Ernesto Arias: «Los jóvenes están ávidos por aprender y eso me pone mucho las pilas»

Ernesto Arias (Corias, Cangas del Narcea, Asturias,1969) siente la pasión por el teatro de una manera muy intensa. Se forjó en el Teatro de la Abadía interpretando todo tipo de personajes pero admite que los clásicos le atraen de una manera especial. En la actualidad se encuentra en el Teatro de la Comedia representando Antonio y Cleopatra de William Shakespeare en su primer montaje a las órdenes de José Carlos Plaza. La Cultura está de Moda ha hablado con él de éste y de otros destacados montajes a las órdenes de José Luis Gómez, Eduardo Vasco, Darío Facal o Magüi Mira, de su intervención en la serie más longeva de la sobremesa y de su faceta como director de escena y docente. Pasen y lean.

Foto: @sergiopfotografia

La Cultura está de Moda: En Antonio y Cleopatra usted da vida a Enobarbo, que según la Historia, fue un político de la época en la que transcurre la obra…

Ernesto Arias: Sí. Pero el personaje en esta obra de William Shakespeare no tiene nada que ver con el personaje histórico. En Antonio y Cleopatra Shakespeare plantea la contraposición de dos fuerzas: una en Egipto y otra en Roma. La de Egipto tiene que ver con todo lo corporal, lo sensorial, la espiritualidad, el placer y el gozo, mientras que la fuerza de Roma está relacionada con lo político, la operatividad, lo cerebral. Son dos concepciones del mundo aunque eso no quiere decir que en Egipto no haya política, ya que Cleopatra también tenía esa faceta, o que en Roma no haya ese elemento corporal. Al comienzo de la obra Antonio, que es un soldado, un militar, está en Egipto en el momento álgido de su relación con Cleopatra, absorbido totalmente por su belleza y su sensualidad, y Roma empieza a llamar su atención. Él siente que debe de atender aquello que se le reclama. Enobarbo, mi personaje, es su compañero. Representa la lealtad. Él está muy cómodo con Antonio en Egipto y creo, en mi opinión, que considera que la relación entre Antonio y Cleopatra es la perfección absoluta. Lo que ocurre es que hay que ir a Roma para atender los asuntos políticos y Enobarbo es testigo de cómo Antonio, arrastrado por Egipto y por Cleopatra, empieza a tomar decisiones que él piensa que son erróneas y cómo a su amigo se le empieza a ir un poco la cabeza. Al final tomará una decisión que no puedo desvelar pero él no sabe cómo mantener la lealtad ante el cambio de actitud de Antonio.

L.C.E.D.M.: ¿Qué valoración hace de esta nueva aventura teatral que está vivendo?

E.A.: La valoración es más que positiva. Es maravillosa. Me apasionan los clásicos, he hecho varias obras de Shakesperare como Noche de Reyes o El Mercader de Venecia y he dirigido una obra suya, Enrique VIII, y cuando me propusieron esta obra acepté encantado por varias razones, como trabajar por primera vez con José Carlos Plaza, un director al que admiraba mucho. Recuerdo que fue muy importante para mí, en mi época de estudiante en Asturias. Él dirigía el Centro Dramático Nacional e iban las producciones al Teatro Campoamor de Oviedo y las vi. Recuerdo Hamlet, Comedias Bárbaras, que las vi seguidas en un solo día, o Historia del zoo de Edward Albee. Desde entonces le tengo una gran estima. Cuando dirigía Escénica en Málaga me llevó a hacer un taller y siempre quise trabajar con él, por lo que estoy encantado. Por otro lado, está el hecho de volver a compartir escenario con Ana Belén, con quien hice la gira de Kathie y el hipopótamo y con Lluís Homar, con el que coincidí en el Teatro de la Abadía en la obra El señor Puntila y su criado Matti de Brecht. La estrenó José Luis Gómez en Madrid y la gira la hizo Lluís Homar. Luego hay en la obra un grupo de profesionales con los que nunca había trabajado y a los que admiraba mucho, como Israel Frías, Rafa Castejón, Olga Rodríguez o Carlos Martínez-Abarca. Ya los había visto trabajar pero nunca había coincidido en el escenario con ellos y me hacía mucha ilusión tener la oportunidad de hacerlo. Con Fernando Sansegundo sólo había hecho hace algunos años una lectura, pero nada más. Además, aparte del personaje que me proponían y que me encantaba, el proceso creativo bajo la batuta de José Carlos Plaza lo viví con enorme placer. Doy gracias a José Carlos Plaza y a Lluís Homar, que han querido contar conmigo para este proyecto.

