Ernesto Arias: «Los jóvenes están ávidos por aprender y eso me pone mucho las pilas»

Ernesto Arias (Corias, Cangas del Narcea, Asturias,1969) siente la pasión por el teatro de una manera muy intensa. Se forjó en el Teatro de la Abadía interpretando todo tipo de personajes pero admite que los clásicos le atraen de una manera especial. En la actualidad se encuentra en el Teatro de la Comedia representando Antonio y Cleopatra de William Shakespeare en su primer montaje a las órdenes de José Carlos Plaza. La Cultura está de Moda ha hablado con él de éste y de otros destacados montajes a las órdenes de José Luis Gómez, Eduardo Vasco, Darío Facal o Magüi Mira, de su intervención en la serie más longeva de la sobremesa y de su faceta como director de escena y docente. Pasen y lean.

Foto: @sergiopfotografia

La Cultura está de Moda: En Antonio y Cleopatra usted da vida a Enobarbo, que según la Historia, fue un político de la época en la que transcurre la obra…

Ernesto Arias: Sí. Pero el personaje en esta obra de William Shakespeare no tiene nada que ver con el personaje histórico. En Antonio y Cleopatra Shakespeare plantea la contraposición de dos fuerzas: una en Egipto y otra en Roma. La de Egipto tiene que ver con todo lo corporal, lo sensorial, la espiritualidad, el placer y el gozo, mientras que la fuerza de Roma está relacionada con lo político, la operatividad, lo cerebral. Son dos concepciones del mundo aunque eso no quiere decir que en Egipto no haya política, ya que Cleopatra también tenía esa faceta, o que en Roma no haya ese elemento corporal. Al comienzo de la obra Antonio, que es un soldado, un militar, está en Egipto en el momento álgido de su relación con Cleopatra, absorbido totalmente por su belleza y su sensualidad, y Roma empieza a llamar su atención. Él siente que debe de atender aquello que se le reclama. Enobarbo, mi personaje, es su compañero. Representa la lealtad. Él está muy cómodo con Antonio en Egipto y creo, en mi opinión, que considera que la relación entre Antonio y Cleopatra es la perfección absoluta. Lo que ocurre es que hay que ir a Roma para atender los asuntos políticos y Enobarbo es testigo de cómo Antonio, arrastrado por Egipto y por Cleopatra, empieza a tomar decisiones que él piensa que son erróneas y cómo a su amigo se le empieza a ir un poco la cabeza. Al final tomará una decisión que no puedo desvelar pero él no sabe cómo mantener la lealtad ante el cambio de actitud de Antonio.

L.C.E.D.M.: ¿Qué valoración hace de esta nueva aventura teatral que está vivendo?

E.A.: La valoración es más que positiva. Es maravillosa. Me apasionan los clásicos, he hecho varias obras de Shakesperare como Noche de Reyes o El Mercader de Venecia y he dirigido una obra suya, Enrique VIII, y cuando me propusieron esta obra acepté encantado por varias razones, como trabajar por primera vez con José Carlos Plaza, un director al que admiraba mucho. Recuerdo que fue muy importante para mí, en mi época de estudiante en Asturias. Él dirigía el Centro Dramático Nacional e iban las producciones al Teatro Campoamor de Oviedo y las vi. Recuerdo Hamlet, Comedias Bárbaras, que las vi seguidas en un solo día, o Historia del zoo de Edward Albee. Desde entonces le tengo una gran estima. Cuando dirigía Escénica en Málaga me llevó a hacer un taller y siempre quise trabajar con él, por lo que estoy encantado. Por otro lado, está el hecho de volver a compartir escenario con Ana Belén, con quien hice la gira de Kathie y el hipopótamo y con Lluís Homar, con el que coincidí en el Teatro de la Abadía en la obra El señor Puntila y su criado Matti de Brecht. La estrenó José Luis Gómez en Madrid y la gira la hizo Lluís Homar. Luego hay en la obra un grupo de profesionales con los que nunca había trabajado y a los que admiraba mucho, como Israel Frías, Rafa Castejón, Olga Rodríguez o Carlos Martínez-Abarca. Ya los había visto trabajar pero nunca había coincidido en el escenario con ellos y me hacía mucha ilusión tener la oportunidad de hacerlo. Con Fernando Sansegundo sólo había hecho hace algunos años una lectura, pero nada más. Además, aparte del personaje que me proponían y que me encantaba, el proceso creativo bajo la batuta de José Carlos Plaza lo viví con enorme placer. Doy gracias a José Carlos Plaza y a Lluís Homar, que han querido contar conmigo para este proyecto.

L.C.E.D.M.: Con esta obra, se completa una especie de trilogía grecolatina en su actividad profesional en estos últimos años…

E.A.: Sí, pero yo no lo busco. Son proyectos que me proponen y yo encantado. Hace dos años Hernán Gené me propuso hacer Pericles. Príncipe de Tiro en Mérida y supuso mi primera vez actuando en el Festival, con una obra de Shakespeare no muy conocida y unos compañeros impresionantes: María Isasi, Oscar de la Fuente, Ana Fernández, José Troncoso y Marta Larralde. Era otro elenco genial. Viví todo con un entusiasmo enorme porque actuar en Mérida tiene una magia especial. Años antes me llamó Magüi Mira para sustituir a Marcial Álvarez en César y Cleopatra, que también se estrenó en Mérida pero yo me incorporé en la gira. Compartí escenario con Ángela Molina, Emilio Gutiérrez Caba y Carolina Yuste, que está desarrollando una carrera impresionante. En esa obra hice de César joven.

L.C.E.D.M.: En la actualidad, también destaca el montaje de El Animal de Hungría de Lope de Vega que usted ha dirigido…

E.A.: Así es. Se trata de un proyecto muy bonito. Ha sido un viaje encantador y apasionante que comenzó con un taller con un grupo de jóvenes recién salidos de la RESAD a los que conocía porque estuve allí dando clases un año, que se pusieron en contacto conmigo para que les diera unas clases de verso. Les propuse que buscasen un texto que no fuera muy conocido para poder estudiarlo y trabajarlo sin ideas preconcebidas, como podría ocurrir con El Perro del Hortelano, Fuenteovejuna, La Vida es Sueño o El Caballero de Olmedo. Me gusta, cuando doy clase de verso a jóvenes, trabajar con un texto no tan conocido. Buscaron y surgió esta obra que a todos nos entusiasmó. Trabajamos sin ánimos de ponerlo en escena pero ellos me lo propusieron y a mí, entre que el trabajo con ellos había sido genial, porque tienen una energía con una mezcla de entusiasmo, ilusión, rigor y un alto esfuerzo, y que yo soy un apasionado de los clásicos, especialmente del Siglo de Oro, trabajé con muchas ganas. Me di cuenta de que El Animal de Hungría, un texto casi olvidado, tenía una gran calidad, y debía estar en el canon de Lope de Vega junto con sus obras más conocidas. Consideraba que era una obra merecedora de estar en los escenarios. Me junté con Santiago Pérez, productor de Escénate, y empezamos a buscar las posibilidades de llevarla a escena. Acabó estrenándose en el Festival de Alcalá y recibí mucho apoyo de su director, Mariano de Paco. Luego estuvimos en Peñíscola, en Almagro y en los Veranos de la Villa. Ahora está un poco apartada pero esperamos que en primavera nos salgan más bolos e ir a otros festivales. La acogida ha sido estupenda donde hemos ido por parte del público y de los críticos. Se han publicado seis críticas y todas han sido muy buenas.

Considero que el Siglo de Oro es maravilloso. El teatro isabelino, con Shakespeare a la cabeza, está muy bien pero no se puede negar que, en cuestión de cantidad, el Siglo de Oro español es un patrimonio muchísimo más grande que el inglés. Shakespeare escribió treinta y seis obra y sólo Lope de Vega escribió cuatrocientas y pico. Hay que sumar a Calderón, Tirso de Molina, y otros autores que no se escenifican y merecen una oportunidad. El Siglo de Oro despierta mucho interés por parte de los estudiosos o los filólogos pero a nivel escénico no. Hay muchos autores cuyas obras se quedan en bibliotecas y no se ven en los escenarios. Por eso la labor de la Compañía Nacional de Teatro Clásico es muy importante y se está extendiendo a otras compañías que apuestan por los clásicos españoles. El Animal de Hungría lo considero un tesoro que merecía llevarse a los escenarios y estoy convencido de que hay muchos más. Hay que indagar y escarbar un poco.

Ernesto Arias con el elenco de «El Animal de Hungría». Foto: Antonio Castro

L.C.E.D.M.: Volveremos al teatro pero no se puede dejar pasar su intervención en la novena temporada de Amar es para siempre, una serie que vemos desde el principio, y usted hacía de marido de Manuela Velasco, con la peculiaridad de que «moría» cinco o seis veces a manos de distintos personajes…

E.A.: Hay gente muy seguidora de la serie y ya forma parte de las sobremesas españolas. La experiencia de trabajar en ella ha sido estupenda. No hago mucho audiovisual. Cuando me lo han propuesto a veces me coincidía con teatro y no podía pero cuando he podido sí. Lo que me sorprendió fue el buen rollo del equipo. Hay una cordialidad y familiaridad que hace que te cuiden y te mimen mucho. Esto se extiende a todos: desde el director, Eduardo Casanova, hasta los compañeros, los responsables del vestuario, la ilunimación, los decorados o los técnicos de cámara. Todos ponen mucha atención y amor al trabajo que hacen. El personaje me gustó porque empezó siendo un poco malvado, luego tenía un accidente, se arrepentía y con lo de «las muertes» fue fenomenal. La grabé seis veces y ya decía. «¿Alguién más quiere pasar a matarme?».

Por otro lado me sentí muy afortunado de saber que Manuela Velasco era con quien iba a tener la trama . La había visto en teatro y la admiraba mucho, lo mismo que a Joseba Apaolaza, con quien también compartí escenas. Debo mencionar a Roberto Mori, que actuó en la etapa de Amar en tiempos revueltos y que, cuando yo estuve, era el coach de los actores. Su labor es muy importante porque hay actores fijos, otros que se renuevan en cada temporada, otros que están como tres meses, que fue mi caso, y luego hay episódicos. Él te orienta en el tono que hay que darle al personaje porque tiene una visión de todo. Es genial, al igual que los directores. Es una experiencia buena, pero también agotadora por el ritmo que llevan las series diarias y se hace un gran esfuerzo para sacarla adelante. Lo tienen todo muy bien estudiado y cuentan con una maquinaria muy preparada, con el añadido del COVID, lo cual hizo que se tuviesen que preparar los protocolos de seguridad para trabajar en óptimas condiciones. Te sentías muy seguro por el trabajo que hicieron.

