Luis Rallo: «El vestuario hace que el trabajo de creación de un personaje cobre otra dimensión»

Córdoba es una hermosa ciudad llena de gente de gran talento que lo muestra en cada oportunidad que se le presenta o si no, la busca. Luis Rallo es un actor nacido en la citada ciudad andaluza que pone el alma en cada personaje que interpreta y su maleabilidad para transformarse en el escenario es asombrosa. Formado en el Laboratorio William Layton ha pisado en tres ocasiones el Teatro Romano de Mérida, ha actuado en el Teatro Real y se ha sumergido en el universo de autores como Valle-Inclán, William Shakespeare, Eurípides, Florian Zeller o Robert Graves, siendo dirigido con maestros de la talla de José Carlos Plaza (con el que más veces ha trabajado), Miguel Narros, Lluís Pasqual, Josefina Molina o Francisco Vidal, además de producir obras arriesgadas. También tiene una amplia experiencia en la televisión y precisamente La Cultura está de Moda ha hablado con él de su paso por partida doble por una de las series diarias de referencia, de su trayectoria, de su faceta como productor y de un jugoso proyecto teatral. Pasen y lean las palabras de un gran actor que, además, es un pedazo de pan.

Foto: @pedrovaldezate

Alejandro Reche Selas: Si hablamos de actualidad laboral, usted ha aparecido en la temporada de Amar es para siempre que acabó en septiembre con un personaje de peso y se da la circunstancia de que ya estuvo en la segunda temporada de Amar en tiempos revueltos ¿Cómo valora ambas experiencias?

Luis Rallo: Muy buenas. Lo que me ocurrió la primera vez, que yo cuento como una anécdota, es que yo al principio era un número, luego un adjetivo y acabé siendo un nombre propio. Primero fui Jugador Número 1, luego Jugador Impertinente y finalmente Ambrosio. Lo que ocurrió es que me llamó Sara Bilbatúa, que era la encargada del casting en ese momento, para un personaje y, como la trama en la que intervenía era de póker y funcionó bien, estuve cinco o seis capítulos. Había hecho pruebas para algún personaje con más desarrollo en la serie y la del de esta temporada pasada salió. Estoy muy contento porque son personajes bonitos de hacer por la ambigüedad que tienen, jugando a aparentar una cosa y luego son otra. Eso como actor gusta hacerlo siempre. El equipo de la serie es fantástico. Ya conocía a algunos de sus miembros, e incluso era ya amigo, pero entiendo que es una serie de a la que la gente le cuesta irse porque se crea muy buen ambiente.

A.R.S.: Quisiese que me contase cómo fue rodar con maravillosos compañeros, porque había dos actores andaluces más, Luz Valdenebro y José Manuel Seda…

L.R.: Luz Valdenebro es cordobesa como yo y habíamos coincidido haciendo en teatro La lozana andaluza en el Centro Andaluz de Teatro, aparte de conocernos de la ESAD de Córdoba, por lo que nos conocemos desde hace muchos años y, de hecho, ella sabía que iba entrar en la serie antes que yo, y me lo dijo a posteriori y a José Manuel Seda lo conocía de Sevilla, por amigos comunes que tenemos, como Miguel Zurita, un gran actor malagueño que también estaba en La lozana andaluza y que ha trabajado mucho en teatro con él. Incluso Seda había trabajado en teatro con mi pareja, Alexandra Jiménez, en La fierecilla domada de William Shakespeare. Tenía muchas ganas de trabajar con él pero no hemos coincidido hasta ahora.

Luis Rallo a la derecha junto a Iñaki Miramón, Luz Valdenebro y David Janer en «Amar es para siempre»

A.R.S.: Aparte también trabajó con dos grandes actrices que son bellas por fuera y por dentro, Adriana Torrebejano y Lucía Jiménez, y con David Janer, que tenía un registro muy diferente al de Águila Roja, por lo que supongo que el ambiente de trabajo sería estupendo porque traspasaba la pantalla…

L.R.: El ambiente de trabajo era muy bueno porque, por ejemplo, David Janer desprende una gran alegría y vitalidad, gastando bromas constantemente, Luz Valdenebro también. El ambiente era muy lúdico dentro del esfuerzo que supone hacer una serie diaria, porque hay que memorizar mucho. Considero que es un trabajo que no está valorado como se merece porque es verdad que es lo más difícil. Apenas hay tiempo, hay que resolver y luego, con respecto al resultado, es cierto que está muy cuidada porque lleva muchos años en emisión y tiene un engranaje que funciona muy bien. Volviendo al tema de los compañeros, yo a David Janer no lo conocía pero conectamos rápidamente. Con Adriana Torrebejano había coincidido, muy poco, eso sí, en Hospital Valle Norte y Lucía Jiménez es estupenda pero su personaje pertenecía al mundo de Seda, y eran de los que no podía fiarme, aunque fuese luego compinche de ambos. Me he sentido muy a gusto, porque al entrar a mitad de temporada hay algo que ya está hecho y te incorporas de manera diferente a si lo haces desde el principio, pero te hacen sentir como parte de la fiesta que ya empezó y a la que tú acabas de llegar.

