Carlos Martínez-Abarca: «Mi personaje en ‘Antonio y Cleopatra’ es muy influyente desde la oscuridad»

Carlos Martínez- Abarca (Getxo, Vizcaya, 1970) es un profesional de las tablas de los pies a la cabeza. Se formó inicialmente en el Laboratorio William Layton y con José Carlos Plaza, director con el que ha vivido muchas peripecias teatrales que van desde Crimen y Castigo hasta el montaje en el que ahora está inmerso: Antonio y Cleopatra de William Shakespeare, una coproducción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el Festival de Mérida que se representará desde el 23 de septiembre al 7 de noviembre inaugurando la temporada del Teatro de la Comedia de Madrid tras su estreno en el Festival de Almagro y su paso por el festival emeritense. En el escenario estará acompañado de Lluís Homar, Ana Belén, Israel Frías, Fernando Sansegundo, Luis Rallo, Olga Rodríguez, Rafa Castejón, Ernesto Arias y Javier Bermejo, entre otros. La inquietud de Martínez-Abarca le ha llevado a dirigir y a ser director adjunto del propio Plaza, Blanca Portillo o Juan Mayorga. La Cultura está de Moda ha hablado con él para que nos cuente detalles del montaje anteriormente citado, de montajes recientemente dirigidos y de su extensa carrera, con experiencias históricas, contemporáneas y distópicas. Pasen y lean.

Foto: Marta Vidanes

La Cultura Está De Moda: Como actor forma parte del elenco de Antonio y Cleopatra de William Shakespeare dirigido por José Carlos Plaza, un director con el que ha trabajado mucho a lo largo de su carrera ¿qué sensaciones le está proporcionando esta nueva aventura, una de las de mayor duración en la que ha estado?

Carlos Martínez-Abarca: Este montaje supera las tres horas y, efectivamente, es uno de los más largos en los que he estado junto con el de La naranja mecánica, el cual logramos recortar un poco. En el trabajo, a nivel técnico, mi personaje tiene la peculiaridad de ir apareciendo de manera intermitente durante el desarrollo de la función desde la primera escena en la que es testigo en la lejanía de los amores de Cleopatra y Marco Antonio. Para ello José Carlos Plaza ha hecho dos dimensiones espaciales: cómo ven los romanos y cómo comentan el abandono y las malas costumbres a las que Marco Antonio se está estregando por estar con Cleopatra. Técnicamente es un montaje difícil porque yo estaba «mal acostumbrado» a hacer personajes con una continuidad como los de Divinas Palabras o Historia del zoo. En este montaje hay interrupciones y se ha de retomar el personaje con los saltos temporales que se van produciendo por lo que se ha de saber dónde se ha dejado el personaje y dónde se retoma teniendo en cuenta los acontecimientos ocurridos en Roma y Egipto durante el año transcurrido. Aunque mi personaje es secundario tiene una importante misión ya que va aconsejando a César Augusto y luego tiene un peso en el último acto que no puedo desvelar. Es muy influyente desde la oscuridad y en un segundo plano.

Carlos Martínez-Abarca junto a Javier Bermejo en «Antonio y Cleopatra». Foto: @jeromorales

L.C.E.D.M.: Lo bueno es que está en manos de un director que no deja un personaje al azar…

C.M-A.: Efectivamente. Eso me dio tranquilidad. José Carlos Plaza destaca en muchas cosas pero una en la que más lo hace es en el análisis de los textos y en darle consistencia a un personaje. En la dramaturgia creada por Vicente Molina Foix se han fusionado en mi personaje, Dolabela, cuatro del texto original: el propio Dolabela, Agripa, el lugarteniente de Octavio, o Proculeyo, algunas de cuyas frases también las digo yo. El trabajo de la dramaturgia y del director consiste en dar coherencia a un personaje que, en realidad, son varios.

L.C.E.D.M.: Esta obra ya la montó José Carlos Plaza a mediados de los noventa, por lo que suponemos que se la sabe muy bien, como le ocurre con muchas otras…

C.M-A.: Así es, y eso es una ventaja ya que te hace estar muy confiado a la hora de trabajar, con el añadido de su generosidad. No repite el trabajo. Sabe que ha dirigido la obra anteriormente pero no tiene en mente lo que hizo en aquella ocasión. Ha trabajado con total libertad.

L.C.E.D.M.: Con esta obra se ha producido algo inédito: que una producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico se represente en el Festival de Mérida por primera vez…

C.M.-A.: Sí. Recuerdo que, en la rueda de prensa, tanto Lluís Homar como Jesús Cimarro lo destacaron. Era la primera vez y deseaban que no fuese la última. Es un dato curioso.

L.C.E.D.M.: Con todos los factores mencionados ¿cómo ha vivido el proceso de creación?

C.M-A.: Los procesos los vivo, como mínimo, con inquietud. Son palabras mayores trabajar en la Compañía Nacional de Teatro Clásico con un texto de William Shakespeare. Además, al estar rodeado de tan grandes compañeros te preguntas si estarás a la altura. Finalmente le das la vuelta a ese pensamiento porque todos están tan inquietos y aterrorizados como tú, o más, ya que el miedo aumenta proporcionalmente al peso que tenga el personaje en la obra. Por más grandes que sean, en el día a día te reconocen. Eso pasa siempre y malo será el día que no te pase. Pensé que, si estoy rodeado de profesionales de esta talla, el montaje está asegurado por muchos lugares. A veces, cuando tienes que dar con el martillo en el clavo en el momento de tu intervención, piensas que no lo has hecho tan bien como crees que deberías haberlo hecho pero luego te dices: «No pasa nada. Es un montaje de once actores, un texto de Shakespeare detrás, un autor que ya dice mucho solamente con llegar y no tropezar». Además estoy acompañado por Ana Belén haciendo de Cleopatra, a Lluís Homar haciendo Marco Antonio, a Fernando Sansegundo, compañero mío de escena en Crimen y Castigo y profesor mío, además de coincidir en varios proyectos realizando distintas funciones, César Augusto lo hace Javier Bermejo, que ha sido alumno mío y es un actor excelente. Están también Israel Frías, Luis Rallo, Rafa Castejón, Olga Rodríguez o Ernesto Arias. Sabemos que entre todos nos vamos a sujetar. Luego está el factor de que esta obra se llama Antonio y Cleopatra, no Dolabela en compañia de Antonio y Cleopatra por lo que debo hacer mi personaje pero estar tranquilo, ya que yo lo que hago es ayudar a contar la historia de ambos y que la dimensión de los personajes centrales se incremente a ojos del público.

Martínez-Abarca con sus compañeros de «Antonio y Cleopatra» en el Festival de Mérida. Foto: @festivaldemerida

L.C.E.D.M.: Usted ya ha pisado las tablas del Teatro de la Comedia, pero volverlas a pisar debe de ser un gran incentivo…

C.M-A.: Sí, es un gran aliciente para mí. Ya estuve pero como adjunto a la dirección de José Carlos Plaza en El Auto de los Inocentes. También fui adjunto de Blanca Portillo en Don Juan Tenorio cuando la CNTC tenía su sede en el Teatro Pavón. El Teatro de la Comedia tiene una magia especial, al igual que el Teatro María Guerrero cuando representé allí Divinas Palabras. En aquella ocasión sentí que estaba en casa. Había estado muchas veces en el patio de butacas pero nunca había pisado ese escenario. Sentí que me pertenecía además de una energía muy especial y tengo la sensación de que en el Teatro de la Comedia me pasará más o menos lo mismo.