Arias caracterizado como su personaje en «Amar es para siempre»

L.C.E.D.M.: Volviendo al teatro, queremos pisar sobre seguro y mencionar dos montajes en los que le vimos actuar y nos marcaron por sitintos motivos: ¿Qué recuerdos tiene de Veraneantes y El Malentendido?

E.A.: ¿Saben lo que creo? Que soy una persona muy afortunada. Por norma general no me gusta llevar mi atención al pasado. Lo que he hecho, hecho está. No suelo tener una visión nostálgica de mi carrera. De forma natural miro siempre los próximos proyectos, la gente con la que me gustaría trabajar o las obras que querría hacer. Cuando, de repente, como ahora, me recuerdan títulos como los que mencionan, lo primero que pienso es que he tenido mucha suerte por haberlos hecho.

Veraneantes fue una estupenda experiencia. La dirigió Miguel del Arco y fue una coproducción de Kamikaze Producciones y Teatro de la Abadía. Fue una obra genial con un personaje estupendo y disfruté muchísimo. Cuando hago teatro lo que quiero es disfrutar, lo que quiere decir, no sufrir, gozarlo al máximo y aprender. Todo eso ocurrió con este montaje porque Miguel del Arco es un maestro de la dirección escénica y tuve la oportunidad de trabajar con Israel Elejalde, Raúl Prieto, Cristóbal Suárez, Lidia Otón, Manuela Paso y Elisabet Gelabert, entre otros. Vino acompañada de un gran entusiasmo por parte del público y si, además, lo gozas con entusiasmo como actor, como fue el caso, supone la felicidad total. Recuerdo especialmente este montaje porque las representaciones concidieron con el nacimiento de Iván, mi segundo hijo y entonces se pueden imaginar mi estado haciéndola. Fue una experiencia tremenda.

Ernesto Arias con sus compañeros de escena de «Veraneantes». Foto: Ros Ribas

El Malentendido de Albert Camus supuso la oportunidad de trabajar por primera vez con Cayetana Guillén-Cuervo, con quien volví a coincidir en Hedda Gabler de Ibsen. Trabajé también con Julieta Serrano, que hay que inclinarse cada vez que se le nombra, es una maravilla, y también coincidí en escena con Lara Grube. Fue una producción del Centro Dramático Nacional dirigida por Eduardo Vasco y tuvo mucha vida. Fue una experiencia muy bonita por la vinculación de Cayetana con el proyecto. Sus padres habían estrenado la obra y fue un homenaje a ellos y a esa generación de actores. Lamentablemente Fernando Guillén falleció antes de estrenarse y no la pudo ver. Fue un proyecto muy emocionante. Por otra parte el texto era maravilloso.

Arias con sus compañeros en «El Malentendido». Foto: @davidruano_fotografia

L.C.E.D.M.: En el Teatro de la Abadía permanece una larga etapa donde representa tanto textos clásicos como contemporáneos, algunos de ellos bajo la dirección, además de José Luis Gómez, de directores extranjeros. Esa visión de alguien de otro país debe de enriquecer a los actores…

E.A.: Claro. Yo entré en La Abadía con veinticuatro años y fui parte de la primera hornada de actores que la inauguramos: Pedro Casablanc, Carmen Machi, Carmen Losa, Alberto Jiménez y Beatriz Argüello, entre otros. En 1994 comenzamos a trabajar y en 1995 se inauguró La Abadía con el montaje de El Retablo de la Avaricia, la Lujuria y la Muerte de Valle-Inclán. Ese fue mi primer golpe de fortuna en el mundo teatral. Estuve allí mucho tiempo desarrollando el comienzo de mi carrera, no sólo actuando sino también entrenando y haciendo talleres. Como José Luis Gómez invitaba a directores extranjeros tuve la ocasión de trabajar con algunos de ellos. De hecho, mi último espectáculo en La Abadía, hace dos años antes de la pandemia, fue Nekrassov de Sartre dirigido Dan Jemmett. Antes de él trabajé con Hans Gunter Hayme o Götz Loppelman. Mi relación con La Abadía ha sido muy profunda porque luego era yo el que impartía talleres allí y acabé dirigiendo los Nuevos Entremeses de Cervantes. Se me asocia mucho con el teatro clásico pero como actor he hecho de todo.

L.C.E.D.M.: También ha hecho obras con trasfondo religioso, siendo cura en La Duda de John Patrick Shanley y Jesucristo en Mesías de Steven Berkoff…

E.A.: También. Efectivamente. Mesías, en La Abadía, iba a dirigirla el propio Steven Berkoff porque él estuvo allí haciendo su espectáculo Villanos, sobre los malvados de Shakespeare, e iba a encargarse de Mesías, pero por problemas de agenda no pudo y la dirigió José Luis Gómez. Al principio, al ser joven, yo hacía personajes más pequeños y de repente José Luis Gómez me ofreció La Baraja del rey Don Pedro y Mesías, los dos primeros personajes protagónicos que hice en La Abadía. Trabajé con compañeros maravillosos en aquellos montajes y les tengo adoración.

Danto vida a Jesús en Mesías. Foto: @teatroabadia

Por otro lado La Duda me dio la posibilidad de interpretar al Padre Flynn, de la mano de Darío Facal con quien luego volví a trabajar en El Corazón de las Tinieblas, y compartiendo escenario con Carmen Conesa. Es una obra que me gusta mucho porque, mientras los textos clásicos necesitan de una gran energía por la dificultad del lenguaje y las situaciones tan extremas y las grandes pasiones que plantea, obras como ésta requieren otra energía. Es muy sutil. Todo se fundamenta en dónde está la verdad, algo que actualmente es muy difícil por la saturación de información que hay. El autor creó una trama estupenda con una ambigüedad que hace que no se sepa claramente la verdad de lo que ha pasado.

L.C.E.D.M.: Además de actuar y dirigir también tiene una faceta docente y la actriz Silvia Acosta nos habló muy bien de usted en esa faceta ¿Qué suele querer a los alumnos a los que da clase?

E.A.: Ya que me la mencionan, con Silvia Acosta les diré que coincidí con ella en un taller que yo impartí de Fuentes de La Voz y luego en La Abadía llegando a dirigirla en los Entremeses. Me alegra ver que gente que han trabajado conmigo desarollan carreras estupendas. No por mí, para nada. Ella tenía un empeño y una perseverancia que se podía ver que llegaría lejos si tenía paciencia. Al principio yo era reticente a dar clases y a impartir talleres. Finalmente pensé que es importante transmitir conocimiento a otros porque luego ellos pueden desarrollarlo. Si se me reclama para dar un taller porque interesa mi manera de entender el oficio de actor o de trabajar en esta profesión, yo acudo. Yo nunca he organizado un taller por propia iniciativa. He ido donde se me ha llamado. Mi labor se basa en compartir cómo yo desempeño mi trabajo y luego que cada uno coja lo que quiera. Todo se basa en mis experiencias. No sólo se aprende en las escuelas y los cursos. También se aprende mucho de los compañeros con los que compartes escenario. Yo me he nutrido de eso y es lo que transmito. Cuando trabajo con gente joven se produce un trueque entre lo que yo les doy y luego recibo: entusiasmo, falta de él, o que se me cuestione. Esas cosas me enseñan mucho. Me da pena que la gente joven sea ahora tan criticada porque yo, con la que me he relacionado, he notado que está ávida por aprender y eso me pone mucho las pilas. Siempre digo que soy actor y director, no profesor.

L.C.E.D.M.: Para acabar le planteamos unas preguntas de moda, primero relacionadas con su profesión ¿Qué importancia le da al vestuario cuando compone un personaje?

E.A.: Le doy mucha importancia. En la vida diaria se juzga a la gente por su aspecto y por la estética que elige ponerse: peinado, ropa, maquillaje, botas etc… Uno es aquello que se pone y eso, trasladado a un personaje, es lo mismo. Yo tengo la teoría de que el personaje se construye en equipo porque el encargado del vestuario te pone uno que él ha creado, yo respeto ese trabajo y mi labor es cargar de vida lo que llevo puesto, que se aplica a otros aspectos: hay que cargar de vida unas palabras que yo no he escrito, un vestuario que yo no he diseñado y unos movimientos escénicos que el director me indica. El actor habita en todo. El teatro es un arte en equipo, todo está conectado y hay que acordar e intercambiar opiniones.

L.C.E.D.M.: ¿Qué vestuario destacaría de los que ha llevado?

E.A.: El de Lorenzo Carprile para Hedda Gabler, donde volví a coincidir con Cayetana Guillén-Cuervo y a ser dirigido por Eduardo Vasco. Durante los ensayos estaba un poco perdido. Me encanta ensayar porque es como una aventura. El vestuario me situó y me hizo entender el personaje. El de Nekrassov, que hizo Vanessa Actif, también me gustó mucho, así como el de Amar es para siempre, ya que te lo ponías y decías: «Claro, es que este hombre es embajador en Francia». El vestuario ya lo daba. Y no puedo dejar de mencionar el de Antonio y Cleopatra creado por Gabriela Salaverri. Enobarbo es militar, soldado, y a mí me cuesta dar ese carácter, por lo que la coraza y las botas militares que llevo me ayudan a sentir esa energía militar que tiene el personaje.

L.C.E.D.M.: Para terminar nos gustaría que definiese su manera de vestir en su vida diaria y cuando asiste a eventos

E.A.: En la vida lo que me motiva para elegir el vestuario es pasar desapercibido lo máximo posible. Procuro no desentonar pero tampoco destacar. Siempre pido consejo a mi mujer. Se aplica a una boda, a un evento, a estar en casa o a ir al monte a caminar. Con respecto a la estética soy un poco desastre. Con la moda de los jóvenes me sorprende que, para encontrarse a sí mismos, se añaden cosas: piercings, tatuajes, ropa de tal o cual manera y yo, por el contrario, me he ido despojando de cosas. Nunca me verán con un anillo, con una pulsera, con un reloj. Tampoco llevo collares ni pendientes. Hasta el anillo de boda lo llevé un tiempo y le dije a mi mujer que no me sentía cómodo con él, se lo di y lo tiene guardado ella. Son añadidos que se alejan de mi esencia. Con unos vaqueros y una camiseta soy feliz.