L.C.E.D.M.: Con esta obra, se completa una especie de trilogía grecolatina en su actividad profesional en estos últimos años…

E.A.: Sí, pero yo no lo busco. Son proyectos que me proponen y yo encantado. Hace dos años Hernán Gené me propuso hacer Pericles. Príncipe de Tiro en Mérida y supuso mi primera vez actuando en el Festival, con una obra de Shakespeare no muy conocida y unos compañeros impresionantes: María Isasi, Oscar de la Fuente, Ana Fernández, José Troncoso y Marta Larralde. Era otro elenco genial. Viví todo con un entusiasmo enorme porque actuar en Mérida tiene una magia especial. Años antes me llamó Magüi Mira para sustituir a Marcial Álvarez en César y Cleopatra, que también se estrenó en Mérida pero yo me incorporé en la gira. Compartí escenario con Ángela Molina, Emilio Gutiérrez Caba y Carolina Yuste, que está desarrollando una carrera impresionante. En esa obra hice de César joven.

L.C.E.D.M.: En la actualidad, también destaca el montaje de El Animal de Hungría de Lope de Vega que usted ha dirigido…

E.A.: Así es. Se trata de un proyecto muy bonito. Ha sido un viaje encantador y apasionante que comenzó con un taller con un grupo de jóvenes recién salidos de la RESAD a los que conocía porque estuve allí dando clases un año, que se pusieron en contacto conmigo para que les diera unas clases de verso. Les propuse que buscasen un texto que no fuera muy conocido para poder estudiarlo y trabajarlo sin ideas preconcebidas, como podría ocurrir con El Perro del Hortelano, Fuenteovejuna, La Vida es Sueño o El Caballero de Olmedo. Me gusta, cuando doy clase de verso a jóvenes, trabajar con un texto no tan conocido. Buscaron y surgió esta obra que a todos nos entusiasmó. Trabajamos sin ánimos de ponerlo en escena pero ellos me lo propusieron y a mí, entre que el trabajo con ellos había sido genial, porque tienen una energía con una mezcla de entusiasmo, ilusión, rigor y un alto esfuerzo, y que yo soy un apasionado de los clásicos, especialmente del Siglo de Oro, trabajé con muchas ganas. Me di cuenta de que El Animal de Hungría, un texto casi olvidado, tenía una gran calidad, y debía estar en el canon de Lope de Vega junto con sus obras más conocidas. Consideraba que era una obra merecedora de estar en los escenarios. Me junté con Santiago Pérez, productor de Escénate, y empezamos a buscar las posibilidades de llevarla a escena. Acabó estrenándose en el Festival de Alcalá y recibí mucho apoyo de su director, Mariano de Paco. Luego estuvimos en Peñíscola, en Almagro y en los Veranos de la Villa. Ahora está un poco apartada pero esperamos que en primavera nos salgan más bolos e ir a otros festivales. La acogida ha sido estupenda donde hemos ido por parte del público y de los críticos. Se han publicado seis críticas y todas han sido muy buenas.

Considero que el Siglo de Oro es maravilloso. El teatro isabelino, con Shakespeare a la cabeza, está muy bien pero no se puede negar que, en cuestión de cantidad, el Siglo de Oro español es un patrimonio muchísimo más grande que el inglés. Shakespeare escribió treinta y seis obra y sólo Lope de Vega escribió cuatrocientas y pico. Hay que sumar a Calderón, Tirso de Molina, y otros autores que no se escenifican y merecen una oportunidad. El Siglo de Oro despierta mucho interés por parte de los estudiosos o los filólogos pero a nivel escénico no. Hay muchos autores cuyas obras se quedan en bibliotecas y no se ven en los escenarios. Por eso la labor de la Compañía Nacional de Teatro Clásico es muy importante y se está extendiendo a otras compañías que apuestan por los clásicos españoles. El Animal de Hungría lo considero un tesoro que merecía llevarse a los escenarios y estoy convencido de que hay muchos más. Hay que indagar y escarbar un poco.