L.C.E.D.M.: En la actualidad también tiene un proyecto como director, en este caso con un texto de Laila Ripol, en el que rinde homenaje y reivindica a un grupo de mujeres…

C.M.-A.: Sí. Se trata de El día más feliz de nuestra vida, con Valquiria Teatro. Me centro en las mujeres de nuestro ayer en España. Las que tuvieron que soportar el franquismo y el nacional catolicismo. A muchas de ellas se les impidió desarrollarse como hubiesen querido. Parece una obviedad y que todos lo sabemos pero nos olvidamos de estas cosas muy fácilmente. Lo tenemos al alcance de nuestra mano porque son nuestras madres y abuelas y eso aún tiene una incidencia en cómo funciona el país. Es increíble que haya amenazas en el siglo XXI. Está muy bien porque, en lugar de escribir un texto obviamente reivindicativo, Laila cuenta cómo vivían las mujeres en la época que le he referido, y de ahí saca uno mismo sus conclusiones políticas. Supone una incomodidad para ciertas personas porque se cuentan cosas que puede que no les sean agradables ya que, o les han pasado, o se escuchan en voces del pasado cosas que se dicen de otra manera pero que tienen el mismo significado ahora y entonces empiezas a cuestionarte si estás realmente actualizado en el siglo XXI. Yo les decía a las chicas: «Cada vez que me pregunten sobre esta obra siempre diré que no ser feminista hoy en día es como ser terraplanista». No hay que justificar el feminismo, como tampoco la lucha contra el racismo. Quien se tiene que justificar es el otro. Esta obra, mirando al pasado, te pone el espejo hacia delante y no te puedes escapar. Es muy divertida y está hecha con mucha inteligencia por parte de Laila. Es compasiva con los personajes, tanto con los que puedes estar de acuerdo como con los que no. A todos los convierte en víctimas o verdugos. Si alguien es víctima se plantea que esa persona lo es porque lo permite. Los personajes son cuatro hermanas, las cuatrillizas de Socuéllamos la noche antes de su Primera Comunión en sus camas y cada una tiene un rol muy bien definido pero Laila equilibra mucho resposibilidades y mueve a todos los personajes en escala de grises. Este montaje se presentó en la Feria de Ciudad Rodrigo en el mes de agosto y en Valladolid, ciudad sede de la compañía, se hará otro estreno dentro de la programación de un teatro.

Cartel de la obra cedido por @carlos_martinezabarca

L.C.E.D.M.: Mirando un poco hacia atrás, usted ha sido uno de los pocos que ha estado de principio a fin en el montaje de Divinas Palabras que dirigió José Carlos Plaza y que fue una odisea por todo lo que ocurrió durante la gira por el momento en el que tuvo lugar…

C.M.-A.: En ese montaje estuvimos de principio a fin Alberto Berzal, María Heredia, José Luis Santar, Chema León y yo. Dentro del horror que supuso todo lo que ocurrió, nosotros tuvimos la fortuna de que se mantuvo. Se perdieron plazas por el movimiento de fechas por la pandemia pero hemos mantenido un buen nivel de actividad. Había gente que decía: «Qué mala suerte tenemos» y Diana Palazón dijo: «No, chicos, al contrario, este montaje no hay quien lo destruya». Hemos tenido varias sustituciones y bajas por COVID. Nos ha pasado de todo pero lo mantuvimos en pie hasta el final de la gira.

L.C.E.D.M.: Centrándonos en el plano profesional de ese montaje, tras leer esa obra es de las que consideramos que tiene que verse representada por las acotaciones que tiene. Es muy visual

C.M.-A.: Valle-Inclán es especial. Tiene unas acotaciones en las que describe los lugares y las atmósferas. Son irrealizables en teatro de manera literal. Hay grandes textos clásicos que descansan tanto en la belleza de la palabra pero ésta es dramática y pura acción por lo que, cuando se cierra el libro, se siente la necesidad de verla representada. Los personajes son tan brutales que es necesario darles cuerpo, voz, sangre y emoción real delante para que cobre todo el volumen y el relieve que tienen. Es cuando uno se da cuenta de lo real que es el esperpento. No hay nada de exgerado en él. Sólo con salir a la calle te puedes encontrar a tres o cuatro personas que Valle-Inclán hubiese metido en alguna de sus obras. José Carlos Plaza hizo una propuesta muy sugerente porque no intentó un ejercicio de naturalismo con los espacios. Usó una lona de distintos colores y tejidos que se movían de diferentes formas y un suelo que era una pista con pocos elementos a lo que se sumó la iluminación de Paco Leal con la asistencia de Javier Ruiz de Alegría. Todo ello produjo la dinámica que demandaba el texto con mucha economía de recursos, lo cual era un gesto teatral muy clásico, de nuestro Barroco y del teatro isabelino, cuando al público se le invitaba a imaginar y no se le recreaban las cosas de manera detallista.

Junto a Consuelo Trujillo en «Divinas Palabras». Foto: @marcosgpunto

L.C.E.D.M.: A eso hay que sumar la brutalidad de la historia con personajes como el que interpretba Javier Bermejo, Laureano…

C.M-A.: Tengo una anécdota sobre ese tema. Patricia Roldán, mi compañera en el montaje de Equus, especialista en el movimiento corporal y que diseñó el movimiento de los caballos, vio la función y lo primero que me preguntó era si contábamos con un actor discapacitado para dar vida a ese personaje. Me admitió que esa idea la tuvo en la cabeza mientras veía la función hasta el momento en que vio a Javier hacer otro personaje. Si no, me dijo que la hubiese mantenido engañada durante toda la representación porque el trabajo que hizo fue memorable. Es una obra brutal pero divertida a la vez, el público reía mucho. Valle-Inclán en su vida fue un descarado y también lo fue literariamente hablando. Era un gamberro pero no en el mal sentido. No tenía censura ni filtro. Pienso que, actualmente, tenemos muy buenos dramaturgos pero nos falta un Valle-Inclán.

L.C.E.D.M.: Usted ha estado involucrado en el montaje De Miguel a Delibes que contaba la vida de este gran escritor que ya no está con nosotros…

C.M.-A.: Sí. También con Valquiria Teatro. Era un montaje muy ligero porque lo que se quiso fue mirar de tú a tú al personaje. Se hizo con dos actrices jóvenes y un pianista sobre el escenario. No se pretendió recrear alguna de sus obras. Se hablaba de su biografía y así entender el sentido de su obra. Tenía mucho humor. La escribió Chema Trujillo, un dramaturgo con el que ya hicimos hace unos años En Blanco y él ya había hecho un montaje similar pero con la figura de José Zorrilla por su bicentenario. Lo que se quiso fue hacer un acercamiento lleno de humor y ternura, un homenaje de fácil digestión para el público y para enamorarle sin entrar muy a fondo en sus obras. Funcionó bien por la efeméride. Chema Trujillo combinó el respeto a Delibes con momentos de humor, algunos surrealistas como comparar la obra de Delibes con la de Julio Verne, haciendo analogías que resultaban simpáticas y chocantes para el público, que lo aceptó muy bien.

Cartel de la obra cedido por @carlos_martinezabarca

L.C.E.D.M.: También se ha enfrentado a un texto de Calderón de la Barca como director…

C.M.-A.: Sí, la obra Amar después de la muerte. Se trata de un texto que leí hace años para un curso y que cuenta la historia de los moriscos que se rebelaron en La Alpujarra contra Felipe II ya que él dictó una pragmática para que, o bien se asimilaran a la cultura castellana y cristiana o se fuesen del país, algo que resuena hoy mucho. Además se les creía colaboradores de los piratas berberiscos que azotaban la costa del Mar Mediterráneo y eran una amenaza, se les consideraba peligrosos, algo similar a los inmigrantes actuales. Eso hacía que el texto tuviese mucha vigencia y me preguntaba: «¿Por qué nadie monta este texto con la que está cayendo?». Me lo propuso Maniobras Teatro y no lo dudé en absoluto. Ellos son muy creativos. He delegado mucho en ellos, ya que han creado el espacio, el sonido, cantan, bailan, entre cinco actores hacen quince personajes, el protagonista se lo reparten entre todos, las chicas hacen de chicos. Es una locura. Fue un proceso duro pero con una creatividad explosiva. Espero que tenga mucha vida el montaje porque es un texto necesario ideológicamente, ya que se da la circunstancia de que Calderón de la Barca es un autor católico y alineado perfectamente con el absolutismo católico de los Austrias y tuvo la generosidad de contar la historia desde el lado de los moriscos denunciando la crueldad de los soldados españoles, que hicieron una limpieza étnica. El texto es, por lo tanto, un ejercicio de tolerancia y de amor al prójimo, con una gran capacidad de empatía para ponerse del otro lado.

Cartel de la obra cedido por @carlos_martinezabarca

L.C.E.D.M.: Usted ha estado involucrado en cuatro títulos de la envergadura de Equus, El coleccionista de John Fowles y 1984 de George Orwell dirigiendo sus puestas en escena y en El ángel exterminador como ayudante de dirección…

C.M.-A.: Hay compañeros de profesión que me dicen: «¿Cuándo vas a hacer una comedia ligera? Porque te metes en cada tema…». Para mí es lo divertido.