Eva Rufo: «La comunicación entre la dirección, el diseño de vestuario y el actor debe de ser fluída»

La carrera de la actriz madrileña Eva Rufo ha sido, como la de muchos profesionales de la interpretación como una carrera de fondo. Ha acompañado a los espectadores un año entero encarnando a la encantadora Estefanía en Amar es para siempre durante toda la novena temporada y también formó parte de El Nudo, una de las propuestas más novedosas de la ficción televisiva. Estos personajes son de los últimos interpretados por esta mujer de magnétca mirada con una carrera forjada en los escenarios, dominando el verso en una prolífica etapa en la Compañía Nacional de Teatro Clásico con obras dirigidas por Eduardo Vasco o Helena Pimenta como El Alcalde de Zalamea de Calderón de la Barca o El Perro del Hortelano, La Noche de San Juan y Las bizarrías de Belisa, todas de Lope de Vega, entre otras. El teatro contemporáneo tampoco es desconocido para una actriz tan camaleónica actuando en obras como La Geometría del Trigo de Alberto Conejero, Kathie y el hipopótamo de Mario Vargas Llosa, Penal de Ocaña de María Josefa Canellada o su última incursión teatral, Cada átomo de mi cuerpo es un vibroscopio, que representa actualmente en el Teatro de la Abadía. De todo esto y más, como su participación en tres grandes series de época, nos ha hablado Eva Rufo para La Cultura está de Moda. Pasen y lean.

Foto: @alba_garciaa

La Cultura está de Moda: Ha tenido un personaje de peso en la novena temporada de Amar es para siempre ¿cómo valora la experiencia de haber estado en una serie diaria tan querida por los espectadores dando vida a Estefanía?

Eva Rufo: Haber participado en una serie tan afianzada y querida ha sido un regalo para mí, y con Estefanía ha sido doble, un personaje con un desarrollo muy rico a lo largo de la temporada y muchos matices para disfrutar. Además, la posibilidad de acompañarla a lo largo de un año me ha permitido crecer como actriz junto a ella, atreviéndome a explorar otros aspectos técnicos de mi trabajo, que en otras ocasiones, por falta de tiempo o de confianza, no me había atrevido a hacer.

L.C.E.D.M.: Ha tenido grandes momentos con actores como Oriol Tarrasón, Manuela Velasco, Joaquín Notario o David Janer ¿cómo ha sido la experiencia de rodar con ellos?

E.R.: De cada uno me llevo un aprendizaje. Todos son grandes actores, no sólo por su calidad actoral, sino también humana. Lo que me llevo de todos ellos son las risas… sin ellas no hubiéramos sobrevivido a un año tan duro.

Oriol Tarrasón y Eva Rufo en «Amar es para siempre» Foto: @manuelfiestas

L.C.E.D.M.: Una de las facetas del Estefanía ha sido la de de ejercer de espía ¿cómo ha vivido usted como actriz esta parte del personaje?

E.R.: Ha sido la parte más divertida para mí. En una serie como Amar es para siempre la parte emocional de los personajes está muy desarrollada, y si además los guionistas construyen una trama tan interesante, se convierte es un regalo. Ella comienza la temporada siendo decidida, arrojada, pero tiene que ir aprendiendo el oficio, cometiendo mil errores por el camino y aprendiendo de ellos. Lo más enriquecedor para mí es acompañar al personaje en los errores que comete, es lo que me conecta conmigo, y con el público que la ve. Uno crece equivocándose…

L.C.E.D.M.: Como una apreciación personal, a nivel de look, nos ha parecido que su personaje se nos parecía a Juliette Binoche recodándonos, por las vestimentas, a sus personajes en Herida (Louis Malle, 1992) y Chocolat (Lasse Halström, 2000) ¿ es una sensación nuestra o era en realidad así por parte de los guionistas y estilistas de la serie?

E.R.: El trabajo de investigación y ambientación del equipo de vestuario de Amar, encabezado por Gualter de Sá, es impecable. Esta temporada, por ejemplo, el paso del 1979 a 1980 es muy sutil, y aunque comenzaba una década, nada tenía que ver la España de 1980 con la idea de la movida madrileña que tanto marcó, y que surgió unos años más tarde. En cuanto a mi personaje, no sé si la veo muy en relación con las películas que me comentan, quizá en los toques más arriesgados en cuanto al color y la silueta muy marcada, y que apoyan el carácter abierto y fuerte de Estefanía.

Eva Rufo y Joseba Apaolaza en la veterana serie diaria

L.C.E.D.M.: Ha hecho un personaje muy diferente en El Nudo, donde la mayor parte de las veces hablaba a alguien que el espectador no veía por lo que parecía hacer pequeños pero contundentes monólogos para ir desentrañando la trama ¿ qué sintió al recibir una propuesta así?

E.R.: Sentí que era una oportunidad para sacarle partido a un registro que no había tenido posibilidad de trabajar hasta entonces. Los monólogos a cámara estaban muy fragmentados, y además de ser una simple narradora, quise que la ironía del personaje fuera la línea que uniera todas sus intervenciones. Ya estaba marcado en el guión, pero fue divertido acordar con los directores cómo darle a Nerea un continuo punto de vista sobre cada uno de los acontecimientos que se iban desvelando.

Eva Rufo junto a Enrique Villén en «El Nudo»

L.C.E.D.M.: Las series de época también han sido una constante en su carrera. La más reciente que se ha emitido ha sido La cocinera de Castamar ¿qué destacaría del trabajo en esa serie y de la impecable ambientación que tenía?

E.R.: Mi participación en esta serie ha sido pequeña, y aunque disfruté mucho, poco les puedo decir… El trabajo de ambientación fue extraordinario, y tener la experiencia de viajar en un carruaje del siglo XVIII tirado por caballos fue una aventura personal que me llevo para siempre.

L.C.E.D.M.: En La Catedral del Mar interpretó otro potente personaje, de nuevo con una impecable ambientación ¿cómo vivió ese rodaje sumergida en la Barcelona medieval?

E. R.: Fueron muchos meses de grabación, en distintas ciudades de España, con una producción de altísima calidad, y tener la posibilidad de grabar en escenarios reales como Barcelona o Cáceres hacía que el peso de la historia facilitara mucho nuestro trabajo. Interpretar al personaje de una novela es una responsabilidad, y más si se trata de un bestseller,  pues los lectores ya tienen una imagen del personaje en la cabeza y pueden sentirse defraudados si propones algo muy alejado del imaginario colectivo. Isabel es uno de los personajes más odiados que he tenido la posibilidad de interpretar, y uno de mis preferidos.

La actriz en «La Catedral del Mar» @javierdeagustin

L.C.E.D.M.: En Carlos. Rey Emperador interpretó a la reina de Francia ¿qué sintió interpretando ese personaje, vestida por Pepe Reyes?

E.R.: Era mi primera vez en una serie de época, que además venía con la resaca del éxito de Isabel, e iba muy nerviosa. El equipo de vestuario, con Pepe Reyes a la cabeza, se ocupó de que me sintiera como una verdadera reina de Francia, cuidando hasta el más mínimo detalle. Fue la primera vez que trabajé con Pepe, luego vinieron La Catedral del Mar y El Nudo, y sólo puedo decir de él que su calidad como figurinista está a la altura de su gran corazón.

Eva Rufo y Alfonso Bassave, los reyes de Francia en «Carlos, Rey Emperador». Foto: @javierdeagustin

L.C.E.D.M.: En teatro ha estado en una obra junto con dos actrices entrevistadas por nosotros: Zaira Montes y Consuelo Trujillo. Nos referimos a La Geometría del Trigo  ¿cómo ha sido para usted trabajar en esta obra escrita y dirigida por Alberto Conejero sobre la búsqueda de los orígenes?

E.R.: ¡Me nombran a dos hermanas! Ya han pasado casi cuatro años desde que comenzamos los ensayos y dos con una gira que aún da coletazos. Con La Geometría del Trigo Alberto Conejero recibió el Premio Nacional de Literatura Dramática. Me siento afortunada de interpretar uno de sus personajes y de haberle dado a Laia una parte de mí. Ha sido un trabajo cocinado a fuego lento, pasamos muchas horas trabajando con Alberto, que además se lanzaba a su primera dirección. Es una obra hermosa sobre el regreso al origen y la importancia de conocerlo para sanar el presente y afrontar el futuro.

Eva Rufo y José Bustos en «La Geometría del Trigo». Foto: marcosgpunto

L.C.E.D.M.: Pudimos verla en Kathie y el hipopótamo de Mario  Vargas Llosa, dirigida por Magüi Mira, con una dramaturgia muy particular ¿qué supuso para usted como actriz este montaje?

E.R.: Fue la primera obra de teatro en la que trabajé después de estar muchos años en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, y enfrentarme a un texto contemporáneo, y de la calidad de un autor como Vargas Llosa, lo viví con responsabilidad y alegría. Pero el verdadero regalo fue conocer a una panda de compañeros que depués se convertirían en amigos. Trabajar con Ana Belén, Ginés García Millán, Jorge Basanta y David San José fue de las experiencias más divertidas que he vivido. Les quiero mucho.

La actriz con sus compañeros y la directora de «Kathie y el hipopótamo», Magüi Mira. Foto: sergiopfotografia

L.C.E.D.M.: Fue dirigida por Ana Zamora en Penal de Ocaña, obra que reafirma la función social del teatro ¿lo considera de igual modo?

E.R.: Penal de Ocaña fue uno de los trabajos más exigentes a los que me he enfrentado, no sólo porque era un monólogo, sino por el valor documental y emocional que tenía. Se trataba del diario personal que la abuela de Ana, María Josefa Canellada, escribió durante el primer año de la Guerra Civil, y su transformación: de estudiante de Filosofía y Letras a enfermera voluntaria en el hospital de sangre improvisado en el Penal de Ocaña. Para Ana era importante dejar testimonio de una generación con un compromiso humanista más allá de colores políticos.

La actriz en «Penal de Ocaña». Foto: @teatroabadia

L.C.E.D.M.:La vimos interpretando a Isabel en El Alcalde de Zalamea y a la Condesa Diana en El Perro del Hortelano ¿qué supuso para usted meterse en la piel de dos personajes tan potentes del Siglo de Oro?