El actor cordobés junto a Lucía Jiménez y José Manuel Seda en la veterana serie diaria

A.R.S. Donde también se le puede ver es en la serie Caronte, de Amazon, y es otro ejemplo de cómo está cambiando la manera de consumir ficción televisiva, con la posibilidad de que le vean en todo el mundo…

L.R.: Sí. La acabamos de grabar el verano del año pasado. Lo curioso es que, por ejemplo, tienes la posibilidad de verte hablando en francés, inglés o italiano. Es una manera de ver cómo funciona el doblaje, ya que buscan timbres de voz similares a la tuya y la experiencia fue también muy bonita puesto que suponía empezar un proyecto desde cero y la mayoría de mis escenas las tengo con Belén López, con quien ya había trabajado en televisión y con ella se trabaja de maravilla. Luego está Alex Villazán que es un actor extraordinario e interpreta al hijo de Caronte, que interpreta Roberto Álamo, y de Belén, por lo que, yo, al ser la nueva pareja de ella, hago de su padrastro y he sido el que lo ha criado. Con respecto a la serie en sí, aunque está todo evolucionando mucho, tiene una estructura más clásica. Es un thriller policíaco de abogados y cada capítulo cuenta un caso que se resuelve al final del mismo pero también tiene una trama que se desarrolla a lo largo de toda la serie. Luego tiene el atractivo del reparto. Además de los personajes fijos hay una serie de episódicos que interpretan actores de primerísima línea, como Marta Nieto o Ana Labordeta, que sostienen una trama a la perfección.

Luis Rallo en «Caronte»

A.R.S.: Pasando al terreno teatral, la última vez que se subió a las tablas fue en Divinas Palabras dirigido por José Carlos Plaza y se da la circunstancia de que usted también estuvo, con el mismo director, al principio de su carrera, en la versión operística de esta obra que se representó en el Teatro Real de Madrid ¿me podría explicar la diferencia entre ambos montajes?

L.R.: Ambas propuestas contaban con, prácticamente, el mismo equipo técnico porque estaban Pedro Moreno y Francisco Leal, y actores con los que he trabajado mucho, como Israel Frías y Carlos Martínez-Abarca, quien está también en la obra de teatro. En esencia para mí, tanto en versión teatral como operística, hay algo de la visión de José Carlos Plaza que permanece y aunque ha pasado un lapso de veinte años más o menos entre la ópera y el montaje teatral, es evidente que la ópera ofrece una grandeza. Recuerdo por ejemplo el bosque gallego: En el Teatro Real la chácena se abría hasta el final, subían y bajaban plataformas, se movían los árboles. Todo era muy espectacular.

La obra de teatro se centra más en el trabajo de los actores que interpretan a los personajes. Incluso hay un juego metateatral en el que los cambios en el escenario se ven. Con una tela de cuero que es una especie de mural precioso se construyen básicamente todos los espacios, los cuales son movidos por los actores junto con los maquinistas. La idea de una obra de teatro donde los propios actores se encargan de concebir el espacio me parece muy interesante y bonita. También destacaría la brutalidad del texto, con un humor negro muy particular. José Carlos Plaza conoce muy bien a Valle-Inclán y esta obra la ha montado varias veces, ya que la hizo en Alemania y con un grupo vasco. Al ser un director con este nivel de conocimiento, como actor vuelas y te exige un compromiso grande porque son personajes tremendos. Luego se da la circunstancia de que en la ópera yo hice el personaje que en este montaje actual interpreta Javier Bermejo, Baldadiño, que es el único ser puro de la historia y es curioso cómo riman las cosas porque en la obra de teatro yo interpreto al verdugo, Miguelín el Padronés, que es el que lo acaba emborrachando y lo mata, y en la ópera era la víctima. Es como un espejo donde vi las dos partes.