L.C.E.D.M.: Deteniéndonos en cada título ¿qué supuso para usted dirigir Equus? Porque es una obra de referencia en el teatro y en España particularmente por el momento en el que se estrenó…

C.M.-A.: Es de los montajes que recuerdo con más cariño y orgullo porque era casi era imposible meterlo en una sala pequeña de Carabanchel, Arte y Desmayo. Es una obra que evoca espacios abiertos, con magia deslumbrante con los caballos galopando. Cuando Juanma Gómez, el productor y el dueño de la sala, me lo propuso dije: «Vamos a ello». Había que sacarle todo el rendimiento posible al espacio para que jugase a favor, no en contra. Se produjo algo maravilloso: Todo el equipo creativo se identificó con el proyecto y el nivel de compromiso y audacia de los actores fue enorme. Yo tenía las ideas pero sentía que si no rompíamos nuestros propios límites nos podíamos pegar un gran castañazo y aún así podía ocurrir. Encontramos soluciones que sorprendieron al público ya que logramos recrear como quince localizaciones distintas sin apenas modificar el espacio. Lograr ese resultado fue de lo más gratificante para mí. Luego, Patricia Roldán hizo el diseño de movimiento y Guillermo Campa las máscaras de los caballos y si eso no funcionaba, la obra no salía. Ambos hicieron un trabajo brillante.

Un instante de «Equus». Foto: @juan_millas

L.C.E.D.M.: En el caso de El Coleccionista partía de una afamada novela de la que William Wyler hizo una muy buena película y en ese montaje dirigió a una compañera, Cristina Arranz, con quien usted ha vivido otras aventuras teatrales. La obra es de dos actores y consideramos que es difícil mantener una obra de estas caracerísticas ¿Piensa lo mismo?

C.M.-A.: Los mano a mano son un reto porque no tienes donde esconderte y más en propuestas tan descarnadas como ésta donde el espectador ve siempre el sótano del secuestrador donde está retenida la protagonista, aunque luego se trasladen en un momento al jardín. Ella evocaba recuerdos y Fernando Sansegundo colaboró poniendo la voz en off del escritor del que ella está platónicamente enamorada. Ellos contaban cosas de su pasado, leían diarios y otras cosas pero el espectador no salía del sótano. La escenografía era el espacio por lo que ni Juanma Gómez ni Cristina podían esconderse en ningún lugar. He de aclarar que la primera temporada de la obra hizo Lorena Roncero, una excelente actriz, y Cristina hizo la segunda y la tercera. Era una hora y cuarenta minutos en donde ambos llegaban a los lugares más terribles del alma humana.

Un instante de «El Coleccionista». Foto: @patriciabarroeta

L.C.E.D.M.: ¿Qué supuso llevar a escena El ángel exterminador, una de las muchas obras maestras de Luis Buñuel? Porque era meterse en un buen jardín…

C.M.-A.: Fue brutal. Pienso en los jardines en los que me meto dirigiendo Equus o El Coleccionista y luego pienso en el que se metió Blanca Portillo con este título. Llego a la conclusión de que lo mío era más cómodo. Este montaje era más difícil de manejar. La versión la hizo Fernando Sansegundo, por lo que volvimos a coincidir. Cada ensayo suponía mucho trabajo. Al ser adjunto a la dirección no tienes el mismo peso de responsabilidad y ves las cosas con más objetividad. Es necesario que en ese lugar haya alguien que haya dirigido y pisado un escenario porque son proyectos muy delicados que dependen de muchos factores, sobre todo humanos porque eran veintitrés actores. Es el proyecto en el que he estado con mayor número de actores con el añadido del tema que se contaba, basado en la imposibilidad de la convivencia. Lo recuerdo como una tarea ciclópea. Era el montaje estrella de la temporada del Teatro Español y con el añadido del referente de Buñuel. La ventaja es que, en el público actual, para bien o para mal, igual no hay tanta gente que haya visto la película entonces eso ayudó a que la recepción a la propuesta fuese muy transparente, sin prejuicios. Gracias a la cámara, en la película se podía conocer cada círculo de conversación que se formaba o ir a acciones en paralelo. Eso en teatro es mucho más complicado, ya que es el ojo y el oído del espectador los que tienen que hacer el plano, decidiendo lo que le interesa ver y escuchar. Eso era un engranaje dificilísimo de hacer. Lo que pasa es que Blanca Portillo lo tenía muy claro y tiene la gran capacidad de inventar cosas sobre la marcha porque estudia muchísimo antes de los ensayos y eso da la posibilidad de inventar en los ensayos y dejar probar cosas. Aprendí mucho de esa experiencia y me hizo cambiar mi manera de dirigir permitiendo que los actores propongan más.

Elenco de «El ángel exterminador». Foto: @sergiopfotografia

L.C.E.D.M.: ¿Cómo surgió la idea de llevar al escenario una novela como 1984?

C.M.-A.: Le agradezco la pregunta porque es uno de los montajes de mi vida. La novela la leí cuando tenía dieciocho o veinte años. Recuerdo también que, cuando tenía catorce años, se hizo la película con John Hurt. La novela se convirtió en uno de mis libros de referencia para toda la vida. Cuatro años más tarde la volví a leer y ya estaba metido en el teatro y se me cruzó la idea de llevar al escenario ese texto algún día aunque no sabía bien cómo en ese momento. Haciendo Equus en 2015 Patricia Roldán estaba leyendo la novela en los descansos y le dije: «Un día llevaré eso al escenario». Tres años más tarde nos juntamos para producir de nuevo Luis Rallo, Alberto Berzal, Javier Ruiz de Alegría y Javier Sánchez Collado, que me ayudó en la dramaturgia. Estábamos barajando títulos y queríamos hacer algo comprometido con temas de actualidad, que fuese social y políticamente potente, que fuera un referente cultural pero que no se hubiese hecho nunca y que no fuera originalmente un texto teatral. Con todos estos ingredientes no se me ocurrió 1984 y estuvimos tres meses buscando el texto que llevar a escena. Javier Sánchez Collado nos propuso una serie de distopías y, cuando vi el título en la lista dije: «Ya está. Es ahora». Les propuse hacerla con cuatro actores en escena con colaboraciones en vídeo porque el elemento audiovisual es fundamental en esta obra. Leí la novela otra vez y pensé que no podía hacerse hasta que dimos con la clave de que fuese un montaje metateatral donde el engaño del lenguaje de ficción fuese precisamente el vehículo para contar el engaño de ficción con el que el partido único está todo el tiempo adulterando la vida de los ciudadanos y manipulando la información. Nosotros éramos de alguna manera el Gran Hermano, los que fabricábamos el espectáculo y creábamos ese doble rol donde la ficción y la realidad se daban la mano. Era la primera vez que se llevaba al escenario en España. Tuvimos la satisfacción de que llenamos prácticamente en todas las funciones en el Teatro Galileo. Era público de todo tipo. Además todos los fans de la novela alabaron el montaje. Hubo también críticas negativas pero en muchas ocasiones de detractores de la novela. Es un montaje que tengo «metido en el congelador» y no lo doy por muerto, para representarlo en el futuro.

Luis Rallo en el montaje de «1984»

L.C.E.D.M.: Ahora le vamos a nombrar a una serie de personas con las que usted ha trabajado y nos dice lo que piensa de ella a nivel personal o profesional. Si le decimos: Héctor Alterio ¿qué nos dice?

C.M-A.: Es el encanto en persona. Es un encantador de serpientes, a pesar suyo, como compañero, actor, profesional, compañero de escenario, pero luego como ser humano en la vida, dices: «Este hombre está tocado por el encanto personal». Le acompaña todo el tiempo. Te preguntas: ¿cuál es el secreto?. Enamora a todo el mundo nada más conocerlo. Te dan ganas de ir a tomar algo con él. Como actor es de los que no hay que decirles nada. Sólo dejarle hacer. En Yo, Claudio estaba impresionante y con la pantalla gigante que José Carlos Plaza colocó para sus monólogos se potenció el enamoramiento del público hacia él, gracias a ese primer plano de su cara para los pensamientos más íntimos del personaje. Él además es transparente y con ese recurso se amplificaba la admiración del público.

L.C.E.D.M.: Segundo nombre: Encarna Paso

C.M.-A.: Ay, Encarna Paso. Como ya no está aquí me produce mucha emoción hablar de ella. Me pasa como con Héctor Alterio: tienes delante a alguien que es historia del teatro y no hay nada en su manera de comportarse,de trabajar y de tratar a los compañeros que te lo esté recordando. Al haber trabajado con ella ya sé por lo que Encarna Paso es Encarna Paso. Era una más. Era muy divertida. A veces cometía un error con el texto y generaba equívocos divertidísimos. Ella luego lo comentaba diciendo: «A mí esto me pasa desde jovencita, en las primeras obras que hacía de mi tío». Y nos contaba muchas anécdotas. Llorábamos de risa. Luego recuerdo que nunca escatimaba en palabras de admiración a los actores más jóvenes. Se refería a lo bien formados que estábamos, le maravillaba y consideraba un lujo trabajar con nosotros. Sentíamos que se invertían los papeles y le decíamos que era al revés. En Yo, Claudio, interpretaba a Livia, un personaje aterrador. Era de una gran dureza lo que hacía en el escenario y daba la impresión de que era un horror de ser humano pero luego ella era todo lo contrario. Ahí te dabas cuenta de lo gran actriz que era. Al acabar la función te encontrabas de nuevo con una señora con la que era una gozada compartir todo.