E.R.: La etapa en La Compañía Nacional de Teatro Clásico fue una de las más enriquecedoras de mi carrera. Estuve seis años allí, y crecí como actriz y como persona. Aprendí a trabajar como una pieza más de un engranaje muy grande, conocí de cerca todos los oficios técnicos que intervienen en una producción y comprendí el trabajo en equipo y la importancia del rigor en el trabajo con la palabra. Interpretar a grandes personajes de la literatura universal fue una responsabilidad y un goce enorme.

La actriz con Joaquín Notario en «El Alcalde de Zalamea» Foto: @teatroclasico

L.C.E.D.M.: ¿Puede adelantarnos algún proyecto en el que esté involucrada y del que pueda contarnos algún detalle?

E.R.: Estoy representando Cada átomo de mi cuerpo es un vibroscopio en el Teatro de la Abadía, un sueño personal sobre la historia de la escritora sordociega Helen Keller y su maestra, Anne Sullivan, que llevo cinco años queriendo sacar adelante y ahora, por fin, se ha podido materializar gracias a un gran equipo, encabezado por Rakel Camacho, directora y coautora junto a David Testal, y junto a Esther Ortega como compañera de reparto.

La actriz en la obra que representa en el Teatro de La Abadía. Foto: @marialacartelera

Continúo con dos proyectos muy queridos que siguen viajando por España: La Geometría del trigo, de Alberto Conejero, y Esta Divina Prisión, un recital de poesía mística con dirección de Ana Contreras y dramaturgia de Raúl Losánez, junto a dos grandes compañeros: Lola Casamayor y Jesús Noguero.

L.C.E.D.M.: Para finalizar, unas preguntas sobre moda para unir las dos temáticas del blog: ¿ qué importancia le da al vestuario en la composición de un personaje y qué vestuario destacaría de los que ha llevado? Puede decir más de uno.

E.R.: El vestuario es parte fundamental en la construcción de un personaje, y debe tratarse con el mismo cuidado que otros elementos de su composición. La comunicación entre la dirección, el diseño de vestuario y el actor debe ser fluída, para que vaya a favor de la idea que se quiere transmitir, y a la vez sea fácil de llevar para el intérprete, que es quien va a salir a escena con ello. Me siento afortunada de haber llevado diseños de Lorenzo Caprile, Pepe Reyes, Gualter de Sa, y una larga lista de diseñadores con los que he tenido la fortuna de trabajar.

Eva Rufo y David Boceta vestidos por Lorenzo Caprile en «El Perro del Hortelano». Foto: @teatroclasico

L.C.E.D.M.: ¿Podría describir su manera de vestir en su vida diaria y cuando asiste a eventos? Lo que suele ponerse, lo que le gusta ponerse y lo que no…

E.R.: Me gusta la moda como un medio más de expresión. Soy menos arriesgada de lo que me gustaría, y cuanto más edad cumplo más me importa la calidad y menos la cantidad. La sostenibilidad como base a partir de la que consumir moda, usar realmente lo que necesitamos e intentar saber de dónde viene me parece una manera responsable de relacionarme con el mundo.

Foto: alba_garciaa

Asier Iturriaga: «Los actores hemos de ser camaleónicos y adaptarnos a cualquier medio y género»

Uno de los placeres que proporciona el teatro es el de hacernos reír y evadirnos de los problemas durante un rato. El actor Asier Iturriaga (Pamplona, 1987) lo hace desde diciembre sobre las tablas del Teatro Maravillas de Madrid con la obra Burundanga, la comedia escrita por Jordi Galcerán que lleva once temporadas en cartel y en la que comparte escenario con Eloy Arenas, Raúl Peña, Rebeca Plaza y Rebeka Brik. La Cultura está de Moda ha hablado con Iturriaga, formado en el Estudi Nancy Tuñón de Barcelona, de la obra mencionada y de su prolífica carrera tanto en los escenarios como en el audiovisual que incluye cine, series diarias, semanales y en plataformas. Pasen y lean las palabras de un gran actor nacido en el norte y enamorado del sur.

Foto: @fernandolopezfoto70

La Cultura está de Moda: Está ahora mismo representando la obra Burundanga, una obra que lleva once temporadas en la cartelera madrileña y con otro montaje en Valencia ¿cuál cree que son las claves del éxito de esta obra?

Asier Iturriaga: Burundanga la vi representada y recuerdo que estuve riéndome todo el tiempo. Considero que está muy bien escrita, dirigida e interpretada y entiendo mucho el éxito que tiene. Es como un capítulo de Friends, ya que es una comedia de situación y, sin hacer spoiler, trata un tema que estaba más de actualidad cuando se estrenó. El público recibe muy bien la propuesta y el tema que no debo desvelar está tratado con mucho respeto. Creo que debemos reírnos un poco de todo actualmente para restar importancia y no tomarnos tan en serio, es sano y nos tranquiliza.

L.C.E.D.M.: Una de las características de esta obra es contar en el reparto con Eloy Arenas, que la estrenó y sigue interpretando su personaje…

A.I.: Efectivamente. Es una pieza fundamental en la obra y se nota que él ha evolucionado con la función ya que el equipo ha cambiado mucho con el paso de los años. Yo soy el actor número treinta y cinco que ha llegado a Burundanga. Cuando me dijeron que entraba en el montaje, que se retomó en el puente de diciembre con retrasos por la situación actual, ensayamos porque Gabriel Olivares, el director, quería darle un aire fresco a algunos aspectos. Eloy Arenas lleva desde el principio y se siente en su casa. Ojalá haya otras once temporadas porque el público sigue respondiendo muy bien. Para mí, aparte de Cuatro corazones con freno y marcha atrás, era la primera comedia que hacía pura y dura. Nunca había hecho una comedia así y no sabía si se me iba a dar bien o no, sinceramente. Había hecho otros géneros y esta obra para mí ha sido un aprendizaje brutal y es un regalo ir cada día al Teatro Maravillas a pasártelo bien y ver cómo el público disfruta. Se nota que la gente tiene ganas de reír y desconectar. Es un ritual maravilloso. Salgo al escenario con una energía y un buen rollo que considero que esta obra es un regalo que me han dado Gabriel Olivares y la vida. Los textos de Jordi Galcerán, como es el caso de Burundanga o El Crédito, están muy bien escritos, con muchos gags y manteniendo al espectador todo el tiempo atento.

L.C.E.D.M.: Precisamente por lo último que ha dicho se verifica que hacer una buena comedia no es fácil…

A.I.: No lo es. Para mí la comedia es lo más difícil porque requiere mantener todo el tiempo una energía especial para que el espectador siga contigo el viaje. Me di cuenta en el estreno. Te das cuenta de los tiempos del género, esperando risas en un momento determinado. Nunca lo había vivido. Reconozco que al principio fue un poco shock pero luego es un disfrute maravilloso. Cada día encuentras cosas nuevas y es un puro juego constante, porque en la comedia surgen cosas nuevas y las puedes compartir con tu compañero y sacar provecho de ello en el escenario.

L.C.E.D.M.: Además da la posibilidad de ver a usted y a otros compañeros en otros registros, como es el caso de Raúl Peña, que mostraba una faceta más dramática últimamente en la televisión…

A.I.: Sí. Como actores hemos de ser camaleónicos y adaptarnos a cualquier medio o género. Raúl Peña está fantástico. No compartimos escenas pero coincidimos en tiempo en El secreto de Puente Viejo. También ha trabajado mucho con Gabriel Olivares y mis demás compañeros: Eloy Arenas, Rebeka Brik y Rebeca Plaza son también maravillosos. Es un gustazo estar con ellos en el escenario. Yo aprendo cada día.

Asier Iturrigaga, de pie a la izquierda, en «Burundanga». Foto: @antonio.castromadrid

L.C.E.D.M.: Cuando Amparo Larrañaga vino a Sevilla con El Nombre nos dijo que el secreto de la comedia clásica es que en muchas ocasiones el personaje está viviendo un drama pero hace reír al espectador ¿Está de acuerdo con esta frase?

A.I.: Estoy totalmente de acuerdo. Las mejores comedias son aquellas en las que el personaje sufre más. Como espectador le puedo referir la película El Apartamento. Es una comedia mítica y sus protagonistas sufren y tienen una vida complicada. Tiene un bonito trasfondo pero no puedes parar de reír. Como actor no intento buscar la gracia. Me parece un error. El espectador lo nota porque es muy listo y las ve venir y si se hacen las cosas de manera previsible el espectador no entra. Cuando se vive una situación se confía en un texto y en una dirección. Ahí es cuando la comedia funciona, requiriendo otro tipo de energía, pero hay que vivirla de verdad totalmente.

L.C.E.D.M.: Precisamente con el director de Burundanga, Gabriel Olivares, ha trabajado en diferentes montajes y distintos géneros…

A.I.: Es mi director fetiche. He tenido la suerte de que él haya confiado en mí para proyectos muy diferentes y le estaré siempre agradecido por ello. Él tiene una compañía, cuya columna vertebral es el entrenamiento en Suzuki y Viewpoints. Tiene una sala en Carabanchel, TeatroLAB, un espacio abierto para que cualquier artista o creador pueda entrenar allí. En la compañía entran distintos actores dependiendo del montaje. Yo he trabajado con él, anteriormente a Burundanga, en Cuatro corazones con freno y marcha atrás, Proyecto Edipo, Gross Indecency y en Tragedia Española.

L.C.E.D.M.: Precisamente en Cuatro corazones con freno y marcha atrás se introduce en el divertido mundo de Enrique Jardiel Poncela, uno de nuestros dramaturgos de referencia por su humor…

A.I.: Ese fue el primer montaje que hice con Gabriel Olivares. La representamos en la terraza del Teatro Galileo. Tenía un aire muy fresco. Lo bueno que tiene la compañía de Gabriel es que se crea mucho equipo, por lo que no hay ni rivalidades ni egos. El método que le he mencionado lo fomenta porque son sesiones abiertas en las que aparecen elementos y él, que es muy sabio y muy listo, los selecciona y monta con ellos las funciones. Siempre que he trabajado con él he experimentado unos procesos y ensayos muy enrquecedores porque todos hemos ido a una para crear el montaje. Recuerdo que vino mucho público admirador de Jardiel Poncela, ya que es una obra muy reconocible a la que se le dio una vuelta de tuerca. Ya hacía tres personajes: en el primer acto hacía de un chico de servicio, en el segundo era un marinero y en el tercero era Margarita, por lo que hacía de una mujer, algo que pensé hacerlo de una forma muy honesta, y fue otro regalo maravilloso. Suponía meterse en la piel de una mujer cuya familia no envejece y, aunque es una comedia, tiene un fuerte trasfondo con una reflexión muy interesante. Fue muy divertido y nos lo pasamos muy bien aquel verano, con una amplia gira posterior. Es una obra que nos ha dado muchas alegrías. Es una obra con la que, incluso cuando la leí antes de montarla, me reí muchísimo.