Ernesto Arias con el elenco de «El Animal de Hungría». Foto: Antonio Castro

L.C.E.D.M.: Volveremos al teatro pero no se puede dejar pasar su intervención en la novena temporada de Amar es para siempre, una serie que vemos desde el principio, y usted hacía de marido de Manuela Velasco, con la peculiaridad de que «moría» cinco o seis veces a manos de distintos personajes…

E.A.: Hay gente muy seguidora de la serie y ya forma parte de las sobremesas españolas. La experiencia de trabajar en ella ha sido estupenda. No hago mucho audiovisual. Cuando me lo han propuesto a veces me coincidía con teatro y no podía pero cuando he podido sí. Lo que me sorprendió fue el buen rollo del equipo. Hay una cordialidad y familiaridad que hace que te cuiden y te mimen mucho. Esto se extiende a todos: desde el director, Eduardo Casanova, hasta los compañeros, los responsables del vestuario, la ilunimación, los decorados o los técnicos de cámara. Todos ponen mucha atención y amor al trabajo que hacen. El personaje me gustó porque empezó siendo un poco malvado, luego tenía un accidente, se arrepentía y con lo de «las muertes» fue fenomenal. La grabé seis veces y ya decía. «¿Alguién más quiere pasar a matarme?».

Por otro lado me sentí muy afortunado de saber que Manuela Velasco era con quien iba a tener la trama . La había visto en teatro y la admiraba mucho, lo mismo que a Joseba Apaolaza, con quien también compartí escenas. Debo mencionar a Roberto Mori, que actuó en la etapa de Amar en tiempos revueltos y que, cuando yo estuve, era el coach de los actores. Su labor es muy importante porque hay actores fijos, otros que se renuevan en cada temporada, otros que están como tres meses, que fue mi caso, y luego hay episódicos. Él te orienta en el tono que hay que darle al personaje porque tiene una visión de todo. Es genial, al igual que los directores. Es una experiencia buena, pero también agotadora por el ritmo que llevan las series diarias y se hace un gran esfuerzo para sacarla adelante. Lo tienen todo muy bien estudiado y cuentan con una maquinaria muy preparada, con el añadido del COVID, lo cual hizo que se tuviesen que preparar los protocolos de seguridad para trabajar en óptimas condiciones. Te sentías muy seguro por el trabajo que hicieron.

Arias caracterizado como su personaje en «Amar es para siempre»

L.C.E.D.M.: Volviendo al teatro, queremos pisar sobre seguro y mencionar dos montajes en los que le vimos actuar y nos marcaron por sitintos motivos: ¿Qué recuerdos tiene de Veraneantes y El Malentendido?

E.A.: ¿Saben lo que creo? Que soy una persona muy afortunada. Por norma general no me gusta llevar mi atención al pasado. Lo que he hecho, hecho está. No suelo tener una visión nostálgica de mi carrera. De forma natural miro siempre los próximos proyectos, la gente con la que me gustaría trabajar o las obras que querría hacer. Cuando, de repente, como ahora, me recuerdan títulos como los que mencionan, lo primero que pienso es que he tenido mucha suerte por haberlos hecho.

Veraneantes fue una estupenda experiencia. La dirigió Miguel del Arco y fue una coproducción de Kamikaze Producciones y Teatro de la Abadía. Fue una obra genial con un personaje estupendo y disfruté muchísimo. Cuando hago teatro lo que quiero es disfrutar, lo que quiere decir, no sufrir, gozarlo al máximo y aprender. Todo eso ocurrió con este montaje porque Miguel del Arco es un maestro de la dirección escénica y tuve la oportunidad de trabajar con Israel Elejalde, Raúl Prieto, Cristóbal Suárez, Lidia Otón, Manuela Paso y Elisabet Gelabert, entre otros. Vino acompañada de un gran entusiasmo por parte del público y si, además, lo gozas con entusiasmo como actor, como fue el caso, supone la felicidad total. Recuerdo especialmente este montaje porque las representaciones concidieron con el nacimiento de Iván, mi segundo hijo y entonces se pueden imaginar mi estado haciéndola. Fue una experiencia tremenda.