Luis Rallo en «Divinas Palabras» junto a Alberto Berzal y Diana Palazón

A.R.S.: Yo pude verlo, hace tres años en El Padre de Florian Zeller, de nuevo a las órdenes de Plaza, que me emocionó muchísimo. Usted tenía un gran personaje donde compartía escena mano a mano con Héctor Alterio ¿qué recuerdos le trae este montaje?

L.R.: Esa función tiene algo fascinante, porque sitúa al espectador en la cabeza de un hombre enfermo. Hay un momento en el que todo es confusión en la cabeza de Héctor Alterio y como espectador pasaba lo mismo ya que, en un momento determinado, Miguel Hermoso Arnao y yo hacemos el mismo personaje. En lugar de muchos personajes interpretados por un solo actor, en este caso eran dos actores interpretando un personaje. Esa confusión muestra lo que sucede en el cerebro cuando se va a otra realidad, ya no define bien. Siempre lo entendí así a pesar de haber más dureza en mi personaje hacia el de Héctor pero también se entendía porque cuando no se mostraban escenas desde la visión del padre, como la que tenía a solas con Ana Labordeta, ahí se ve cómo la enfermedad afecta a todo el entorno. Al principio mi personaje puede parecer poco empático y algo deshumanizado porque trata mal al suegro, manifestando que ya no lo soporta. Lo bueno del texto de Zeller es que no establece personajes buenos y personajes malos. Lo que te da es el punto de vista del enfermo y que como espectador tú sientas lo que a él le pasa y el público siente una agresión. Es una obra que plantea, incluso cuando la preparábamos, hasta qué punto algo es real o no. El autor entiende muy bien la naturaleza humana. El escenario además quedaba vacío, como la cabeza del protagonista.

Rallo con Héctor Alterio en «El Padre». Foto: Miguel Angel de Arriba

A.R.S.: Para seguir hilando, usted vive con Héctor Alterio la primera de sus tres experiencias en el Festival de Mérida, dirigidas todas por José Carlos Plaza, con Yo, Claudio ¿Cómo recuerda la primera vez que pisa ese emblemático escenario?

L.R.: En mi caso se da la circunstancia de que mi familia materna es extremeña, concretamente de un pueblo de Badajoz que se llama Azuaga donde pasé muchos veranos en mi infancia y en mi adolescencia. Por lo tanto hay algo del Festival que ya forma parte de la tierra y, precisamente en Azuaga, Israel Frías, Alberto Berzal y yo hicimos allí un taller de teatro cuando estábamos haciendo La naranja mecánica en 1999 y cogimos un coche para ir a Mérida a ver La asamblea de las mujeres que interpretaban José Pedro Carrión y Fernando Sansegundo, los cuales eran nuestros profesores. Ese fue mi primer contacto con Mérida como espectador. Como actor, hacer Yo, Claudio allí supuso cumplir un sueño, ya que veías cómo gente de la talla profesional de Amparo Baró, por ejemplo, decía que nunca había podido pisar como actriz ese escenario y sabes que es un privilegio.

A.R.S.: ¿Me podría contar alguna anécdota de ese montaje?

L.R.: Recuerdo que, aparte de hacer de Británico, el hijo de Claudio, también hacía de Claudio en su juventud pero era como una proyección. En uno de los vomitorios que hay en Mérida había un foco detrás y se proyectaba una sombra muy grande que, conforme andaba, se veía al principio a alguien grande cojeando y, conforme me separaba del foco, se iba haciendo cada vez más pequeño, prácticamente minúsculo.Esa sensación de ver tu propia sombra empequeñeciéndose me pareció precioso. Fue un montaje que estuvo dos semanas en el Festival y llenó todos los días.  

Luis Rallo, en el suelo, con Héctor Alterio hablándole en «Yo, Claudio» Foto: Pentación Espactáculos

A.R.S.: Para seguir conectando cosas, usted formó parte del díptico de William Shakespeare que dirigió Lluís Pasqual formado por La Tempestad y Hamlet y, precisamente, Hécuba, su segundo montaje en Mérida, se considera el origen del segundo título mencionado…

L.R.: Cierto. Es una obra que contiene muchos elementos que otros autores han tomado como inspiración. Nosotros ya lo comentábamos en los ensayos. La diferencia es que en Hamlet el desencadenante de la tragedia es la aparición del fantasma del padre y en Hécuba es el fantasma del hijo, el personaje que yo interpretaba. Además son personajes con el componente añadido de no ser seres de carne y hueso, pero interpretar a un fantasma también es una bonita experiencia y la escena final, con Concha Velasco arrodillada y queriéndose enterrar viva es para quedarse de piedra.