El actor con sus compañeros en «Cuatro corazones con freno y marcha atrás»

L.C.E.D.M.: Por otro lado, Gross Indecency, supuso una aventura muy diferente al tratar los juicios en los que se vio invollucrado el escritor Oscar Wilde…

A.I.: Coincidió además en el tiempo con la de Jardiel Poncela,ya que la hicimos en verano y en septiembre se estrenaba este segundo título en el Teatro Fernán Gómez. Por la mañana la ensayábamos y por la tarde representábamos Cuatro corazones con freno y marcha atrás. Eran dos mundos muy distintos y fue un trabajo enorme por parte de todos. Gross Indecency es el mejor montaje en el que he estado. Cuando la estrenamos nos dimos cuenta de lo que teníamos entre manos. Se podía intuir algo durante los ensayos pero el día del estreno todos nos miramos llorando. Es una función que está por encima de todos nosotros y debíamos estar al servicio de ella. El texto de Moisés Kaufman no tiene nada de ficción. La dramaturgia la componen cartas entre los personajes, las declaraciones de los juicios, la taquigrafía de éstos. Con todo hizo algo que me hizo preguntarme cómo se pondría en pie porque tenía un toque muy documental. Gabriel usó para la escenografía unas cajas que ya usó en un montaje anterior, Our Town de Thornton Wilder. Con ellas creamos todos los espacios: la sala del juicio, el salón de té o la cárcel. Seguimos representándola y ahora hago un personaje diferente al que interpreté en el estreno. Doy vida a Bosie, el amante de Oscar Wilde, que es el villano de la obra ya que, por él, Wilde se embarca en un juicio contra su padre, el Marqués de Queensberry. La historia es apasionante y gran parte del público sale muy conmovido porque mucha gente no conocía este proceso judicial y cómo acabó el escritor. Tuvo un final muy malo.

El actor en «Gross Indecency»

L.C.E.D.M.: Es una obra con un tema que no pierde vigencia porque habla de la intolerancia de una sociedad hipócrita…

A.I.: Claro, la sociedad victoriana era así. En el proceso de ensayos investigamos mucho esa época, viendo fotos casi borrosas y me impactó una en concreto, ya que es la época de Jack El Destripador con mucha prostitución en las calles de Londres. Vi una foto de una niña de catorce años embarazada prostituyéndose. Ejemplifica mucho cómo era ese período histórico. También decían que la reina masticaba opio, una droga muy accesible entonces. Había una doble moral y Oscar Wilde era un dandy transgresor que vivía en su burbuja y en cuanto se intuyó que podía ser sodomita la Inglaterra que tanto le defendió por su calidad como escritor le dio la espalda y fueron a por él. Fue un juicio moral en el que Wilde fue la cabeza de turco en un proceso de lavado de imagen.

L.C.E.D.M.: Esa rectitud social mostraba su hipocresía en que muchas veces la vida privada de los que acusaban tendría que revisarse…

A.I.: Claro. Incluso en la obra se dice que el día en el que salió la orden de arrestro contra Oscar Wilde, durante la noche, muchos hombres, gran parte de ellos aristócratas, cogieron un barco para huir a Francia. Para preparar la obra visionamos la película Wilde con Stephen Fry y Jude Law para ver, a nivel cronológico, dónde se ubica la acción de la función.

L.C.E.D.M.: Tras cinco obras dirigidas por Gabriel Olivares ¿qué destacaría de él como director?

A.I.: Es un director que te da mucha libertad para que surjan cosas y tiene mucha intuición para lo que funciona y lo que no. Con él las obras están en constante cambio porque algo que funcionaba puede que a los dos meses ya no lo haga y él está muy abierto a transformarlo. Está muy en el presente, con Gabriel me entiendo muy bien, TeatroLAB es nuestra casa y siempre está abierto para lo que necesitemos.

L.C.E.D.M.: En su trayectoria teatral hay una obra con un trasfondo filosófico, Los Nadies, con la que llegó a girar incluso por el extranjero…

A.I.: Sí. Fue una obra escrita y dirigida por la actriz y directora argentina Carolina Calema. Se basó en el poema homónimo de Eduardo Galeano. Creó un montaje con un texto reflexivo y filosófico. A la hora de llevarlo a escena dio mucho protagonismo al movimiento de dos seres que se encuentran en una especie de lugar apocalíptico donde no queda nada. Fuimos a un festival en Chile e incluso a Bremen. Hicimos mucha gira y, además, me dio la oportunidad como actor de probar cosas a nivel corporal que no había comprobado antes. No tengo un método concreto pero me ayudó mucho a entender el lenguaje del cuerpo, ya que era una obra con más movimiento que texto. Yo incidía más en la palabra y en la emoción y sumarle a estos elementos el cuerpo fue un descubrimiento para mí. Fue un montaje curioso y no apto para todos los públicos pero la gente que entraba en la propuesta se quedaba para plantearte reflexiones que les había surgido al acabar la función.

Asier Iturriaga en «Los Nadies»

L.C.E.D.M.: Pasando al terreno audiovisual vamos a comenzar con la serie diaria donde le descubrimos, Amar es para siempre

A.I.: Fue mi primer trabajo en televisión y en la temporada en la que estuve había un gran reparto. Lo recuerdo con mucho cariño y me impactó mucho, el primer día de rodaje, ir a tres cámaras con el ritmo de una serie diaria donde no hay mucho tiempo y debes estar muy despierto y entrenado. A mi personaje, Bruno Herreros, le tengo mucho cariño. Tuve trama en El Asturiano, cuyos actores son una institución ya que son los que siguen siempre. Se tiró luego más hacia la comedia con escenas con Manu Baqueiro, que era mi suegro, y nos lo pasamos muy bien en El Asturiano, donde mi personaje empezó a trabajar. Entré inicialmente para dos bloques de guiones y esuve finalmente entre cuatro y cinco meses. Fue mi inicio en la televisión y tuve la suerte y el privilegio de trabajar con Jaime Blanch, coicidiendo con él en varias secuencias. Es un señor para llevárselo a casa. Entre secuencias hablábamos y contaba multitud de anécdotas, es muy divertido, respetuoso, y a mí me ayudó mucho. Me cogió de la mano y me animó. Es muy fino para la comedia y tiene mucha clase. Es un señor entrañable y muy sabio, además de un pozo de anécdotas sobre teatro, cine y televisión. Cuando me ponía a echar la vista atrás recordé que salía en El día de la Bestia. Con el paso de los años sólo puedo decir que tuve mucha suerte de trabajar con él. Ojalá volvamos a coincidir de nuevo. Es un referente y un ejemplo a seguir como actor, compañero, en todo. Yo era por entonces muy joven y lo que me encantaba era estar con él y escucharle. Siempre es un gustazo coincidir con actores veteranos.

Jaime Blanch y Asier Iturriaga en «Amar es para siempre»

L.C.E.D.M.: También estuvo en El secreto de Puente Viejo, como apuntó antes, donde la mayor parte de las escenas las tenía con Rebeca Sala, a la cual vimos en HIT después y no la reconocimos…

A.I.: Es una actriz maravillosa, muy camaleónica. Hila muy fino y yo alucinaba con la rapidez con la que le entraba la emoción. Cuando decían «acción» ya tenía los ojos vidriosos. Mi personaje era Anacleto y cuando me llegó la noticia me alegré mucho de que me viesen para hacer un personaje así: rarito, excéntrico y encantador. Era un señorito que estaba trabajando en un periódico por circuntancias de la vida pero sin ser periodista de vocación. La trama fue muy interesante porque hablaba de cómo en esa época se aprovechaban de las mujeres periodistas, que no estaban bien vistas o de los pseudónimos, porque él firmaba los artículos. Me lo pasé muy bien dando vida a ese personaje. La serie tenía un tono más dramático pero mi trama rozaba lo cómico.

El actor en la piel de Anaclato, su personaje en «El secreto de Puente Viejo»

L.C.E.D.M.: Por lo que estamos hablando la trama también era reivindicativa porque el personaje de Rebeca Sala le plantaba cara…

A.I.: Sí, también. Recuerdo una secuencia en la que ambos nos enfadábamos que fue muy dura pero era un personaje muy divertido porque no tenía filtro, decía lo que se le pasaba por la cabeza, se sentía con total impunidad y le daba igual todo, sin pensar si lo que decía iba sentar mal o no.

L.C.E.D.M.: Y los espectadores creemos que se identificaban con la postura de Chico García de mandarlo a paseo…

A.I.: Claro, yo lo defenderé siempre pero Anacleto era un señor insoportable, colándose en la casa continuamente con frases redichas y amaneramientos, así que esa actitud no era para menos.

L.C.E.D.M.: Ha hecho series diarias y semanales ¿qué diferencias nota en ambos formatos a la hora de trabajar?

A.I.: Yo definiría las series diarias como deportes de riesgo. Te ponen en forma muy rápido porque en un día hay que rodar un número de secuencias por lo que hay que ser muy resolutivo. En El secreto de Puente Viejo teníamos un coach, Jorge Elorza, que nos ayudaba mucho, además de los directores. Había un equipo muy hecho, con mucho tiempo trabajando. Fue casi en las mismas condiciones que en Amar es para siempre pero considero que la pude disfrutar más porque ya tenía un mayor recorrido profesional.

L.C.E.D.M.: Nuestra anterior entrevistada, Silvia Acosta, está trabajando en la serie Dos Vidas con Ana Vázquez, que dirigió muchos episodios de El secreto de Puente Viejo ¿Llegó a atrabajar usted con ella?

A.I.: Sí. Es una directora que es todo amor. Si proponías algo y le gustaba te lo compraba. Es partidaria de ir sumando y tiene una energía que te tranquiliza mucho y va muy a favor del trabajo. Me encantaría volver a trabajar con ella.