Martinez-Abarca junto a Héctor Alterio y Encarna Paso en «Yo, Claudio» Foto: @pentacionespectaculos

L.C.E.D.M.: Tercer nombre: Juan Mayorga

C.M.-A.: La frase que para mí le define es «El teatro sabe». Él tiene mucha fe en esa frase y es la que guía su trabajo y la que lo ilumina. El teatro es un arte tan colectivo que depende finalmente de la lectura que hace el público. Con ese pensamiento él se libera del empeño de contar el tema que quiere a cualquier precio. Eso pone a los actores en un lugar complicado porque, el primer día de ensayos, dice: «Primera escena, salid a hacerla». A los actores les extraña pero él quiere que así sea para ver qué pasa. Los pone con los pies en el vacío pero, desde ese lugar de confrontación máxima, van surgiendo cosas. Las ideas que tiene siempre las somete a crítica, con un sí condicional, no afirmativo y construye muy humildemente su trabajo a partir de ese planteamiento.

Blanca Portillo y José Luis García Pérez en «El Cartógrafo» de Juan Mayorga en la que Martínez-Abarca fue director adjunto. Foto: Ceferino López

L.C.E.D.M.: También tiene una faceta de docente importante ¿qué es lo principal que desea transmitir a sus alumnos?

C.M.-A.: Una de las frases que más les he debido de decirles, ellos me la han devuelto y luego yo ya me la he quedado como máxima para dar clases es: «Hay que ser humano antes que actor». No sólo en el trabajo y, muchas veces, cuando se bloquean les suelo decir «Quítate de en medio. Deja de interponerte en el trabajo». Cuando somos jóvenes queremos hacerlo todo a toda costa y en realidad muchas veces actuar es dejar de hacer, dejar de interponerse y de tener opiniones sobre tu trabajo. El dejarse estar es lo más difícil y uno mismo se lo tiene que repetir constantemente antes de salir al escenario.

L.C.E.D.M.: Para finalizar unas preguntas de moda reladionadas primero con su profesión ¿qué importancia le da al vestuario en la composición de un personaje?

C.M-A.: Máxima importancia, y está ligado a otro pensamiento que es mi máxima ignorancia en ese terreno, mientras que con la escenografía y con la iluminación me atrevo más a proponer cosas. El vestuario me da mucho respeto y admiro mucho ese trabajo porque es muy fácil meter la pata, pasarte, quedarte corto o que el montaje pase de moda inmediatamente. Hay veces que ves montajes de hace años y piensas: «Qué vestuario más bonito, yo me pondría eso» y otras veces tienes la sensación de que el montaje ha caducado pronto. Se cuenta mucho con el vestuario. Ahora, en Antonio y Cleopatra, he hablado mucho con la diseñadora, Gabriela Salaverri, porque ella me preguntaba, pero yo decía: «Lo que digáis vosotros». Decía si algo me servía para contar y, como actor, me gusta colaborar aportando algún elemento propio, como un anillo o lo que sea, algo que no rompa el diseño pero que ayude a terminar de cerrarlo porque siempre creo que el actor debe aportar algo personal que siempre lleve encima y que le dé cierto poder en el escenario. Debe estar todo alineado con el personaje.

L.C.E.D.M.: ¿Con qué vestuario recuerda haberse sentido especialmente bien cuando se vio con él frente al espejo?

C.M.-A.: Con el que me hizo Pedro Moreno para interpretar a Caígula en Yo, Claudio. Era salir y sentir que ya te movía cuando lo llevaba puesto.

Junto a Héctor Alterio vestidos por Pedro Moreno en «Yo, Claudio». Foto: @pentacioespectaculos

L.C.E.D.M.: Para finalizar ¿podría definiría su manera de vestir tanto en su vida diaria como cuando vas a eventos?

C.M.-A.: En general es lo más sobrio posible y combinando colores más bien oscuros tirando al gris con tonalidades que van del gris más claro a casi el negro, un color que usaba antes más pero ahora prefiero el gris oscuro y no llevo demasiados complementos.

Jorge Varandela: “Me motiva mucho participar en propuestas arriesgadas”

Galicia es una tierra hermosa en la que el talento rebosa. Gracias a películas y series de televisión el público ha conocido a actores maravillosos, como es el caso de Jorge Varandela. Nacido en Ourense en 1989 se ha forjado en las tablas, donde sigue representando la obra ¿Hacia dónde vuelan las moscas? y con títulos variados, valientes y necesarios en este terreno. Ha participado en series de éxito, el futuro es suyo porque su calidad interpretativa está de sobra demostrada y pronto volverá a pisar las tablas del Teatro de la Comedia. De este próximo proyecto teatral y de su trayectoria Jorge Varandela ha hablado con La Cultura está de Moda. Pasen y lean.

Foto: @fernandolopezfoto70

Alejandro Reche Selas: Usted forma parte de una de las obras de la temporada actual de la Compañía Nacional de Teatro Clasico ¿nos puede dar más detalles?

Jorge Varandela: Sí. Se trata de una versión de El Príncipe Constante de Calderón de la Barca que dirigirá Xavier Albertí. Es una obra cuyo proceso se vio interrumpido por el COVID19. En principio debía haberse empezado a ensayar la primera semana de junio y por todo lo que ha ocurrido se ha aplazado a la primera semana de diciembre. La situación ha hecho que toda la programación se moviese unos meses y esta obra se representará en febrero del año que viene. El elenco, numeroso, está encabezado por Lluís Homar, el actual director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. La obra trata un conflicto bélico entre Portugal y Marruecos. Habrá música en directo con instrumentos de cuerda y percusión.

A.R.S.: Unos meses atrás se le pudo ver en la serie Néboa con una trama ambientada en su tierra y con muchos actores también de allí, como usted, por supuesto, y con un género, el del thriller con un asesinato y averiguar quién es el responsable. Eran muchos elementos atractivos para el positivo resultado final que tuvo…

J.V.: Tiene razón. A mí, como espectador, me generaba interés por saber más cosas. Considero que tenía la duración exacta y adecuada y al final de cada capítulo te dejaban más confundido.

A.R.S.: ¿Cómo resumiría su experiencia en esta serie?

J.V.: Para mí fue una aventura apasionante. Disfruté muchísimo y además volvía a casa. El thriller es un género que me apasiona porque hay mucha libertad de creación y te puedes ir a diferentes extremos a la hora de desarrollar los personajes, más allá de lo naturalista. En ese sentido el director, Gonzalo López-Gallego permitía crear mucho a la hora de rodar las escenas y además me dieron un personaje cuyo perfil no suelen ofrecerme en audiovisual por lo que fue una apuesta gratificante ya que pude mostrar otras herramientas interpretativas. Fue un regalo que a veces te da la vida y me siento afortunado.

Jorge Varandela en «Néboa»

A.R.S.: La serie tenía un carácter muy local, que mostraba tradiciones y elementos culturales de Galicia. Supongo que eso sería un plus para usted y muchos de sus compañeros…

J.V.: Es una serie que es un orgullo para mí. Es una oda a Galicia en la que se mostraban a nivel nacional nuestra cultura y costumbres. Me pareció un escaparate maravilloso. Había gente que me escribía y me preguntaba dónde estaba la isla en la que transcurría la acción para ir a veranear allí. Tenía que aclarar que era inventada pero sí eran localizaciones gallegas, concretamente coruñesas. Era un gran muestrario a nivel paisajístico y de tradiciones. Aunque se rodó en castellano tenía frases en gallego, así como los nombres de los capítulos y de los personajes.

El actor en la serie emitida por Televisión Española

A.R.S.: Uno de los atractivos de la serie eran las subtramas relacionadas con los personajes, que enriquecían el argumento central, como, en su caso, el beso que le da a su amigo en un momento específico…

J.V.: Así es. Las subtramas suscitaban más interés en el espectador y daban más profundidad a la serie para que no quedase sólo en un cluedo. Esa escena con el personaje que interpretaba Nacho Nugo hacía pensar en si había un motor emocional en las acciones. Una de las cosas que me gustaron de mi personaje era precisamente la relación sentimental que había tenido con un amigo de su pandilla. Cuando se emitió el capítulo donde salía esa escena me hacían muchas preguntas acerca de las motivaciones o la orientación sexual del personaje. Lo positivo es que actualmente se ve una evolución con respecto a las etiquetas, que se eliminan. Simplemente se mostraba a un hombre enamorado de otro hombre y ya está. Podía sorprender por el tipo de personaje al que daba vida: era un adolescente muy iracundo que pocas veces mostraba su lado vulnerable, sus dudas de si sería correspondido o no, como la escena con la madre, en el que se rompía y mostraba a las claras ese lado de niño que necesita ayuda.