Luis Rallo, Concha Velasco y María Isasi en la escena cumbre de «Hécuba». Foto: @davidruano_fotografia

A.R.S.: Y su tercera experiencia en Mérida, Medea, que pude ver en el Festival ¿qué le ha aportado?

L.R.: Fue una oportunidad de volver a trabajar con grandes compañeros como Consuelo Trujillo o Alberto Berzal y lo disfruté mucho. Pudimos ir a Colombia además, un país en el que ya estuve con Hamlet y La Tempestad. Empezar la obra en Mérida y terminar en Bogotá fue un salto muy bonito. Fue una gran compañía y la ocasión de trabajar con Ana Belén, a la que conocía y la que le tenía mucho afecto fue estupendo. A nivel actoral mi personaje, el preceptor de los hijos de Medea, era complicado porque te hacía estar en una línea muy frágil. Tanto el personaje de Consuelo Trujillo, la nodriza, como el mío, tenían la dificultad de que eran padres sin serlo biológicamente, ya que ni Jasón ni Medea ejercen su paternidad como deberían, por lo que establecíamos una relación muy especial con los niños. Además, como en cada lugar los niños eran distintos eso te obliga a estar muy vulnerable y abierto a todo lo que venga. En concreto mi personaje tenía una coraza muy grande. Se ocultaba gracias al conocimiento, tenía un aire altivo y distante pero, en el fondo, tenía mucha sensibilidad.

Luis Rallo junto a Consuelo Trujillo en «Medea». Foto: @davidruanofotografia

A.R.S.: Usted, aparte de ser dirigido por grandes maestros, ha auspiciado proyectos como productor junto con amigos compañeros de profesión como Israel Frías o Alberto Berzal…

L.R.: Sí. En realidad hemos generado proyectos según la necesidad que teníamos y las posibilidades, siendo muchas veces las primeras mayores que las segundas. Lo primero que hicimos, La naranja mecánica, estuvo muy bien arropado por José Carlos Plaza fue quien lo auspició todo. Nos puso en contacto con Eduardo Fuentes, buscó distribuidora, apoyos y fue una producción que nos vino casi dada. Desde luego se hizo un intenso trabajo interpretativo. Carlos Martínez Abarca y Javier Ruiz de Alegría, además de actuar, asumían más responsabilidades: Javier a nivel técnico y Carlos de producción. Estaba todo montado. Posteriormente Javier y Carlos montaron Historia del zoo y luego se hizo Top Girls. Fue un primer impulso. Luego cada uno seguía con los trabajos que nos iban saliendo, incluso coincidiendo en montajes y cada cierto tiempo sentimos la necesidad de contar historias o interpretar ciertos personajes con los que sueñas o trabajar con gente que te gustaría. Posteriormente hicimos Los últimos días de Judas Iscariote dirigida por José Carlos Plaza, True West a las órdenes de José Carlos Plaza, y por último hicimos 1984. Ahora nos gustaría montar un nuevo proyecto. Sin ser una compañía estable tenemos la necesidad, cada equis tiempo de juntarnos y levantar una nueva obra, viendo teatro fuera o descubriendo textos nuevos porque nos gusta y, casi siempre, son anglosajones.

A.R.S.: Personalmente considero que embarcarse en proyectos como el llevar al teatro La naranja mecánica o 1984 demuestra mucha valentía por parte de sus compañeros y de usted…

L.R.: Son textos fáciles siendo difíciles al mismo tiempo. Es fácil en el sentido porque estás adaptando una gran historia. No es lo mismo que si cuentas algo que no tengan esa dimensión. Por ejemplo, la adaptación que hizo Carlos Martínez-Abarca de 1984 fue para asombrarse de la cabeza que tiene, porque también la dirigió. Se adaptó sólo con cuatro actores y yo, al leerlo, no daba crédito. Fue asombroso. No sé si es por habernos formado en el Laboratorio William Layton, o la cultura cinematográfica, son de esos textos que nos tiran de alguna manera. Muchas veces han sido historias que nos han tocado mucho. En el caso de La naranja mecánica, Eduardo Fuentes hizo una adaptación maravillosa porque se inventó un lenguaje. El nivel de inventiva que tiene es estupendo y lo mismo pasó con Carlos en 1984.