L.C.E.D.M.: En El secreto de Puente Viejo trabajó mucho tiempo Carlos Serrano, con quien usted coincide en la serie Presunto culpable, un thriller donde había que descubrir a un asesino, su personaje tenía un secreto relacionado precisamente con el personaje del actor mencionado y con unos paisajes naturales espectaculares, que eran un personaje más…

A.I.: Absolutamente. Para mí Presunto culpable supuso una alegría enorme con actores fantásticos como Susi Sánchez, Elvira Mínguez, Tomás del Estal, Carlos Serrano etc…Me gustó que apostasen también por caras nuevas. Siempre les estaré muy agradecido a las directoras de casting Yolanda Serrano y Eva Leira, ya que, tras esta serie, me dieron la posibilidad de participar en El secreto de Puente Viejo. Fue un año muy bueno a nivel laboral, donde compaginaba lo mencionado con teatro. Presunto culpable se rodaba en Mundaka, un pueblo costero de Vizcaya. Mi hermana vive en Bilbao y he estado allí pero esa zona no la conocía. Yo hacía de Guillermo, el ayudante del laboratorio de Jon, el personaje de Miguel Angel Muñoz, y tuve la fortuna de rodar en unos laboratorios reales ubicados en Urdaibai, que es Reserva de la Biosfera, un lugar espectacular y muy verde. Tengo la imagen grabada de ir con el coche de producción al set de rodaje y pensaba que lo habían montado en una nave. Fuimos por carretera hacia una isla con un delta rodeado de mar y me dijeron que había ahí unos laboratorios donde analizan los fondos marinos y el agua del mar. Al entrar pensé que no debía hacer nada porque todo estaba ya y me ayudó a ubicarme pensando inmediatamente que ahí trabajaba mi personaje. Estábamos todos en Mundaka y se creó una gran familia. Miguel Angel Muñoz fue un capitán perfecto porque es muy aficionado a los juegos, se llevó una maleta llena de ellos y la primera o la segunda noche que estuve allí jugamos todos a Los Lobos. Era como estar en un campamento.

Asier Iturriaga, Miguel Angel Muñoz y Jordi Planas en el rodaje de «Presunto culpable»

El paisaje era espectacular y mi personaje jugaba con esa doblez de ser amante del personaje de Carlos Serrano, aunque éste estaba casado y tenía una niña. Recuerdo que esa escena fue la primera que rodamos juntos, que desvelaba un dato importante y le tengo mucho recuerdo a esa secuencia, ya que no era fácil al no haber tenido mucho tiempo Carlos y yo de crear el vínculo entre los personajes, aunque nos conocíamos, y el director del capítulo, Menna Fité, que tiene una sensibilidad extraordinaria, nos sentó a ambos y creamos entre todos esa escena. Carlos Serrano es un actorazo y muy buen compañero.

Iturriaga con Carlos Serrano en «Presunto culpable»

L.C.E.D.M.: Al ser, como hemos dicho, un thriller con muchos sospechosos ¿se sabía desde el principio qué personaje era el responsable o podía ser cualquiera?

A.I.: Podía ser cualquiera. Además, nadie lo supo prácticamente hasta el final, y quien lo fue se lo reservó un poco. No digo el nombre por si alguien no la ha visto. Todos especulábamos y le admito que me hubiese encantado ser yo, porque la historia estaba planteada para que todos tuviéramos motivos para matar al personaje de Alejandra Onieva, ya que estaba metida en todas las tramas y todos tenían algo que ocultar, fue como un cluedo. No me esperé quién fue e incluso, hasta que el cadáver no aparece, yo llegué a pensar que estaba viva. Pienso que los creadores no nos dijeron nada para que, nosotros como actores, no jugásemos con esa información. Le cuento como anécdota que cuando se emitió un capítulo en Twitter empezaron a decir que el culpable era yo por un par de escenas de mi personaje. Eso me pareció muy divertido.

L.C.E.D.M.: Para finalizar el apartado televisivo ¿qué me dice si le menciono a Najwa Nimri?

A.I.: Madre mía…Ella es Zulema. Es una actriz y cantante con su sello, muy empoderada. Me parece magnética. Es una mujer muy especial y tuve la suerte de coincidir con ella, aunque fuese poco, en Vis a vis: El Oasis, pero la escena que tengo con ella rodada con la Steady fue un momento mágico. Era una boda con mucha figuración y rodamos en una casa en la sierra de Madrid. El momento en el que ella nos encañonaba y nos juntábamos los tres dio como resultado ese gran plano. Eramos una especie de trío de la muerte, con ella sufriendo, yo encajando que ella se quería ir, Zulema con su historia particular. De repente, todos se fueron y eso se rodó a altas horas de la madrugada con la incorporación posterior de los mariachis al fondo para que quedasen de referencia. Creo que es de los momentos más impresionantes que he vivido en televisión. Acabé mareado de la energía que se desprendía porque Najwa Nimri se transformaba en Zulema y era espectacular. Luego contrasta con el hecho de que Najwa es muy divertida, tiene un gran sentido del humor. Es única. Yo ese trabajo lo hice tranquilo y observé a muchos grandes actores trabajar. Fue una master class.

L.C.E.D.M.: Y para hablar de cine nos trasladamos a Sevilla donde vuelve a coincidir con Silvia Acosta, tras varias experiencias en teatro, en el film Una vez más

A.I.: Silvia Acosta es una gran amiga, hemos vivido mucho juntos y la película fue como el colofón. Yo llegué a esta película por unos amigos con los que había trabajado previamente, Fran Pérez y Julio León. Son de Sevilla e hice con ellos una obra de teatro muy bonita en Madrid que se llamaba La noche de las flores en una galería de arte ya que la obra estaba relacionada con la obra expuesta allí. Pasado el tiempo me dijeron que estaban haciendo el proceso de casting de una película que se iba a rodar en Sevilla y vieron un personaje en el que yo podía encajar. Dije que sí y pregunté si lo hacía con alguna actriz. Cuando me dijeron que era Silvia Acosta me ilusioné mucho y la llamé. Fue un casting precioso, les encantó la prueba y a ella le dieron el papel protagonista. Me alegré mucho por ella. El protagonista lo hizo Jacinto Bobo pero entré y me colé en el equipo. Al ver la película sentí un orgullo de hermano al comprobar lo que Silvia había hecho con su personaje.

Rodar en Sevilla ha sido de las experiencias más felices y cómodas que he tenido. Conocía a muchos miembros del equipo, a otros no, y noté un ambiente de familia y amor por sacar la película adelante. Todo estaba capitaneado por Guilllermo Rojas, que es un encanto de persona. En realidad rodé dos días para la reunión de los amigos pero fue precioso. Estábamos en una terraza con vistas a La Giralda y a toda Sevilla. Es una ciudad a la que he ido varias veces. Tengo un vínculo especial con la ciudad y con Andalucía en general. Soy del norte, y me tira mucho, pero el sur también. Cuando estoy en Sevilla siento que podría vivir allí y cuando paseo por sus calles me siento muy bien. Los sevillanos tienen un humor muy particular y yo entro mucho en ese código que me encanta.

L.C.E.D.M.: ¿Qué importancia le da usted al vestuario en la composición de un personaje? ¿Qué vestuario destacaría de los que ha llevado en su carrera?

A.I.: Para mí el vestuario es otra capa más del personaje. Es fundamental. No tiene nada que ver el ponerse unas zapatillas a unas botas, que te dan una sensación de pisar más fuerte. Un buen vestuario es un gran complemento para el personaje. Y de los vestuarios que me hayan gustado bastante destacaría el de Anacleto en El secreto de Puente Viejo porque me veía muy arreglado dando una sensación de pulcritud. En teatro recuerdo dos: El de Los Nadies que lo hizo Alessio Meloni. La escenografía era un linóleo negro. La prenda era deconstruida, formada por partes de diferentes prendas: una parte de una camisa cosida con un tapete, con otra tela, era como un puzzle. Ayudaba a transmitir la idea de «Soy todo y no soy Nada». Y en Proyecto Edipo se recreaba una España futurista y Felype de Lima diseñó una estética a lo Blade Runner, con una capuchas blancas y unos lásers.

Asier Iturriaga con el vestuario de Felype de Lima en «Proyecto Edipo»

L.C.E.D.M.: Para terminar ¿cómo es su estilo vistiendo en su vida diaria y cuando va a eventos?

A.I.: En mi día a día me gusta ir cómodo. Me gusta verme bien y suelo llevar pantalones pitillo o vaqueros, un poco casual pero intento ir arreglado. Ahora visto mejor que antes. Le he dado más importancia a la vestimenta porque el cómo te ven es muy importante y creo que la imagen hay que cuidarla un poco. No me considero que sea algo que me obsesione. Para ir a los eventos depende del que sea. Para una entrega de premios, por ejemplo, voy con traje, que me encanta, no tanto el clásico sino con un toque más moderno. Pienso que me atrevería a probar a ponerme otras cosas, como un diseño de Palomo Spain, pero hay que ser consciente del dress code de cada momento.

Luis Rallo: «El vestuario hace que el trabajo de creación de un personaje cobre otra dimensión»

Córdoba es una hermosa ciudad llena de gente de gran talento que lo muestra en cada oportunidad que se le presenta o si no, la busca. Luis Rallo es un actor nacido en la citada ciudad andaluza que pone el alma en cada personaje que interpreta y su maleabilidad para transformarse en el escenario es asombrosa. Formado en el Laboratorio William Layton ha pisado en tres ocasiones el Teatro Romano de Mérida, ha actuado en el Teatro Real y se ha sumergido en el universo de autores como Valle-Inclán, William Shakespeare, Eurípides, Florian Zeller o Robert Graves, siendo dirigido con maestros de la talla de José Carlos Plaza (con el que más veces ha trabajado), Miguel Narros, Lluís Pasqual, Josefina Molina o Francisco Vidal, además de producir obras arriesgadas. También tiene una amplia experiencia en la televisión y precisamente La Cultura está de Moda ha hablado con él de su paso por partida doble por una de las series diarias de referencia, de su trayectoria, de su faceta como productor y de un jugoso proyecto teatral. Pasen y lean las palabras de un gran actor que, además, es un pedazo de pan.