El actor en un dramático momento para su personaje en «Néboa»

Los personajes en la serie tenían algo que enseñarte y ocultar. De hecho personas de mi entorno pensaban que mi personaje podía ser el asesino precisamente por el vínculo emocional con su amigo y los celos. Se podían hacer muchas teorías por la información que se recibía de los personajes.

A.R.S.: Anteriormente le pude ver en la serie La Catedral del Mar, basada en la exitosa novela histórica de Ildefonso Falcones y que resultó ser una gran producción de época de la mano de Jordi Frades y el equipo detrás de otras series de calidad como Isabel ¿Cómo fue meterse en ese universo?

J.V.: Fue un regalo que me llegó de pronto. Cuando me ofrecieron el proyecto venía de otros mundos, como, por ejemplo, el de Federico García Lorca en teatro y fue un cambio a una producción histórica que siempre impone, cuando hablas de épocas concretas y hechos que ocurrieron realmente como trasfondo. Siempre son proyectos que se abordan con mucho respeto. Estuve pocos días trabajando pero Jordi Frades nos guiaba y asistíamos a sesiones para saber cómo trabajar en la época en la que está ambientada la historia, cómo se trabajaba en las canteras o las costumbres. Fue un bonito viaje en el que aprendí mucho y tuve de compañeros a profesionales a los que admiro mucho, como Andrés Lima o Tristán Ulloa, entre otros. Yo estoy muy agradecido de que pensasen en mí, aunque mi participación fuera pequeña, porque era como Juego de Tronos. Fue una apuesta arriesgada y loable para la productora. Además no dejas de aprender porque en cada secuencia se recibe mucha información.

Varandela compartiendo escena con Tristán Ulloa en «La Catedral del Mar»

A.R.S.: Con respecto al número de sesiones que tuvo yo siempre digo que no hay personajes pequeños sino actores pequeños y se puede salir en una sola escena y que el público no se olvide de un actor…

J.V.: Estoy muy de acuerdo con esa afirmación. Ahora que saca ese tema le diré que yo, a mis compañeros de profesión, les comento que nunca se sabe la proyección de un trabajo. Yo participé en Néboa porque la directora de casting me había visto en Fariña, en la que salía en pocas escenas y me convocó por eso. No me importa el número de sesiones que esté en un proyecto. Lo importante es estar en él y disfrutarlo. Haciendo personajes secundarios se puede desarrollar una versatilidad que puede ser muy útil para futuros trabajos. Tocar un poco de todo, interpretativamente, enriquece mucho.

A.R.S.: Pasando al apartado teatral, usted ha mencionado que venía del universo de García Lorca cuando se embarcó en La Catedral del Mar. Se refiere a El Público que pude disfrutar en Sevilla ¿Qué supuso para usted, como actor, meterse en el denominado Teatro Imposible de este gran autor?

J.V.: Para mí era un sueño por cumplir. Toda mi vida he tenido claro que quería hacer una obra de Lorca pero como la mayoría de sus personajes son femeninos yo decía: “Como no haga de Pepe El Romano, y para eso no saldré”. Me encantan todas sus obras y cuando surgió la oportunidad de El Público no cabía de felicidad, con la temática que trata y las escenas que tiene. Recuerdo que tenía algo de miedo. Cuando la representamos en Barcelona yo estaba muy nervioso porque quería hacerlo bien, e Irene Escolar me dijo: “Mira, Jorge, piensa que no vas a hacer nada más difícil en la vida que esto, tranquilo”. Es una obra con mucho simbolismo y la belleza se veía a nivel estético, que debía de ser global para todo el equipo, no sólo fijándote en la parte que haces tú. Era una responsabilidad de todos porque se estaba muy atento al tempo, al movimiento, al ritmo, a los silencios, a la música o a la manera de embellecer el texto. Ya el trabajo no se centraba en lo que el actor está acostumbrado de acción-reacción, lo que siente el personaje. Era mostrar una calidad artística de distintas maneras al mismo tiempo, como orquestar una canción y fue un proyecto precioso en el que aprendí muchísimo y que pensaba que ojalá durara toda la vida.

El actor gallego interpretando a uno de los personajes de «El Público»

En una ocasión una espectadora nos dijo: “Es una obra que me ha aburrido, me ha enganchado, he tenido sueño en varios momentos, me he sentido triste…” y uno de mis compañeros le contestó: “El arte es eso. No existe para gustar o no, sino para sentir”.

A.R.S.: Formaba parte de un elenco maravilloso y usted tenía una escena clave junto con Jaime Lorente donde interpretaban a dos personas que reprimían sus deseos pero que eran alegorías de ese elemento en el cerebro…

J.V.: Exactamente. Lorca muestra el momento en el que un hombre se está enamorando de otro. El texto cuestionaba por qué no se considera un amor completo si no se tiene descendencia y que, por no ser el objeto de deseo una mujer, no deja de ser amor. Es una represión del primer amor, sintiendo que uno se está enamorando y no debe. Se representa la juventud, con los efebos, la pulsión sexual, y ambos jugamos con la provocación hasta que el personaje de Jaime decía: “Bueno, si verdaderamente no quieres luchar pues me voy” y el otro ve el dolor de que le quiten a su amor. La pulsión sexual está presente en toda la obra y en esta escena claramente.

Jorge Varandela con Jaime Lorente en una escena clave de «El Público»

A.R.S.: ¿Cómo planteó la obra el director, Álex Rigola?

J.V.: Es un director que deja crear y que propongas cosas, que puede aceptar luego o no, nunca te desatiende. Considero que es especialista creando elencos. Tiene para ello muy buen ojo. Busca a quien necesita para el personaje concreto.

A.R.S.: La primera vez que le vi en teatro fue en El Triángulo Azul, una historia que posteriormente se llevó al cine en El fotógrafo de Mauthausen. Trabajó en ese montaje con Laila Ripoll, una directora muy comprometida con cada uno de sus proyectos y contando unos hechos que la gente debe conocer…

J.V.: Ha mencionado el montaje estrella para mí. Ha dado en el clavo con la definición que ha hecho de Laila Ripoll. Es un regalo trabajar con ella. Hace un teatro muy especial, necesario y con mucho compromiso. Está muy implicada en la recuperación de la Memoria y de la Historia, por lo que consigue que el teatro, no sólo entretenga, sino que sirva para educar y recordar. Para mí ha sido toda una experiencia trabajar con ella. Te deja crear libremente, te enseña mucho y nunca te deja en evidencia en escena. Tiene un brutal conocimiento de la profesión y un sello propio haciendo que, al ver un espectáculo de ella, lo identificas perfectamente, sin necesidad de leer el programa de mano. Su sensibilidad para el arte es exquisita y te enriquece. El Triángulo Azul es el montaje que más me ha enriquecido a nivel profesional y personal, ya que aprendí mucho. En una función subieron al escenario familiares de personas que estaban en la foto de los deportados y cantaron La Internacional con nosotros. Es una de las vivencias que tengo grabada a fuego y que me emocionó mucho. La obra la hice muy joven y duró tres años, por lo cual crecí empapado de todo lo que le comento.

El actor en una dramática escena de «El Triángulo Azul»

A.R.S.: Supongo que ponerla en pie supondría un proceso especial…

J.V.: Sí. Laila Ripoll nos dio mucha información, libros y películas. El proceso de creación era duro porque tratas temas que sabes que han ocurrido. En algunos ensayos teníamos que parar y Laila nos daba el día libre, por la dureza de los terrenos que pisábamos. Por eso la función tenía el formato concreto que el público vio, con la revista incluida, en la que el drama se combinaba con la comedia de los números musicales, una manera para dejar respirar al espectador, aunque era un arma de doble filo porque las letras de las canciones contenían mucho humor negro. Es una obra que nos marcó a todos los que participamos en ella y somos desde entonces como una familia.

Varandela con sus compañeros en uno de los momentos musicales de «El Triángulo Azul»

A.R.S.: Ha seguido trabajando con Laila Ripoll en montajes basados en textos clásicos como Cervantes Ejemplar o La Judía de Toledo de Lope de Vega que representaron en el Teatro de la Comedia. Este título me llama la atención porque era una versión modernizada de una historia que pasó muchos siglos atrás ¿Cómo afronta usted este tipo de proyectos?