A.R.S.: Precisamente Javier Ruiz de Alegría, en la entrevista que le hice, me habló del juego de luces que ideó para ese montaje, porque los actores no sabíais por dónde vendría la luz y producía sorpresa en las reacciones…

L.R.: Al principio era un poco locura. Lo que Javier hizo con ese recurso fue algo muy sencillo pero muy complejo a la vez. Tenía un engranaje que, si de repente no entrabas en un sitio afectaba porque era un mecano en el que debía encajar todo. Después, Carlos tiene una mente tan matemática y racional que aquello era maravilloso.

El actor en la piel del personaje que interpretó en «1984», otra de sus producciones

A.R.S.: ¿Me podría adelantar algún proyecto que pueda contar?

L.R.: Sí. Voy a hacer en el Teatro Español La casa de los espíritus de Isabel Allende, dirigido por Carme Portaceli. Se iba a hacer en abril pero se cayó con todo lo que ocurrió. La novela es preciosa, me dejó alucinado y la película que se hizo también estaba muy bien.

A.R.S.: Gracias a una amiga periodista venezolana supe que Allende escribe esta novela gracias a que se exilió…

L.R.: Está claro, porque hace una radiografía de la historia de Chile desde principios del siglo XX hasta los años previos a la publicación de la propia novela, narrando toda la dictadura, describiendo incluso torturas. Es muy interesante cómo entrecruza todas las historias. Es muy tremenda porque, por un lado, es una potente historia familiar y por otro, cuenta la historia de un país con la barbaridad y la violencia. Tiene de todo. Se estrenará en abril del año que viene, luego irá al GREC y al Teatro Romea, que era el plan inicial.

A.R.S.: Ahora quisiese pasar al apartado de moda. ¿Qué importancia le da usted al vestuario en su trabajo?

L.R.: Considero que, cuando se hace la composición de un personaje el vestuario cuenta mucho. Para mí hay algo que tiene que ver mucho que con la manera de trabajar de José Carlos Plaza, que suele trabajar con Pedro Moreno. Cuando ves un figurín hecho por él, ya te está definiendo mucho el personaje. Me viene a la mente el vestuario del reciente montaje de Divinas Palabras. Es un personaje cuya homosexualidad la muestra mucho por un lado y, por otro, la reprime y ya estaba definido desde el calzado, que consistía en unos botines de bailaor con un tacón de cuatro o cinco centímetros que te aporta ya otra cosa, luego llevaba un pantalón de cuadros tipo clown, un chalequillo azul turquesa. Se veía que, aunque era un hombre que vivía en la calle tenía un gusto por la moda, ya que incluso lleva pañuelos. Es una maravilla cuando tienes la posibilidad de trabajar con el vestuario, porque se produce un salto. Las primeras semanas estás construyendo y, como en este caso, tiene un amaneramiento muy acentuado para mostrarlo se buscan cosas que te inspiren y cuando te pones el vestuario el trabajo que estás haciendo cobra otra dimensión.

Figurín realizado por Pedro Moreno del vestuario del personaje de Luis Rallo en «Divinas Palabras»

A.R.S.: ¿Hay un vestuario del que tenga un recuerdo especial?

L.R.: Pues precisamente recuerdo el que llevé en la ópera de Divinas Palabras. Era la primera vez que iba a ser vestido por Pedro Moreno y acababa de ver la película El perro del hortelano por la que él ganó el Goya. Además Alberto Berzal, Israel Frías, Cristina Arranz y yo, prácticamente toda la clase, hicimos de figurantes en la película Tu nombre envenena mis sueños. En ese rodaje conocimos a Pedro Moreno, que fue simpatiquísimo. Estábamos muy ilusionados porque sabíamos que íbamos a trabajar con él en Divinas Palabras y resulta que lo que llevé fue un taparrabos con una camiseta rota con mucho estilo. Fue una experiencia curiosa.

A.R.S.: ¿Podría definirme su estilo de vestir tanto en su vida diaria como en eventos?

L.R.: A la hora de vestir me gusta ir cómodo, sobre todo llevar ropa vaquera. Con respecto al calzado soy más de zapatillas y botas que de zapatos, porque, además, me gusta mucho caminar con ellas. Antes me gustaban más los estampados, prendas más llamativas, pero, con los años esto ha ido cambiando. Ahora me gusta más lo básico: un polo negro, una camisa negra aunque a veces uso algo con color. Cuando voy a eventos suelo recurrir al traje de chaqueta negro o azul, con el que me sienta a gusto y me dé seguridad.

Luis Rallo elegantemente vestido en la presentación de la serie «Atrapa a un ladrón». Foto: Juan Naharro Giménez/ Getty Images