Foto: @pedrovaldezate

Alejandro Reche Selas: Si hablamos de actualidad laboral, usted ha aparecido en la temporada de Amar es para siempre que acabó en septiembre con un personaje de peso y se da la circunstancia de que ya estuvo en la segunda temporada de Amar en tiempos revueltos ¿Cómo valora ambas experiencias?

Luis Rallo: Muy buenas. Lo que me ocurrió la primera vez, que yo cuento como una anécdota, es que yo al principio era un número, luego un adjetivo y acabé siendo un nombre propio. Primero fui Jugador Número 1, luego Jugador Impertinente y finalmente Ambrosio. Lo que ocurrió es que me llamó Sara Bilbatúa, que era la encargada del casting en ese momento, para un personaje y, como la trama en la que intervenía era de póker y funcionó bien, estuve cinco o seis capítulos. Había hecho pruebas para algún personaje con más desarrollo en la serie y la del de esta temporada pasada salió. Estoy muy contento porque son personajes bonitos de hacer por la ambigüedad que tienen, jugando a aparentar una cosa y luego son otra. Eso como actor gusta hacerlo siempre. El equipo de la serie es fantástico. Ya conocía a algunos de sus miembros, e incluso era ya amigo, pero entiendo que es una serie de a la que la gente le cuesta irse porque se crea muy buen ambiente.

A.R.S.: Quisiese que me contase cómo fue rodar con maravillosos compañeros, porque había dos actores andaluces más, Luz Valdenebro y José Manuel Seda…

L.R.: Luz Valdenebro es cordobesa como yo y habíamos coincidido haciendo en teatro La lozana andaluza en el Centro Andaluz de Teatro, aparte de conocernos de la ESAD de Córdoba, por lo que nos conocemos desde hace muchos años y, de hecho, ella sabía que iba entrar en la serie antes que yo, y me lo dijo a posteriori y a José Manuel Seda lo conocía de Sevilla, por amigos comunes que tenemos, como Miguel Zurita, un gran actor malagueño que también estaba en La lozana andaluza y que ha trabajado mucho en teatro con él. Incluso Seda había trabajado en teatro con mi pareja, Alexandra Jiménez, en La fierecilla domada de William Shakespeare. Tenía muchas ganas de trabajar con él pero no hemos coincidido hasta ahora.

Luis Rallo a la derecha junto a Iñaki Miramón, Luz Valdenebro y David Janer en «Amar es para siempre»

A.R.S.: Aparte también trabajó con dos grandes actrices que son bellas por fuera y por dentro, Adriana Torrebejano y Lucía Jiménez, y con David Janer, que tenía un registro muy diferente al de Águila Roja, por lo que supongo que el ambiente de trabajo sería estupendo porque traspasaba la pantalla…

L.R.: El ambiente de trabajo era muy bueno porque, por ejemplo, David Janer desprende una gran alegría y vitalidad, gastando bromas constantemente, Luz Valdenebro también. El ambiente era muy lúdico dentro del esfuerzo que supone hacer una serie diaria, porque hay que memorizar mucho. Considero que es un trabajo que no está valorado como se merece porque es verdad que es lo más difícil. Apenas hay tiempo, hay que resolver y luego, con respecto al resultado, es cierto que está muy cuidada porque lleva muchos años en emisión y tiene un engranaje que funciona muy bien. Volviendo al tema de los compañeros, yo a David Janer no lo conocía pero conectamos rápidamente. Con Adriana Torrebejano había coincidido, muy poco, eso sí, en Hospital Valle Norte y Lucía Jiménez es estupenda pero su personaje pertenecía al mundo de Seda, y eran de los que no podía fiarme, aunque fuese luego compinche de ambos. Me he sentido muy a gusto, porque al entrar a mitad de temporada hay algo que ya está hecho y te incorporas de manera diferente a si lo haces desde el principio, pero te hacen sentir como parte de la fiesta que ya empezó y a la que tú acabas de llegar.

El actor cordobés junto a Lucía Jiménez y José Manuel Seda en la veterana serie diaria

A.R.S. Donde también se le puede ver es en la serie Caronte, de Amazon, y es otro ejemplo de cómo está cambiando la manera de consumir ficción televisiva, con la posibilidad de que le vean en todo el mundo…

L.R.: Sí. La acabamos de grabar el verano del año pasado. Lo curioso es que, por ejemplo, tienes la posibilidad de verte hablando en francés, inglés o italiano. Es una manera de ver cómo funciona el doblaje, ya que buscan timbres de voz similares a la tuya y la experiencia fue también muy bonita puesto que suponía empezar un proyecto desde cero y la mayoría de mis escenas las tengo con Belén López, con quien ya había trabajado en televisión y con ella se trabaja de maravilla. Luego está Alex Villazán que es un actor extraordinario e interpreta al hijo de Caronte, que interpreta Roberto Álamo, y de Belén, por lo que, yo, al ser la nueva pareja de ella, hago de su padrastro y he sido el que lo ha criado. Con respecto a la serie en sí, aunque está todo evolucionando mucho, tiene una estructura más clásica. Es un thriller policíaco de abogados y cada capítulo cuenta un caso que se resuelve al final del mismo pero también tiene una trama que se desarrolla a lo largo de toda la serie. Luego tiene el atractivo del reparto. Además de los personajes fijos hay una serie de episódicos que interpretan actores de primerísima línea, como Marta Nieto o Ana Labordeta, que sostienen una trama a la perfección.

Luis Rallo en «Caronte»

A.R.S.: Pasando al terreno teatral, la última vez que se subió a las tablas fue en Divinas Palabras dirigido por José Carlos Plaza y se da la circunstancia de que usted también estuvo, con el mismo director, al principio de su carrera, en la versión operística de esta obra que se representó en el Teatro Real de Madrid ¿me podría explicar la diferencia entre ambos montajes?

L.R.: Ambas propuestas contaban con, prácticamente, el mismo equipo técnico porque estaban Pedro Moreno y Francisco Leal, y actores con los que he trabajado mucho, como Israel Frías y Carlos Martínez-Abarca, quien está también en la obra de teatro. En esencia para mí, tanto en versión teatral como operística, hay algo de la visión de José Carlos Plaza que permanece y aunque ha pasado un lapso de veinte años más o menos entre la ópera y el montaje teatral, es evidente que la ópera ofrece una grandeza. Recuerdo por ejemplo el bosque gallego: En el Teatro Real la chácena se abría hasta el final, subían y bajaban plataformas, se movían los árboles. Todo era muy espectacular.

La obra de teatro se centra más en el trabajo de los actores que interpretan a los personajes. Incluso hay un juego metateatral en el que los cambios en el escenario se ven. Con una tela de cuero que es una especie de mural precioso se construyen básicamente todos los espacios, los cuales son movidos por los actores junto con los maquinistas. La idea de una obra de teatro donde los propios actores se encargan de concebir el espacio me parece muy interesante y bonita. También destacaría la brutalidad del texto, con un humor negro muy particular. José Carlos Plaza conoce muy bien a Valle-Inclán y esta obra la ha montado varias veces, ya que la hizo en Alemania y con un grupo vasco. Al ser un director con este nivel de conocimiento, como actor vuelas y te exige un compromiso grande porque son personajes tremendos. Luego se da la circunstancia de que en la ópera yo hice el personaje que en este montaje actual interpreta Javier Bermejo, Baldadiño, que es el único ser puro de la historia y es curioso cómo riman las cosas porque en la obra de teatro yo interpreto al verdugo, Miguelín el Padronés, que es el que lo acaba emborrachando y lo mata, y en la ópera era la víctima. Es como un espejo donde vi las dos partes.

Luis Rallo en «Divinas Palabras» junto a Alberto Berzal y Diana Palazón

A.R.S.: Yo pude verlo, hace tres años en El Padre de Florian Zeller, de nuevo a las órdenes de Plaza, que me emocionó muchísimo. Usted tenía un gran personaje donde compartía escena mano a mano con Héctor Alterio ¿qué recuerdos le trae este montaje?

L.R.: Esa función tiene algo fascinante, porque sitúa al espectador en la cabeza de un hombre enfermo. Hay un momento en el que todo es confusión en la cabeza de Héctor Alterio y como espectador pasaba lo mismo ya que, en un momento determinado, Miguel Hermoso Arnao y yo hacemos el mismo personaje. En lugar de muchos personajes interpretados por un solo actor, en este caso eran dos actores interpretando un personaje. Esa confusión muestra lo que sucede en el cerebro cuando se va a otra realidad, ya no define bien. Siempre lo entendí así a pesar de haber más dureza en mi personaje hacia el de Héctor pero también se entendía porque cuando no se mostraban escenas desde la visión del padre, como la que tenía a solas con Ana Labordeta, ahí se ve cómo la enfermedad afecta a todo el entorno. Al principio mi personaje puede parecer poco empático y algo deshumanizado porque trata mal al suegro, manifestando que ya no lo soporta. Lo bueno del texto de Zeller es que no establece personajes buenos y personajes malos. Lo que te da es el punto de vista del enfermo y que como espectador tú sientas lo que a él le pasa y el público siente una agresión. Es una obra que plantea, incluso cuando la preparábamos, hasta qué punto algo es real o no. El autor entiende muy bien la naturaleza humana. El escenario además quedaba vacío, como la cabeza del protagonista.

Rallo con Héctor Alterio en «El Padre». Foto: Miguel Angel de Arriba

A.R.S.: Para seguir hilando, usted vive con Héctor Alterio la primera de sus tres experiencias en el Festival de Mérida, dirigidas todas por José Carlos Plaza, con Yo, Claudio ¿Cómo recuerda la primera vez que pisa ese emblemático escenario?

L.R.: En mi caso se da la circunstancia de que mi familia materna es extremeña, concretamente de un pueblo de Badajoz que se llama Azuaga donde pasé muchos veranos en mi infancia y en mi adolescencia. Por lo tanto hay algo del Festival que ya forma parte de la tierra y, precisamente en Azuaga, Israel Frías, Alberto Berzal y yo hicimos allí un taller de teatro cuando estábamos haciendo La naranja mecánica en 1999 y cogimos un coche para ir a Mérida a ver La asamblea de las mujeres que interpretaban José Pedro Carrión y Fernando Sansegundo, los cuales eran nuestros profesores. Ese fue mi primer contacto con Mérida como espectador. Como actor, hacer Yo, Claudio allí supuso cumplir un sueño, ya que veías cómo gente de la talla profesional de Amparo Baró, por ejemplo, decía que nunca había podido pisar como actriz ese escenario y sabes que es un privilegio.

