilmFest a la mejor dirección y la mejor actrizy hemos estado en el Festival de Comedia de Tarazona. Este cortometraje lo hice en una época en la que estaba sin trabajo y yo no puedo permanecer parada. Me encanta escribir y mi gran amiga Marina Campos me animó a ponerme a ello y al mes ya lo estábamos rodando. Lo considero mi “primer bebé”.

A.R.S.: ¿De dónde surge su decisión de estar tanto delante como detrás de las cámaras?

C.R.: Mi instinto para escribir y dirigir nace de mi necesidad de actuar. Escribo porque me gusta y lo hago pensando en la gente con quien quiero trabajar, pero esas dos facetas las hago porque quiero interpretar un personaje.

A.R.S.: Entonces no descarta seguir dirigiendo y escribiendo por lo que dice…

C.R.: Para nada. De hecho, mientras estudiaba en el Laboratorio William Layton, ya hice una obra titulada Pena, penita pena, para Microteatro por dinero y fue considerada una de las mejores obras de la temporada para abrir la siguiente. Como el Microteatro se hacía mucho y no me llamaba nadie decidí escribir yo una obra. Es la necesidad de querer estar donde quiero y, si nadie me lleva, me llevo yo misma.

A.R.S.: Para acabar ¿me describiría su manera de vestir tanto en su vida diaria como en eventos?

C.R.: Suelo llevar riñoneras, convers y lazos en el pelo. Va siempre conmigo y cuando voy a un evento y tengo que arreglarme lo paso un poco mal, de hecho he estado en el Festival de Málaga como he dicho antes y yo estaba un mes pensando qué iba a ponerme. Suelo dejarme aconsejar, pero me gusta ir sencilla, nada recargada, sin tacones enormes, ni vestidos que marquen mucho la silueta. Me gustan los colores neutros y evito los estampados.

La actriz en el Festival de Málaga. Vestido: @arantxa_canadas de @tullerouge