Ernesto Arias con sus compañeros de escena de «Veraneantes». Foto: Ros Ribas

El Malentendido de Albert Camus supuso la oportunidad de trabajar por primera vez con Cayetana Guillén-Cuervo, con quien volví a coincidir en Hedda Gabler de Ibsen. Trabajé también con Julieta Serrano, que hay que inclinarse cada vez que se le nombra, es una maravilla, y también coincidí en escena con Lara Grube. Fue una producción del Centro Dramático Nacional dirigida por Eduardo Vasco y tuvo mucha vida. Fue una experiencia muy bonita por la vinculación de Cayetana con el proyecto. Sus padres habían estrenado la obra y fue un homenaje a ellos y a esa generación de actores. Lamentablemente Fernando Guillén falleció antes de estrenarse y no la pudo ver. Fue un proyecto muy emocionante. Por otra parte el texto era maravilloso.

Arias con sus compañeros en «El Malentendido». Foto: @davidruano_fotografia

L.C.E.D.M.: En el Teatro de la Abadía permanece una larga etapa donde representa tanto textos clásicos como contemporáneos, algunos de ellos bajo la dirección, además de José Luis Gómez, de directores extranjeros. Esa visión de alguien de otro país debe de enriquecer a los actores…

E.A.: Claro. Yo entré en La Abadía con veinticuatro años y fui parte de la primera hornada de actores que la inauguramos: Pedro Casablanc, Carmen Machi, Carmen Losa, Alberto Jiménez y Beatriz Argüello, entre otros. En 1994 comenzamos a trabajar y en 1995 se inauguró La Abadía con el montaje de El Retablo de la Avaricia, la Lujuria y la Muerte de Valle-Inclán. Ese fue mi primer golpe de fortuna en el mundo teatral. Estuve allí mucho tiempo desarrollando el comienzo de mi carrera, no sólo actuando sino también entrenando y haciendo talleres. Como José Luis Gómez invitaba a directores extranjeros tuve la ocasión de trabajar con algunos de ellos. De hecho, mi último espectáculo en La Abadía, hace dos años antes de la pandemia, fue Nekrassov de Sartre dirigido Dan Jemmett. Antes de él trabajé con Hans Gunter Hayme o Götz Loppelman. Mi relación con La Abadía ha sido muy profunda porque luego era yo el que impartía talleres allí y acabé dirigiendo los Nuevos Entremeses de Cervantes. Se me asocia mucho con el teatro clásico pero como actor he hecho de todo.

L.C.E.D.M.: También ha hecho obras con trasfondo religioso, siendo cura en La Duda de John Patrick Shanley y Jesucristo en Mesías de Steven Berkoff…

E.A.: También. Efectivamente. Mesías, en La Abadía, iba a dirigirla el propio Steven Berkoff porque él estuvo allí haciendo su espectáculo Villanos, sobre los malvados de Shakespeare, e iba a encargarse de Mesías, pero por problemas de agenda no pudo y la dirigió José Luis Gómez. Al principio, al ser joven, yo hacía personajes más pequeños y de repente José Luis Gómez me ofreció La Baraja del rey Don Pedro y Mesías, los dos primeros personajes protagónicos que hice en La Abadía. Trabajé con compañeros maravillosos en aquellos montajes y les tengo adoración.

Danto vida a Jesús en Mesías. Foto: @teatroabadia

Por otro lado La Duda me dio la posibilidad de interpretar al Padre Flynn, de la mano de Darío Facal con quien luego volví a trabajar en El Corazón de las Tinieblas, y compartiendo escenario con Carmen Conesa. Es una obra que me gusta mucho porque, mientras los textos clásicos necesitan de una gran energía por la dificultad del lenguaje y las situaciones tan extremas y las grandes pasiones que plantea, obras como ésta requieren otra energía. Es muy sutil. Todo se fundamenta en dónde está la verdad, algo que actualmente es muy difícil por la saturación de información que hay. El autor creó una trama estupenda con una ambigüedad que hace que no se sepa claramente la verdad de lo que ha pasado.

L.C.E.D.M.: Además de actuar y dirigir también tiene una faceta docente y la actriz Silvia Acosta nos habló muy bien de usted en esa faceta ¿Qué suele querer a los alumnos a los que da clase?