A.R.S.: ¿Me podría contar alguna anécdota de ese montaje?

L.R.: Recuerdo que, aparte de hacer de Británico, el hijo de Claudio, también hacía de Claudio en su juventud pero era como una proyección. En uno de los vomitorios que hay en Mérida había un foco detrás y se proyectaba una sombra muy grande que, conforme andaba, se veía al principio a alguien grande cojeando y, conforme me separaba del foco, se iba haciendo cada vez más pequeño, prácticamente minúsculo.Esa sensación de ver tu propia sombra empequeñeciéndose me pareció precioso. Fue un montaje que estuvo dos semanas en el Festival y llenó todos los días.  

Luis Rallo, en el suelo, con Héctor Alterio hablándole en «Yo, Claudio» Foto: Pentación Espactáculos

A.R.S.: Para seguir conectando cosas, usted formó parte del díptico de William Shakespeare que dirigió Lluís Pasqual formado por La Tempestad y Hamlet y, precisamente, Hécuba, su segundo montaje en Mérida, se considera el origen del segundo título mencionado…

L.R.: Cierto. Es una obra que contiene muchos elementos que otros autores han tomado como inspiración. Nosotros ya lo comentábamos en los ensayos. La diferencia es que en Hamlet el desencadenante de la tragedia es la aparición del fantasma del padre y en Hécuba es el fantasma del hijo, el personaje que yo interpretaba. Además son personajes con el componente añadido de no ser seres de carne y hueso, pero interpretar a un fantasma también es una bonita experiencia y la escena final, con Concha Velasco arrodillada y queriéndose enterrar viva es para quedarse de piedra.

Luis Rallo, Concha Velasco y María Isasi en la escena cumbre de «Hécuba». Foto: @davidruano_fotografia

A.R.S.: Y su tercera experiencia en Mérida, Medea, que pude ver en el Festival ¿qué le ha aportado?

L.R.: Fue una oportunidad de volver a trabajar con grandes compañeros como Consuelo Trujillo o Alberto Berzal y lo disfruté mucho. Pudimos ir a Colombia además, un país en el que ya estuve con Hamlet y La Tempestad. Empezar la obra en Mérida y terminar en Bogotá fue un salto muy bonito. Fue una gran compañía y la ocasión de trabajar con Ana Belén, a la que conocía y la que le tenía mucho afecto fue estupendo. A nivel actoral mi personaje, el preceptor de los hijos de Medea, era complicado porque te hacía estar en una línea muy frágil. Tanto el personaje de Consuelo Trujillo, la nodriza, como el mío, tenían la dificultad de que eran padres sin serlo biológicamente, ya que ni Jasón ni Medea ejercen su paternidad como deberían, por lo que establecíamos una relación muy especial con los niños. Además, como en cada lugar los niños eran distintos eso te obliga a estar muy vulnerable y abierto a todo lo que venga. En concreto mi personaje tenía una coraza muy grande. Se ocultaba gracias al conocimiento, tenía un aire altivo y distante pero, en el fondo, tenía mucha sensibilidad.

Luis Rallo junto a Consuelo Trujillo en «Medea». Foto: @davidruanofotografia

A.R.S.: Usted, aparte de ser dirigido por grandes maestros, ha auspiciado proyectos como productor junto con amigos compañeros de profesión como Israel Frías o Alberto Berzal…

L.R.: Sí. En realidad hemos generado proyectos según la necesidad que teníamos y las posibilidades, siendo muchas veces las primeras mayores que las segundas. Lo primero que hicimos, La naranja mecánica, estuvo muy bien arropado por José Carlos Plaza fue quien lo auspició todo. Nos puso en contacto con Eduardo Fuentes, buscó distribuidora, apoyos y fue una producción que nos vino casi dada. Desde luego se hizo un intenso trabajo interpretativo. Carlos Martínez Abarca y Javier Ruiz de Alegría, además de actuar, asumían más responsabilidades: Javier a nivel técnico y Carlos de producción. Estaba todo montado. Posteriormente Javier y Carlos montaron Historia del zoo y luego se hizo Top Girls. Fue un primer impulso. Luego cada uno seguía con los trabajos que nos iban saliendo, incluso coincidiendo en montajes y cada cierto tiempo sentimos la necesidad de contar historias o interpretar ciertos personajes con los que sueñas o trabajar con gente que te gustaría. Posteriormente hicimos Los últimos días de Judas Iscariote dirigida por José Carlos Plaza, True West a las órdenes de José Carlos Plaza, y por último hicimos 1984. Ahora nos gustaría montar un nuevo proyecto. Sin ser una compañía estable tenemos la necesidad, cada equis tiempo de juntarnos y levantar una nueva obra, viendo teatro fuera o descubriendo textos nuevos porque nos gusta y, casi siempre, son anglosajones.

A.R.S.: Personalmente considero que embarcarse en proyectos como el llevar al teatro La naranja mecánica o 1984 demuestra mucha valentía por parte de sus compañeros y de usted…

L.R.: Son textos fáciles siendo difíciles al mismo tiempo. Es fácil en el sentido porque estás adaptando una gran historia. No es lo mismo que si cuentas algo que no tengan esa dimensión. Por ejemplo, la adaptación que hizo Carlos Martínez-Abarca de 1984 fue para asombrarse de la cabeza que tiene, porque también la dirigió. Se adaptó sólo con cuatro actores y yo, al leerlo, no daba crédito. Fue asombroso. No sé si es por habernos formado en el Laboratorio William Layton, o la cultura cinematográfica, son de esos textos que nos tiran de alguna manera. Muchas veces han sido historias que nos han tocado mucho. En el caso de La naranja mecánica, Eduardo Fuentes hizo una adaptación maravillosa porque se inventó un lenguaje. El nivel de inventiva que tiene es estupendo y lo mismo pasó con Carlos en 1984.

A.R.S.: Precisamente Javier Ruiz de Alegría, en la entrevista que le hice, me habló del juego de luces que ideó para ese montaje, porque los actores no sabíais por dónde vendría la luz y producía sorpresa en las reacciones…

L.R.: Al principio era un poco locura. Lo que Javier hizo con ese recurso fue algo muy sencillo pero muy complejo a la vez. Tenía un engranaje que, si de repente no entrabas en un sitio afectaba porque era un mecano en el que debía encajar todo. Después, Carlos tiene una mente tan matemática y racional que aquello era maravilloso.

El actor en la piel del personaje que interpretó en «1984», otra de sus producciones

A.R.S.: ¿Me podría adelantar algún proyecto que pueda contar?

L.R.: Sí. Voy a hacer en el Teatro Español La casa de los espíritus de Isabel Allende, dirigido por Carme Portaceli. Se iba a hacer en abril pero se cayó con todo lo que ocurrió. La novela es preciosa, me dejó alucinado y la película que se hizo también estaba muy bien.

A.R.S.: Gracias a una amiga periodista venezolana supe que Allende escribe esta novela gracias a que se exilió…

L.R.: Está claro, porque hace una radiografía de la historia de Chile desde principios del siglo XX hasta los años previos a la publicación de la propia novela, narrando toda la dictadura, describiendo incluso torturas. Es muy interesante cómo entrecruza todas las historias. Es muy tremenda porque, por un lado, es una potente historia familiar y por otro, cuenta la historia de un país con la barbaridad y la violencia. Tiene de todo. Se estrenará en abril del año que viene, luego irá al GREC y al Teatro Romea, que era el plan inicial.

A.R.S.: Ahora quisiese pasar al apartado de moda. ¿Qué importancia le da usted al vestuario en su trabajo?

L.R.: Considero que, cuando se hace la composición de un personaje el vestuario cuenta mucho. Para mí hay algo que tiene que ver mucho que con la manera de trabajar de José Carlos Plaza, que suele trabajar con Pedro Moreno. Cuando ves un figurín hecho por él, ya te está definiendo mucho el personaje. Me viene a la mente el vestuario del reciente montaje de Divinas Palabras. Es un personaje cuya homosexualidad la muestra mucho por un lado y, por otro, la reprime y ya estaba definido desde el calzado, que consistía en unos botines de bailaor con un tacón de cuatro o cinco centímetros que te aporta ya otra cosa, luego llevaba un pantalón de cuadros tipo clown, un chalequillo azul turquesa. Se veía que, aunque era un hombre que vivía en la calle tenía un gusto por la moda, ya que incluso lleva pañuelos. Es una maravilla cuando tienes la posibilidad de trabajar con el vestuario, porque se produce un salto. Las primeras semanas estás construyendo y, como en este caso, tiene un amaneramiento muy acentuado para mostrarlo se buscan cosas que te inspiren y cuando te pones el vestuario el trabajo que estás haciendo cobra otra dimensión.

Figurín realizado por Pedro Moreno del vestuario del personaje de Luis Rallo en «Divinas Palabras»

A.R.S.: ¿Hay un vestuario del que tenga un recuerdo especial?

L.R.: Pues precisamente recuerdo el que llevé en la ópera de Divinas Palabras. Era la primera vez que iba a ser vestido por Pedro Moreno y acababa de ver la película El perro del hortelano por la que él ganó el Goya. Además Alberto Berzal, Israel Frías, Cristina Arranz y yo, prácticamente toda la clase, hicimos de figurantes en la película Tu nombre envenena mis sueños. En ese rodaje conocimos a Pedro Moreno, que fue simpatiquísimo. Estábamos muy ilusionados porque sabíamos que íbamos a trabajar con él en Divinas Palabras y resulta que lo que llevé fue un taparrabos con una camiseta rota con mucho estilo. Fue una experiencia curiosa.

A.R.S.: ¿Podría definirme su estilo de vestir tanto en su vida diaria como en eventos?

L.R.: A la hora de vestir me gusta ir cómodo, sobre todo llevar ropa vaquera. Con respecto al calzado soy más de zapatillas y botas que de zapatos, porque, además, me gusta mucho caminar con ellas. Antes me gustaban más los estampados, prendas más llamativas, pero, con los años esto ha ido cambiando. Ahora me gusta más lo básico: un polo negro, una camisa negra aunque a veces uso algo con color. Cuando voy a eventos suelo recurrir al traje de chaqueta negro o azul, con el que me sienta a gusto y me dé seguridad.

Luis Rallo elegantemente vestido en la presentación de la serie «Atrapa a un ladrón». Foto: Juan Naharro Giménez/ Getty Images