J.V.: Ese montaje fue una apuesta arriesgada por parte de Laila y a mí me motivan mucho esas propuestas. Ella siempre busca la manera de darle la vuelta y era el lugar adecuado para hacerlo, al ser teatro clásico, en verso, y eso hace que tenga ya de entrada un código con unos cánones muy adheridos que creo que está bien que se modifique para acercarlo a todos los públicos. Además, la Historia nos recuerda que volvemos a caer en las mismas cosas, por lo que debemos aprender de ello y evolucionar. Todo lo que hace Laila es una aventura, lo hila y piensa todo muy bien y no se le pilla nunca en un renuncio, aparte de que el trabajo de los actores lo protege siempre. Da mucha seguridad. Es como una madre para mis compañeros y para mí.

A.R.S.: Volviendo al terreno televisivo ha trabajado en tres ocasiones con la productora Bambú: Fariña, Seis Hermanas y Alta Mar ¿Considera que tiene un sello concreto en la manera que tienen de afrontar los proyectos?

J.V.: Sí. Lo creo totalmente. Siempre me han tratado estupendamente. Cuidan mucho a los actores. Me gusta también que trabajan con actores muy conocidos pero siempre dan cabida a actores que no son tan mediáticos pero les gustan cómo actúan, por lo que se crea un amplio abanico. Fariña fue una fuerte apuesta con actores que no eran conocidos, sino gallegos con mucho talento pero sin la oportunidad de tener más proyección a nivel nacional.

Jorge Varandela en «Fariña»

A.R.S.: Seis Hermanas fue la primera de las tres que hace con esta productora. Era una serie diaria y de época ¿cómo la afrontó?

J.V.: Fue mi primera experiencia audiovisual y tuvo una característica que me encantó: el no saber cómo va a terminar tu personaje. Al ser diaria, la serie giraba continuamente. Al tener tramas amorosas, un día podías ser el bueno, otro día el malo, otro estoy con una, otro con la otra, hoy le he puesto los cuernos a mi pareja, mañana soy el asesino…eso hace que tengas la obligación de hacer verosímil todos los giros. Para el actor es una “gimnasia” muy buena. Además se hablaba con el castellano de aquella época y aprendía de dónde venían ciertas expresiones. No era una serie clásica encasillada, ya que había tramas de comedia, con cortejos y noviazgos de esa época pero traídas a la actualidad.

A.R.S.: Usted estuvo en la primera temporada de Alta Mar, con un gran elenco y de nuevo con una trama que se sale de lo habitual de lo que solía hacerse…

J.V.: Es otro cluedo en un barco de lujo, una especie de Titanic. Fue otra apuesta en la que es un sueño participar. Recuerdo el primer día que rodé y entré en el camarote alucinando y le sacaba fotos a todo. La manera en la que hicieron el barco es increíble. Bambú hace grandes producciones como Gran Hotel, Gran Reserva o Velvet, por citar otras series que han hecho. Lo hacen de tal manera que triunfan siempre. Se aventuran en el documental con El caso Asunta y también tienen éxito.

A.R.S.: Me gustaría ahondar con usted, como gallego, de la gran cantera de actores que hay en su tierra y que gracias a series de ámbito nacional o películas se han dado a conocer…

J.V.: Creo que se ha conocido a una pequeña parte. Considero que en Galicia hay mucho talento y materia prima, los cuales enriquecen la cultura. Lo que el gran público ha conocido es genial y maravilloso pero hay muchos actores gallegos por descubrir igual de talentosos. Además Galicia ha creado una escuela de formación hace diez años y el teatro es más transgresor. Hay muchísimo potencial.

A.R.S.: Para terminar, acabamos con la pregunta de moda que siempre incluimos en las entrevistas culturales ¿Me podría describir su estilo a la hora de vestir en su vida diaria y en eventos?

J.V.: En mi vida hay una norma que sigo siempre: no llevo nunca estampados. Es un lema. Ni rayas, ni dibujos, nada. Procuro llevar prendas monocromas. No tengo una marca preferida tampoco. En eventos soy clásico y no arriesgo. Me gusta ir sencillo y elegante.

El actor en «¿Hacia dónde vuelan las moscas?

Carolina Rubio: «El humor es la clave para tratar temas que a la gente no les gusta comentar»

Transitar por varios estados emocionales y estilos es una de las capacidades que tienen los actores. La joven actriz Carolina Rubio es un buen ejemplo de ello. Malagueña, concretamente nacida en Antequera, y antes conocida como Carolina Herrera, se formó en el Laboratorio William Layton y ha actuado ya en el Teatro de la Comedia, el Teatro Español o en el Teatro Valle-Inclán a través del Centro Dramático Nacional e incluso en La Casa de la Portera. Lo mismo hace una obra irreverente protagonizada por monjas que participa en propuestas de las más diversas de obras del Siglo de Oro. La Cultura está de Moda ha conversado con ella para que contase su participación en una película que actualmente está agradando al público, su próximo proyecto teatral y su trayectoria profesional sobre las tablas y en el sector audiovisual. Pasen y lean las palabras de una actriz que combina su dulzura exterior con su potencia interpretativa.

Foto: @luciaalonsoherranzphotography

Alejandro Reche Selas: Usted es una de las protagonistas de Mi gran despedida una película está teniendo una buena aceptación por parte del público en su exhibición en los cines ¿Qué nos puede contar de ella?

Carolina Rubio: Es una película que rodé en Cádiz hace un año y es mi último trabajo en el que salgo acreditada como Carolina Herrera. Es una historia de mujeres andaluzas dirigida por Antonio Alamo y Antonio Hens y comparto cartel con Rocío Marín, Eloína Marcos y Carmen Vique. Como anécdota llevo el pelo rosa en la película y la presentamos en el Festival de Málaga que acaba de finalizar.

A.R.S.: En el terreno teatral el 15 de octubre se representará Mujercitas en el Teatro Español, una obra en la que usted participa y que se vio aplazada por el confinamiento ¿Qué nos puede contar de este montaje basado en una popular novela y que ha conocido cuatro versiones cinematográficas muy bien consideradas, la última estrenada el año pasado?

C.R.: Es una obra que va a ser de las más significativas de mi carrera porque amo Mujercitas. Leí la novela cuando era pequeña y la estoy refrescando un poco en mi cabeza. Sin embargo no va a ser la historia de la novela tal cual porque de hecho el título de este montaje teatral se completa con la frase En palabas de Jo. Se puede decir que la historia es una excusa para contar la vida de la autora, Louisa May Alcott. De hecho el personaje de la escritora está incluido en el montaje. Es una adaptación libre porque los espectadores verán el proceso de escritura de Mujercitas a la vez que cuenta la historia de la novela. Lo de mencionar a Jo es porque la autora se identifica con ese personaje de su creación, es su alter ego. Y con respecto a la ambientación el vestuario es de época. Aclaro que la gente que venga a ver el montaje no verá la película como tal. La historia sí está contada pero presenciará algo diferente.

A.R.S.: Además se reúne un reparto muy potente…

C.R.: Sí, y se dio la circunstancia de que llevando una semana de ensayos cerraron los teatros en marzo por la pandemia y recuerdo que nos abrazábamos todas llorando. Éramos ya los personajes. Fue algo muy significativo porque los personajes están mucho tiempo encerrados en sus casas, apenas salen y nosotras estuvimos encerradas por el confinamiento. Durante este tiempo hemos estado hablando por Zoom y repasando el texto de la obra, para sentirnos conectadas.

A.R.S.: ¿Me puede especificar qué personaje hace usted en la obra?

C.R.: Yo interpreto a Beth, la que toca el piano de las cuatro hermanas.

A.R.S.: Que no es la pequeña, un error que yo tuve sobre todo por la versión de Elizabeth Taylor y que la de Winona Ryder ya me aclaró…

C.R.: Así es, la pequeña es Amy. Hay un poco de confusión y efectivamente a veces se piensa que la pequeña es Beth y no es así. En la novela está claro desde el principio.

A.R.S.: La historia de Mujercitas tiene un fuerte componente feminista ¿se ha potenciado este factor en el montaje, así como la mezcla de drama y comedia que contiene?

C.R.: Pues realmente no ha habido un planteamiento previo de enmarcarlo en un género concreto. Los momentos dramáticos y cómicos se muestran conforme avanza el montaje. Con respecto al tema del feminismo no hemos hablado del tema como tal. Sí es cierto que, al trabajar escenas de la obra, vimos que había varias con reivindicaciones feministas muy evidentes por parte de la autora, por ello se manifiestan pero no incidiendo mucho ni de una manera panfletaria entre comillas. Todo se aborda y surge de una manera natural.