E.A.: Ya que me la mencionan, con Silvia Acosta les diré que coincidí con ella en un taller que yo impartí de Fuentes de La Voz y luego en La Abadía llegando a dirigirla en los Entremeses. Me alegra ver que gente que han trabajado conmigo desarollan carreras estupendas. No por mí, para nada. Ella tenía un empeño y una perseverancia que se podía ver que llegaría lejos si tenía paciencia. Al principio yo era reticente a dar clases y a impartir talleres. Finalmente pensé que es importante transmitir conocimiento a otros porque luego ellos pueden desarrollarlo. Si se me reclama para dar un taller porque interesa mi manera de entender el oficio de actor o de trabajar en esta profesión, yo acudo. Yo nunca he organizado un taller por propia iniciativa. He ido donde se me ha llamado. Mi labor se basa en compartir cómo yo desempeño mi trabajo y luego que cada uno coja lo que quiera. Todo se basa en mis experiencias. No sólo se aprende en las escuelas y los cursos. También se aprende mucho de los compañeros con los que compartes escenario. Yo me he nutrido de eso y es lo que transmito. Cuando trabajo con gente joven se produce un trueque entre lo que yo les doy y luego recibo: entusiasmo, falta de él, o que se me cuestione. Esas cosas me enseñan mucho. Me da pena que la gente joven sea ahora tan criticada porque yo, con la que me he relacionado, he notado que está ávida por aprender y eso me pone mucho las pilas. Siempre digo que soy actor y director, no profesor.

L.C.E.D.M.: Para acabar le planteamos unas preguntas de moda, primero relacionadas con su profesión ¿Qué importancia le da al vestuario cuando compone un personaje?

E.A.: Le doy mucha importancia. En la vida diaria se juzga a la gente por su aspecto y por la estética que elige ponerse: peinado, ropa, maquillaje, botas etc… Uno es aquello que se pone y eso, trasladado a un personaje, es lo mismo. Yo tengo la teoría de que el personaje se construye en equipo porque el encargado del vestuario te pone uno que él ha creado, yo respeto ese trabajo y mi labor es cargar de vida lo que llevo puesto, que se aplica a otros aspectos: hay que cargar de vida unas palabras que yo no he escrito, un vestuario que yo no he diseñado y unos movimientos escénicos que el director me indica. El actor habita en todo. El teatro es un arte en equipo, todo está conectado y hay que acordar e intercambiar opiniones.

L.C.E.D.M.: ¿Qué vestuario destacaría de los que ha llevado?

E.A.: El de Lorenzo Carprile para Hedda Gabler, donde volví a coincidir con Cayetana Guillén-Cuervo y a ser dirigido por Eduardo Vasco. Durante los ensayos estaba un poco perdido. Me encanta ensayar porque es como una aventura. El vestuario me situó y me hizo entender el personaje. El de Nekrassov, que hizo Vanessa Actif, también me gustó mucho, así como el de Amar es para siempre, ya que te lo ponías y decías: «Claro, es que este hombre es embajador en Francia». El vestuario ya lo daba. Y no puedo dejar de mencionar el de Antonio y Cleopatra creado por Gabriela Salaverri. Enobarbo es militar, soldado, y a mí me cuesta dar ese carácter, por lo que la coraza y las botas militares que llevo me ayudan a sentir esa energía militar que tiene el personaje.

L.C.E.D.M.: Para terminar nos gustaría que definiese su manera de vestir en su vida diaria y cuando asiste a eventos

E.A.: En la vida lo que me motiva para elegir el vestuario es pasar desapercibido lo máximo posible. Procuro no desentonar pero tampoco destacar. Siempre pido consejo a mi mujer. Se aplica a una boda, a un evento, a estar en casa o a ir al monte a caminar. Con respecto a la estética soy un poco desastre. Con la moda de los jóvenes me sorprende que, para encontrarse a sí mismos, se añaden cosas: piercings, tatuajes, ropa de tal o cual manera y yo, por el contrario, me he ido despojando de cosas. Nunca me verán con un anillo, con una pulsera, con un reloj. Tampoco llevo collares ni pendientes. Hasta el anillo de boda lo llevé un tiempo y le dije a mi mujer que no me sentía cómodo con él, se lo di y lo tiene guardado ella. Son añadidos que se alejan de mi esencia. Con unos vaqueros y una camiseta soy feliz.