A.R.S.: ¿Qué destacaría del trabajo de la directora del montaje, Pepa Gamboa?

C.R.: Aunque, como mencioné, sólo hemos podido ensayar una semana, estoy muy agradecida por todo lo que Pepa propone, ya que es desde la libertad y del juego, lo cual favorece a la obra porque interpretamos a niñas que están en su casa. Trabajar desde esa perspectiva es muy bueno porque podemos jugar de verdad y probar cosas, y Pepa ha potenciado todo eso.

A.R.S.: Curiosamente esta obra va a ser la segunda que va a representar en el Teatro Español, ya que antes hizo allí también Donde el bosque se espesa hace dos años dirigida por Laila Ripoll, una directora muy comprometida con cada montaje que hace y con compañeras de la talla de Mélida Molina o Arantxa Aranguren…

C.R.: Mélida Molina se ha convertido en una de mis mejores amigas. Hemos compartido muchas cosas ya que también hicimos gira y además grabamos un documental sobre la obra, por lo que abarcó varios años, desde 2016 hasta 2019. Todo ello ha propiciado que se crease una familia porque trabajar con Laila es de lo más fácil que he hecho. Cuando comenzamos los ensayos reconozco que yo estaba muy nerviosa. Un día me dije: “Pero si la obra ya está montada». Era una sensación de haber trabajado mucho pero sin esfuerzo ni sufrimiento. El proceso se enfocó desde probar cosas, el disfrute y la tranquilidad.

A.R.S.: La descripción del proceso cobra especial relevancia debido al gran drama que contaba la obra…

C.R.: Sí. Era una obra muy dramática y dura. Acababa cada función destrozada emocionalmente, como cuando lloras mucho y te duele el corazón. Esa era mi sensación cada día. Laila trata mucho la Memoria Histórica y hablaba mucho de la Guerra de Yugoslavia. Ese contexto lo trasladaba a España tratando las vidas de los miembros de una familia que vienen a España, donde descubren sus verdaderas raíces. Se contaba un viaje por toda Europa por parte del personaje de “mi madre” que interpretaba Arantxa Aranguren y del mío.

Carolina Rubio con Arantxa Aranguren en «Donde el bosque se espesa». Foto: @javier_naval_stage_photo

Además yo tenía una obra que transcurría en una fosa común, y yo recuerdo que Laila y Mariano Llorente nos llevaron a presenciar una exhumación real y fue una experiencia inolvidable, y me comprometí mucho con la obra a nivel personal y emocional. Fue un proceso que fue cambiando en mí: comenzó como una obra en la que, como hago siempre, me intereso por los temas que se tratan y al final me tocó personalmente. Me permitieron entrar en una fosa pero no lo hice.

A.R.S.: Si hablamos de teatro no se puede dejar de mencionar su etapa en la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico, de la que formó parte de la cuarta promoción…

C.R.: Sí además se dio la circunstancia de que Laila Ripoll es la persona que me hizo las pruebas para entrar y ese fue el motivo por el que me escogió para hacer Donde el bosque se espesa. A los ocho meses de entrar en la cuarta promoción me llamó para su montaje. Yo le tengo mucho que agradecer a la Joven Compañía Nacional de Teatro Clásico porque me abrió muchas puertas. Es  un pilar muy importante de mi carrera y de lo que estoy muy orgullosa porque es un trabajo muy laborioso el que allí se hace. De hecho mi vinculación continúa porque voy a estar en el montaje que va a dirigir Lluís Homar en su nueva etapa.

A.R.S.: Ahondando en esa etapa, tengo entendido que la promoción se divide y mientras una parte hacía La villana de Getafe de Lope de Vega usted se embarca en un proyecto educativo y en una obra de teatro inédita…

C.R.: Así fue. Yo entré e hice Préstame tus palabras, una de las experiencias más gratificantes que he vivido. Era una iniciativa pedagógica en la que íbamos a institutos de toda España para acercar el teatro clásico a las aulas. Era curioso porque los estudiantes nos miraban de manera rara al principio y, a medida que íbamos avanzando, se inclinaban cada vez más en las sillas y nos hacían muchas preguntas, con lo cual demostraban tener mucho interés por lo que habían presenciado. Me sentí muy útil acercándoles nuestros autores del Siglo de Oro a jóvenes que no tenían mucha diferencia de edad conmigo. Fue una manera de proporcionarles una herramienta que les fuese de provecho. Esta experiencia la hicimos tres años seguidos durante el mes de noviembre.

A.R.S.: Y luego llegó Pedro de Urdemalas de Cervantes…

C.R.: Exacto. Fue curioso porque inicialmente iba a ser una lectura dramatizada dirigida por Denis Rafter pero nos animamos y se disparó tanto la imaginación que Helena Pimenta decidió hacer un montaje teatral, que fue el que inauguró la Sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia. Es una obra complicada de poner en pie, pero nos lo pasamos muy bien. Cuando la leí vi la dificultad que tenía pero me enamoré de la propuesta que salió bien e hicimos temporada en Madrid y fuimos al Corral de Comedias de Almagro con ella.

A.R.S.: ¿Cómo fue la experiencia de trabajar una obra del Siglo de Oro con un director, Denis Rafter, que no es español?

C.R.: El proceso fue curioso porque él es irlandés y tenía una visión muy diferente de la obra a la que podíamos tener mis compañeros y yo. Para él todo valía. Tenía un punto de vista muy divertido. Resultó ser una locura de montaje que no tenía que ver con lo que es el concepto del Siglo de Oro generalizado. Además, como era un texto que no se había montado nunca, todo era una novedad para los que la hacíamos y para los espectadores, que se lo pasaban muy bien.

Con sus compañeros en «Pedro de Urdemalas»

A.R.S.: Su siguiente proyecto es Fuente Ovejuna, que supone ya el trabajo de la cuarta promoción de la JCNTC al completo…

C.R.: Así fue. Nos juntamos todos. Ese montaje lo combiné con los ensayos de Donde el bosque se espesa. Además, como anécdota, tenía lesionada la rodilla, aguanté hasta que acabó todo y luego ya me operaron.

 A.R.S.: ¿Qué supuso hacer una obra tan colectiva?

C.R.: El director de la obra, Javier Hernandez-Simón, se encargó de que todos nos sintiésemos parte del pueblo. Yo hacía de campesina y le puse un nombre, Margarita. Javier formó el pueblo y estábamos todos en escena de una manera activa independientemente de la cantidad de texto que tuviésemos.

Era una sensación maravillosa porque te sentías espectador de tu propia obra. Como parte del pueblo tenías que estar muchas veces escuchando, que es lo más difícil de hacer en el escenario.

A.R.S.: Luego se produce una reducción del grupo de su promoción y este hace los montajes de La dama boba y Los empeños de una casa, en los que usted actúa…

C.R.: Sí, pero yo no estoy inicialmente, porque estaba grabando el documental de la obra de Laila Ripoll que le comenté. Lo que ocurre es que ambos títulos se repusieron más tarde y yo sustituí a una compañera en los dos. Volví a la Sala Tirso de Molina, que me encanta, con dos grandes textos porque, para empezar, La dama boba es mi obra favorita e hice el personaje de Clara.

A.R.S.: Ese montaje era una versión moderna de la obra de Lope de Vega pero dejaba constancia de la actualidad que tenía un texto escrito varios siglos atrás…

C.R.: Totalmente. Habla del amor, de los celos, del querer bien y es muy actual. Hacer una obra del Teatro Clásico vestida de Zara y hablando de tú a tú fue la evidencia de que los textos pueden modernizarse. Los versos le dan a la obra un lenguaje elevado pero no tenemos la obligación de hablar en ese tono. La forma en que decidió llevar el montaje Alfredo Sanzol fue la evidencia de los clásicos son actuales. En ese sentido ese montaje fue muy revelador y muy evidente.

A.R.S.: Pasando a Los empeños de una casa de Sor Juana Inés de la Cruz que dirigieron Pepa Gamboa y Yayo Cáceres tengo entendido que fue un montaje muy divertido por la cantidad de enredos que hay en la obra…

C.R.: Nos reíamos todo el tiempo tanto en escena como cuando no estábamos en ella. Me hubiese encantado hacer la función detrás porque era todo muy divertido.

A.R.S.: Y representar obras de teatro en el Festival de Almagro ¿qué supone para usted?

C.R.: Pues para mí un verano sin Almagro es un verano raro. Yo lo considero ya una costumbre porque me encanta ir allí. Me siento afortunada de haber ido varios años seguidos. Es como ir a un encuentro, estar con gente, ir a tomarte algo, el ambiente, en el que se respira teatro. El lugar es sano, hermoso, con mucha historia. Ir al Festival de Almagro es como un ritual y una oportunidad para los actores.

A.R.S.: Para hilar, uno de sus compañeros de promoción Jimmy Castro compartió escenario con usted en La Ola que representó en el Centro Dramático Nacional ¿Cómo fue trabajar una en una obra con un tema tan particular basado en hechos reales del que además se hizo una película?

C.R.: Fue muy especial. Efectvamente, trabajé con Jimmy y ambos nos presentamos para las pruebas de la JCNTC juntos e hicimos juntos los dos primeros proyectos. La Ola trata un tema duro que, como dice se basa en hechos reales: un experimento que se llevó a cabo en Estados Unidos y tuvimos la oportunidad de conocer a un alumno que lo vivió en primera persona. Además hablamos por Skype con el profesor que lo realizó y el director del montaje, Marc Montserrat Drukker, viajó allí, al propio colegio y la escenografía reproducía muy fielmente el lugar real. Había mucha documentación e Ignacio García May hizo una dramaturgia donde se reflejaban a personas que vivieron el experimento el cual destacó porque a los responsables se les fue de las manos. Desde fuera se suele pensar algo que los propios alumnos se plantean al inicio de la obra : ¿Cómo dejaron los alemanes que esto sucediese?, pero cuando avanzaba la obra mi personaje, por ejemplo, que se llamaba Wendy, entraba muy bien en la Tercera Ola pero a mí se me ponían los pelos de punta y se me removía algo en el interior cuando se gritaban varias consignas.

A.R.S.: La obra tiene una parte caótica ¿estaba todo medido?

C.R.: Sí, totalmente medido. Era una partitura que se tocaba perfectamente en todas las funciones. Marc es un director muy preciso. Sabe lo que quiere. Era una obra muy coreográfica en el sentido del nivel de precisión, ya que había muchos movimientos, saludos. La obra comenzaba con el típico caos de una clase de instituto para luego pasar a la precisión dictatorial y la inteligencia. Todos hacíamos los movimientos a la vez y eso estaba muy calculado y esa precisión se llegaba a disfrutar. Era muy heavy vivirlo desde dentro.

Un momento de «La Ola». Foto: @davidruano_fotografia

A.R.S.: Una obra que no se puede calificar de heavy pero sí transgresora fue Cerda, en la que usted sustituía a Inma Cuevas ¿Qué supuso para usted este montaje tan particular en el buen sentido?

C.R.: Fue una obra divertidísima. Para mí hacerla fue un regalo que me dio la vida porque yo estaba haciendo Nápoles Millonaria, la obra de final de carrera de mi escuela que es el Laboratorio Wlliam Layton y fui a verla a La Casa de la Portera. Me enamoré de la obra. Le escribí a su director, Juan Mairena y le dije: “Me ha encantado, si algún día escribes Burra llámame”. A los pocos meses me llamó y me dijo: “No te llamo para hacer Burra pero sí Cerda”. Curiosamente yo estaba en ese momento en Los Angeles haciendo la obra de final de carrera que he mencionado y regresé para hacer Cerda y el casting de La Ola, donde precisamente hice un monólogo de Cerda, ya que en la primera prueba te pedían un monólogo cómico y otro dramático, y ya en la segunda fase hacías escenas de la propia obra. Aún le sigo diciendo a Juan Mairena que volvamos a hacerla, ya que ahora la gente quiere reírse con todo lo que está pasando con el coronavirus. Nos reíamos constantemente además de sentir las energías de La Casa de la Portera.

A.R.S.: Por lo que cuenta a usted no le importa hacer obras que rompan tabúes y sean transgresoras…

C.R.: A mí me encanta hacer obras transgresoras. No tengo problemas en hablar de ningún tema y poner a la gente colorada. El humor es la clave para tratar temas que generalmente a la gente no les gusta comentarlos. Normalmente ocurre que esas personas se ríen y cuando salen se dan cuenta de lo que se han reído. Para mí eso es señal de que lo estamos haciendo bien. Con esta obra era muy claro porque a veces venían personas muy conservadoras, se reían y luego caían en la cuenta y yo les decía a veces: “Pues esto es la vida”

 A.R.S.: ¿Qué importancia tiene para usted el vestuario?

C.R.: Lo considero muy importante pero, sobre todo, los zapatos. Siempre digo que me los den cuanto antes ya que la manera de andar del personaje es esencial. Si el zapato es totalmente nuevo, o si está algo usado me es de mucha ayuda. El vestuario de La Ola me encantó porque lo recuerdo como la primera vez que tuve un gran vestuario, y además me hizo sentir en el ambiente del colegio de Estados Unidos en el que transcurre la historia. También el vestuario de Cerda me ayudó mucho e ir vestida de monja me encantó. En las obras clásicas me gustan mucho las enaguas, y cuando te las pones una vez ya te haces una idea de qué es llevarlas para próximas ocasiones. Pero admito que cuando me ponen unos vaqueros de Zara, como fue el caso de La dama boba, yo alucino. En Pedro de Urdemalas, donde interpretaba a una reina, llevaba un traje de plumas que empezaba desde el cuello y terminaba en una larga cola que pesaba bastante pero me dio todo para el personaje. Y trabajo mucho con los olores.

A.R.S.: Usted ha participado en uno de los grandes taquillazos de la temporada pasada, Lo dejo cuando quiera, un éxito que considero que cogió por sorpresa a todos, por la magnitud de la recaudación…

C.R.: Yo tengo dos escenas en esa película pero pedí leer el guión entero y me reí mucho pero cuando la vi fue desternillante. Es una película muy divertida y yo me lo pasé genial en el rodaje, porque el ambiente ya era de comedia. Yo creo que, cuando ruedas una comedia pasártelo bien es fundamental y ayuda mucho a que el trabajo salga adelante.

A.R.S: Usted participó en varios capítulos de la serie El secreto de Puente Viejo ¿Cómo fue la experiencia, con una trama humorística, además?

C.R.: Era lo primero que hice en televisión y recibí la propuesta con mucha alegría y recuerdo que acababa el día agotada ya que se rodaba de una forma muy seguida. Debía de concentrarme mucho para asimilar todo muy rápido. Lo considero un máster. Agradecí mucho que la trama fuese cómica porque es más distendida a la hora de trabajar. Fue entrar por la puerta grande y se desprendía mucha adrenalina porque había que resolver al instante.

A.R.S.: A usted le está dando muchas alegrías el cortometraje Radiografía en la que actúa, escribe el guión y codirige…

C.R.: Sí. Estoy muy contenta. Me nominaron en el NotodoFilmFest a la mejor dirección y la mejor actrizy hemos estado en el Festival de Comedia de Tarazona. Este cortometraje lo hice en una época en la que estaba sin trabajo y yo no puedo permanecer parada. Me encanta escribir y mi gran amiga Marina Campos me animó a ponerme a ello y al mes ya lo estábamos rodando. Lo considero mi “primer bebé”.

A.R.S.: ¿De dónde surge su decisión de estar tanto delante como detrás de las cámaras?

C.R.: Mi instinto para escribir y dirigir nace de mi necesidad de actuar. Escribo porque me gusta y lo hago pensando en la gente con quien quiero trabajar, pero esas dos facetas las hago porque quiero interpretar un personaje.

A.R.S.: Entonces no descarta seguir dirigiendo y escribiendo por lo que dice…

C.R.: Para nada. De hecho, mientras estudiaba en el Laboratorio William Layton, ya hice una obra titulada Pena, penita pena, para Microteatro por dinero y fue considerada una de las mejores obras de la temporada para abrir la siguiente. Como el Microteatro se hacía mucho y no me llamaba nadie decidí escribir yo una obra. Es la necesidad de querer estar donde quiero y, si nadie me lleva, me llevo yo misma.

A.R.S.: Para acabar ¿me describiría su manera de vestir tanto en su vida diaria como en eventos?

C.R.: Suelo llevar riñoneras, convers y lazos en el pelo. Va siempre conmigo y cuando voy a un evento y tengo que arreglarme lo paso un poco mal, de hecho he estado en el Festival de Málaga como he dicho antes y yo estaba un mes pensando qué iba a ponerme. Suelo dejarme aconsejar, pero me gusta ir sencilla, nada recargada, sin tacones enormes, ni vestidos que marquen mucho la silueta. Me gustan los colores neutros y evito los estampados.

La actriz en el Festival de Málaga. Vestido: @arantxa_canadas de @tullerouge